VICENÇ BATALLA. Hacía dos películas a competición en el Festival de Cannes y una obra de teatro en el Festival de Aviñón que el ruso Kirill Serebrennikov no había podido salir de Moscú para presentar sus obras a causa de un juicio imaginario del régimen de Putin. Ahora que se ha podido instalar recientemente en Berlín, Serebrennikov pudo asistir personalmente a su film que abría la competición oficial, La esposa de Chaikovski, sobre la convulsa relación de esta mujer con el compositor homosexual. Un proyecto aplazado diez años, precisamente, porque las autoridades rusas no querían que se viera este aspecto. “¡Esta guerra se tiene que parar!”, exclamó el director al final de la proyección emocionado como el resto del equipo a propósito de la invasión de Putin a Ucrania. Este es un grito que se escucha desde la inauguración del festival el martes, 17, con la intervención por videoconferencia en la ceremonia del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. La esposa de Chaikovski habla de una Rusia de hace 150 años que continúa intentando curar sus demonios.
“Cuando una película nace, siempre es una especie de trauma”, empezó diciendo Serebrennikov al acabar la proyección en el Gran Teatro Lumière de Cannes. “Y, aquí, sentados, es como si estuviéramos muertos”, continuó antes de enlazarlo con la consigna que Putin no deja expresar a sus conciudadanos: “¡No a la guerra!”. “Estoy absolutamente convencido de que la gente de la cultura es capaz de hacer que esta guerra se acabe… Su fin se acabará produciendo y viviremos en paz”, concluyó en medio de los aplausos del público a su film y a sus palabras. Y pese al fuerte debate que hay entre los realizadores ucranianos, también presentes con películas en la selección, sobre si hay que boicotear o no cualquier tipo de obra rusa.
“Cada obra de arte tiene un contenido político”, había dicho a la televisión pública francesa el director de Rostov del Don, de madre ucraniana, cuando subía la alfombra roja. Porque, está claro, ninguna obra es neutral. La esposa de Chaikovski narra con el estilo a menudo onírico que caracteriza el trabajo de Serebrennikov el imposible matrimonio de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) con Antonina Miliukova (1849-1917) porque el primero era homosexual pero lo tenía que esconder por las convenciones de la época que, en la Rusia putinista, siguen siendo un tema conflictivo. Pero el punto de vista es el de la esposa, obsesiva y repudiada, mientras que la figura de Chaikovski aparece más en un segundo plan.
A diferencia de su película a competición del año pasado, La fiebre de Petrov (no estrenada en el España), este último film es más sobrio y conciso, en guion y planteamiento visual. La confrontación entre los dos actores, el ruso-americano Odin Biron y la excelente Alena Mikhailova, no deriva en crisis de histeria como en el anterior pero la angustia, la melancolía y un destino trágico están evidentemente presentes. Lo hace a través de planos-secuencia que saltan en el tiempo y el espacio y, a veces, entran directamente en el capítulo de los sueños o pesadillas. Y no falta el capítulo coreográfico, que lo enlaza con sus performances teatrales. La película no está a la misma altura que la cautivadora Leto de 2017, sobre la escena musical underground de San Petersburgo a los ochenta con el poder soviético como castrador, pero demuestra que Rusia cuenta con un autor que no quiere callar y tiene muchas cosas que decir.
El director ha pagado durante casi cinco años su osadía, con una detención domiciliaria y una condena por supuestos desvíos de fondos del Centro Gogol de teatro moscovita. Ahora está en libertad provisional y ha podido salir del país, pero él dice que es “por una cuestión de conciencia” y no como “disidente” porque quiere volver a Rusia cuando haya parado la guerra. Este también es un punto de crítica por parte de la Academia de Cine Ucraniana, partidaria de aplicar la cancel culture a cualquier realizador ruso. En la rueda de prensa de su film, Serebrennikov tuvo que defenderse de esto, de hacer un largometraje sobre Chaikovski, de recibir dinero de un oligarca ruso e, incluso, del rol que pueda jugar en unas conversaciones de paz el magnate Román Abramóvich.
