VICENÇ BATALLA. El mito fundacional de la literatura occidental, la Odisea de Homero, fue el eje vertebrador del Festival de Aviñón 2019 en una conexión entre pasado y presente y aquellas tragedias que nos persiguen de forma cíclica. Ahora, en un Mediterráneo cementerio de migrantes y desposeídos. Estaban las obras originales o inspiradas por este clásico, y las que radiografiaban el actual malestar de Europa y las corrientes políticas xenófobas que levantan muros contra los parias de otros continentes. Pero Ulises también llegó a la Amazonia para encontrarse con los indígenas a quien Bolsonaro les está arrebatando unas tierras en beneficio de los grandes terratenientes y las corporaciones.
Una lucha artística para que las ideas sean un patrimonio para construir y no para destruir, y donde los primeros días hizo una aparición autocrítica en una obra el expresidente francés François Hollande. Hasta el 23 de julio, el director del certamen Olivier Py invitó a este ejercicio con una cuarentena de espectáculos oficiales. Entre los que destacaron el del chino Meng Jinghui, que nos dejó atónitos con La casa de té, y el ruso Kirill Seberennikov Outside sobre el encuentro fallido con el fotógrafo y poeta también chino Ren Hang que se suicidó justo antes de los treinta años. Una obra, esta última, sin su director que sigue sin poder salir de su país. (extractos en vídeo de cada espectáculo)
“Europa es una odisea, está claro”, nos asegura el aviñonés de Cavaillon Roland Auzet el día del estreno de Nous, l’Europe, banquet des peuples, (Nosotros, Europa, banquete de los pueblos) a partir de un poema épico de su estrecho colaborador Laurent Gaudé. La puesta de largo de esta obra en que llegan a haber una sesentena de personas sobre el escenario, entre actores de diversas nacionalidades, un coro y una figura política diferente cada noche, contó como invitado especial en esta primera función con el expresidente francés François Hollande. Hacia la mitad de la representación, surgirá en medio del grupo para responder a unas preguntas que son las mismas para todos los que se someten a ellas.
Al mediodía, en el convento convertido desde hace años en centro operativo del certamen, Auzet da su opinión esperando que el debate se lance por la noche y continúe durante toda su gira que tiene una parada importante en Perpiñán. “La respuesta para nosotros es decir que hay que trabajar para Europa. Si se mira el siglo XX, es un siglo de sangre, sombras y fuego. Desde los años cincuenta, hemos conseguido que la pasión con los pueblos no nos lleve a conflictos extremadamente destructores. Tengo la sensación de que hay una voz para el futuro. No digo que esté a favor de la Europa actual. Le tengo mucha rabia”. De hecho, la obra empieza con un actor preguntándose irónicamente porque los franceses en 2005 votaron No al referéndum de la Constitución europea y después esta se aplicó igualmente.
Ahora bien, Auzet lleva esta discusión al terreno del teatro y la creación. “Estoy dispuesto a luchar para que la idea de Europa no se destruya dado que, en estos momentos, hay gente que la manipula con objetivos personales, partidistas, clánicos. El espectáculo habla de esto. Hay que continuar más que nunca luchando por las ideas”.
Hollande, en medio de la desazón europea
En esta primera representación, Hollande apareció relajado, con camisa sin corbata y un calor sofocante aun a medianoche, y fue respondiendo pausadamente una a una a las cuestiones de los actores. “Soy europeo porque soy francés”, se presentó a sí mismo. “Y el momento de mayor felicidad como político que he tenido fue cuando cayó el Muro de Berlín, porque representó una reunificación de lo que ya era Europa. Y porque no solo fuera una unión económica”.
Aunque, preguntado sobre su mayor remordimiento durante el ejercicio de su presidencia (2012-2017), volvió a aparecer este antiguo bloque soviético. “Lo que más me dolió es que no consiguiéramos que los Gobiernos de los países del Este aceptaran acoger a ningún inmigrante durante la crisis de refugiados de 2015”. Y, a partir de aquí, defendió una política de acogida coordinada de inmigrantes, teniendo en cuenta a los que están más en peligro porque provienen de países en guerra. Y también proponiendo una Europa con un núcleo de países que puedan ir más rápido en sus políticas comunes pero manteniendo el número general de Estados de la UE.
Lo que sería, para Hollande, ir hacia a una Europa más federal sin abandonar los Estados-nación. Antes de dejar el escenario, aunque todavía se quedaría unos minutos en medio de uno de los números en que todo el mundo corría, cantaba y gritaba, el expresidente tuvo tiempo de decir con su humor conocido (como cuando se preguntaba si aun se podía hablar de los socialistas como partido), que él había sido uno de los que defendiendo el Sí al referéndum de la Constitución europea “había sido derrotado”.
Un Rambert tenso y distante
Aparquemos aquí las referencia a la pieza de Auzet, que recuperaremos con el resto de sus declaraciones cuando se acerque su paso en enero próximo por al Archipel de Perpiñán donde fue creada. Y vayámonos hacia la obra Arquitectura que inauguró esta septuagésima tercera edición, en el Patio de Honor del Palacio de los Papas. Escrita y dirigida por Pascal Rambert, también trata de la crisis europea al situar la acción en la Viena artística y decadente de principios del siglo XX antes que la Primera Guerra Mundial y el nazismo más tarde derrumbara completamente este mundo que el autor quiere que resuene y alerte sobre el actual. Por ello, Rambert cuenta con un elenco de lujo con sus actores y actrices fetiches como Stanislas Nordey, Denis Podalydès, Audrey Bonnet, Arthur Nauzyciel o Emmanuelle Béart, además del más veterano Jacques Weber.
A diferencia de La clausura del amor con Nordey y Bonnet que estrenó precisamente en Aviñón en 2011, y que se ha convertido en un éxito mundial, en esta ocasión su ambición histórica y coral se estrella contra una excesiva duración de cuatro horas y un texto demasiado apuntado y genérico. Toda la fuerza habitual de sus monólogos se diluía en un espacio tan grande donde la intimidad se perdía por las inmensas paredes centenarias y la lejanía del planteamiento respecto a la época presente. En este sentido, la versión de La caída de los dioses (filme de Visconti) de Ivo van Hove hace dos años en el mismo espacio y también con Podalydès resultaba más convincente como crítica de la llegada al poder de los fascismos.
Nosotros, Europa, banquete de los pueblos, de Auzet, también se dispersa y pierde ritmo durante sus casi tres horas porque va de las revoluciones europeas de 1848 hasta la crisis actual de los inmigrantes. ¡Nada más y nada menos que un siglo y medio sobre el plató! Pero se salva por momentos brillantes, las intervenciones musicales y la sorpresa del político escogido, pese a un exceso de voluntarismo en la propuesta. En legítima defensa, Rambert anunciaba en un encuentro con el público la mañana de la inauguración que la tensión por el hecho de ser la suya una obra tan larga, con muchos monólogos, es porque “el momento actual es tenso”. “Defiendo una forma que sé que no siempre será aceptada”, añadía.
Otras odiseas y mitos griegos
En un registro más clásico, aunque incluyendo a actores de una promoción de estudiantes de teatro aviñoneses con orígenes en la inmigración, la directora Blandine Savetier orquesta durante todo el festival un folletón en trece capítulos diarios del texto entero de la Odisea. El interés, bajo la sombra de los plátanos y olivares de un jardín público, es la de ver a los protagonistas de la epopeya encarnados por diferentes lenguas y color de piel.
Y, de aquí al final del certamen, aun se espera a la violoncelista franco-americana Sonia Wieder-Atherton protagonizando un concierto entre clásico y tradicional con voces y ruidos que ha grabado con gente con la que se ha ido cruzado a lo largo del Mediterráneo. Sus tres funciones han sido bautizadas como La noche de las odiseas.
Por su parte, Jean-Pierre Vincent pone en escena durante cinco horas con alumnos de la escuela de arte dramático de Estrasburgo la trilogía de La Orestíada de Esquilo, los textos en este caso fundadores de la tragedia griega. Mientras que Maëlle Poésy y su compañía también francesa Crossroad monta una escenografía contemporánea para la Eneida de Virgilio, reciclaje romano de la Ilíada y la Odisea, a partir de una adaptación de Kevin Keiss con el nombre de Bajo otros cielos.
La opereta antimilitarista de Olivier Py
Partiendo de un cuento de los hermanos Grimm (La doncella Maleen), el mismo director del festival Olivier Py construye la opereta juvenil El amor vencedor que cuestiona el patriarcado y el poder militar culpables de desencadenar las guerras entre los pueblos. Como siempre en este polifacético autor, los géneros y los roles se mezclan en una explosión de historietas. “Dudo que pueda haber un teatro fascista”, afirmaba Py el primer día del certamen. “La música, el cine, quizás. Las artes plásticas, seguro. Pero en el teatro, ¡somos todos tan pobres!”.