Él lo encajó deportivamente y argumentando ampliamente cada una de las respuestas. A principios de julio, abre el Festival de Aviñón en el Patio de Honor del Palacio de los Papas con su versión de El monje negro, de Chéjov, que estrenó en Hamburgo en enero pasado. Cuando hablemos del certamen de Aviñón de este año, aprovecharemos para reproducir una parte importante de sus declaraciones en esta rueda de prensa.
La intervención de Zelenski y los ucranianos
El caso es que el Festival de Cannes se abrió con un mensaje de una decena de minutos de Zelenski desde su búnker en Kíiv, donde este hizo un paralelismo entre El gran dictador, de Charlie Chaplin, rodada en 1941 sobre la ascensión de Hitler, y el momento actual. Chaplin no consiguió parar la Segunda Guerra Mundial, pero al presidente ucraniano, actor cómico también hasta ocupar su mandato hace ahora tres años, le sirvió para desear que otro dictador, Putin, pierda lo más rápido posible su poder. Antes y después, toda la ceremonia estuvo marcada por este conflicto bélico en Europa. Y así se refirieron tanto la presentadora, la actriz belga Virginie Efira; el presidente este año del jurado, el actor francés Vincent Lindon, con un sentido discurso; y el actor estadounidense Forest Whitaker, que recibió una Palma de Oro honorífica y recordó también la tragedia que vive el continente.
Precisamente, estos días en Cannes el ucraniano Sergei Loznitsa presenta el documental The Natural History of Destruction, sobre los raids aéreos en la Segunda Guerra Mundial, y sus compatriotas Maksym Nakonechny, en la sección Un Certain Regard, y Dmytro Sukholytkyy-Sobchuk, en la Quincena de Realizadores, sus primeras producciones de ficción: Butterfly Vision y Pamfir, respectivamente. Además, se proyecta Mariupolis 2, un documental del lituano Mantas Kvedaravičius que fue asesinado por el ejército ruso a principios de abril y ha acabado de montar su mujer.
Ante este panorama, a nosotros no nos llamó mucho la atención sinceramente el estreno mundial de Top Gun: Maverick, una secuela 36 años más tarde de la película que catapultó la carrera como actor de Tom Cruise. El estadounidense llegó en helicóptero a Cannes, acompañado de la Patrulla de Francia para emular el film. Pero, en su momento, ya desistimos de incorporar el tráiler de esta secuela en la web porque las imágenes que nos llegan por televisión del cielo europeo cada día son bastante más elocuentes.
De la masculinidad en el Valle de Aosta a una comedia de zombis
Como segunda película a competición, la italiana Le otto montagne (Las ocho montañas), de los flamencos Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, se deja ver como amistad telúrica de dos chicos desde la infancia en el Valle de Aosta pero también arrastra una carga de clichés. La historia y los diálogos suenan naturales hasta que se incrusta una banda sonora de folk americano que está fuera de lugar y se percibe una excesiva fijación con los modelos de los valles de los Estados Unidos. Van Groeningen se dio a conocer a nivel internacional en 2013 con Alabama Monroe y la correalizadora Vandermeersch explica que se inspiran del western gay Brokeback Mountain. Este es su talón de Aquiles de una copia que hubiera ganado alejándose de este esquema.
Finalmente, la primera película del festival, fuera de competición y proyectada en la inauguración, Coupez! (Cortad!), estuvo bien para desengrasar un poco la atmósfera tan cargada como la que acabábamos de vivir en conexión con la actualidad. La comedia de zombis de Michel Hazanavicius, que inicialmente se llamaba Z (comme Z) pero que los tanques rusos en Ucrania que llevan como identificación esta letra aconsejó cambiar, es, de hecho, un homenaje a los films y series Z de bajo presupuesto y amateurismo desenvuelto. Basado en el éxito en Japón en 2017 de No cortéis!, de Shin’ichirô Ueda, las tres partes de la cinta pretenden una reflexión meta del cine que acaba por enganchar y provocar la risotada general a pesar de que Hazanavicius enfatice demasiado su vertiente autobiográfica con su mujer Bérenice Bejo y su hija Simone como actrices. El alter ego del realizador es Romain Duris, con una breve aparición de Quentin Dupieux, y sus víctimas corren a cargo de Finnegan Olfield y Matilda Lutz, en un desmadre bien interpretado aunque un punto convenido.
* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2022
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