Pobres pero con imaginación. Es lo que propone el benjamín del festival, Clément Bondu con treinta años, con la pieza Devoción. Última ofrenda a los dioses muertos. Con esta referencia mitológica, Bondu efectúa una reflexión sobre el teatro en tiempos convulsos en que parece que todo ya esté dicho. Tomando una estética voluntariamente transgresora, que hacía huir a un público poco dispuesto a entender a las nuevas generaciones, los catorce jóvenes actores parisinos sobre escena se ríen de los himnos, las banderas y los estereotipos. Valiente, en la línea de un Julien Gosselin y porque Bondu escribe él mismo su texto.
Hay otras formas menos explícitas de afrontar los conflictos que nos rodean, pero que pueden ser tanto o más sutiles y sensibles por su sencillez. Es lo que se aprecia en Multiple-s, del bailarín de Burkina Faso Salia Sanou, donde este se desdobla en tres duetos con la también veterana bailarina senegalesa Germaine Acogny, la escritora franco-americana Nancy Huston y el músico francés David Babin alias Babx. Un triple diálogo a dos en que el cuerpo y el movimiento ayudan a comprenderse mejor.
Christiane Jatahy y las voces del exilio
Si Ulises desembarcara en estos momentos en las costas brasileñas y se adentrara en el interior del país a través del Amazonas, se encontraría con la directora Christiane Jatahy hablando con los indios kayapós, al pie del Mato Grosso. Allí es donde murió en los años cincuenta en un oscuro accidente de avión su abuelo responsable de una red de centros culturales y cuyo cuerpo nunca se ha hallado. Su padre también desapareció durante años durante la dictadura militar cuando ella solo tenía meses. El presente que desborda (O agora que demora)-Nuestra odisea II, después de una primera parte con refugiados sirios e iraquíes en Europa, es una búsqueda en sus países de origen de todos estos exiliados (Palestina, Siria/Líbano, Grecia, Sudáfrica) a partir de un documental proyectado como telón teatral para quienes no están y de los exiliados que sí que están y surgen de entre el público.
De golpe, vamos descubriendo mujeres sirias, hombres congoleños, apátridas a nuestro lado que nos explican entre cantos y bailes por qué tuvieron que huir de su país. Y al final es la propia Jatahy quien se nos coloca frontalmente y emocionada para detallarnos cuál ha sido su odisea siguiendo los pasos de su abuelo, con las conversaciones que se ven en pantalla con los indios que se acuerdan del accidente de avión y se quejan de que los están echando de su hábitat. “La historia de mi familia, creo que me ha hecho la artista que yo soy”, resumía el día antes de presentar el espectáculo. Y planteaba esta obra en desarrollo “como un acto de resistencia”. “Están criminalizando a los artistas, señalándolos como haría una dictadura”, denunció sin citar nunca el nombre de Jair Bolsonaro pero recordando que su presidencia de extrema derecha ha comenzando actuando contra la cultura, los universitarios y las minorías.
Esta odisea de Aviñón se puede cerrar con la joven siria Miryam Haddad que es quien ilustra el cartel de este año. Haddad empezó sus estudios en Damasco dos años antes del levantamiento contra Bashar al-Ásad, pero en 2012 tuvo que marcharse del país a causa de la guerra para continuar su formación en París. Entre influencia expresionista del norte de Europa y cultura oriental, sus pinturas al óleo son a su vez abstractas y cálidas hasta el punto de titular su exposición en la Collection Lambert como El sueño no es un lugar seguro.
La apoteosis de Meng Jinghui con La casa de te
Hay dos apéndices, no obstante, y de envergadura. Primero, el Festival de Aviñón acoge por primera vez en su historia artistas chinos. El primero, Meng Jinghui, dio a conocer la maquinaria implacable de La casa de té con el resultado de un público que aun está bajo los efectos convulsivos de esta obra total sobre la China contemporánea.
A partir de una versión muy libre de la novela de Lao She, publicada en 1956 como fresco de la ocupación colonial y la revolución, Meng lanza sobre la escena a una veintena de actores y actrices, muchos de ellos directore·a·s de teatro más jóvenes que él, en medio de una estructura metálica de diversos niveles y una gran rueda central que se activará al cabo de tres horas durante el clímax de la pieza con un actor declamando enloquecido sobre todos los engaños del siglo XX y los que nos seguimos haciendo en el siglo XXI mientras mantiene un difícil equilibrio.
De hecho, la obra comienza con todos declamando a pulmón abierto las historias familiares y políticas desde esta casa de té en la mejor tradición de un concierto punk. Porque, al mismo tiempo, el grupo pequinés Nova Heart interpreta en directo un electro-metal que se alterna con momentos del tan propio pop azucarado de estos autore·a·s del sudeste asiático.
Hay texto, hay música, hay coreografía, hay imágenes plásticas de gran impacto y sobre todo hay un espíritu tan grande de libertad que trastoca ideas preconcebidas. Como si delante de una realidad de censura, como la de China, la imaginación se pusiera en marcha a mil por hora. Y la única solución fuera la de llevar las cosas al límite. Sin perder nunca el humor. Ingredientes que demasiado a menudo les hacen falta a las producciones francesas y europeas.
Meng dirige el Teatro del Nido de la Abeja de 360 plazas en Pequín, donde estrenó en octubre pasado de la obra. Y forma parte de una generación de los años ochenta que aprovechó la apertura momentánea del régimen después de la Revolución Cultural. El escritor Lao She, precisamente, murió en 1966 supuestamente por un suicidio tras haber sido torturado aunque inicialmente hubiera sido enaltecido por los comunistas. En la situación actual de partido único, pero capitalismo a raudales, la experiencia teatral de Meng es valiosa. “Hemos crecido juntos esta generación de directores y ahora yo, desde mi teatro, doy la oportunidad a otras generaciones más jóvenes”, explicaba especialmente orgulloso dos días antes que nos aturdiera con su nuevo trabajo.
La conexión póstuma Kirill Serebrennikov-Ren Hang
Peor destino tuvo el fotógrafo y poeta chino Ren Hang que, el 24 de febrero de 2017, se suicidó tirándose por la ventana en Pequín poco antes de cumplir los treinta años. Las imágenes de sus cuerpos desnudos de la juventud de su país, entre despreocupados y desafiadores, chocaron con la moral del régimen que le prohibió exposiciones y lo detuvo de forma intermitente. A su vez, Hang era un poeta que escribía cada día en su blog para tratar de exorcizar sus reflejos autodestructivos.
El director ruso de teatro y cine (Leto) Kirill Serebrennikov, que durante casi dos años ha sufrido una asignación a residencia de las autoridades de Moscú y estas siguen sin dejarlo salir del país, lo tenía que conocer para trabajar con él justo dos días después de su suicidio. De este encuentro fallido, Serebrennikov sintió la necesidad de hacer un espectáculo que ha resultado Outside que estrenó el 16 de julio en Aviñón pese a su obligada no presencia.
Su puesta en escena con el equipo del teatro Gogol moscovita es un grito de libertad artística, en que los cuerpos de actores y actrices se mezclan con los poemas descarnados de Hang y las fuertes imágenes plásticas que imagina Serebrennikov, a ritmo trepidante de tres músicos en vivo. “Las imágenes y la poesía de Hang no tratan de catarsis, sino de la juventud, de la belleza, del sexo, del amor, de la soledad, de las relaciones con la ciudad y la libertad, la libertad…”, repite el director en el programa de mano como ha hecho en varias entrevistas en la prensa francesa desde Moscú.
Pese a un desarrollo desigual de la obra, donde se superponen los trazos autobiográficos de ambos autores y su lucha por romper todo tipo de cadenas creativas, la fuerza visual de los cuadros que se desprende alerta de un deseo latente por no dejarse encarcelar artísticamente por parte de Serebrennikov. Porque él mismo reconoce en la revista Les inrockuptibles, sobre su proceso por un supuesto desvío de dinero en el teatro Gogol, que “esto no ha hecho más que comenzar, aun quedan muchas cosas”. Pero, en otra respuesta, recuerda: “Es imposible privar a una persona de su libertad, nadie es capaz. Te pueden poner detrás de unas rejas, atarte, encerrarte en una habitación… Pero la libertad es como tu ADN. ¡No te pueden quitar tu ADN!”. No es por casualidad que la pieza se llame Outside.
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