VICENÇ BATALLA. En el sprint final del Festival de Cannes, vemos las películas en competición de cinco en cinco y no siempre avanzamos con la agilidad necesaria, y no es solo por una cuestión de duración, ya que se alternan las secuencias que valen la pena con otras completamente prescindibles. Dicho esto, es digno de destacar Red Rocket, del estadounidense Sean Baker, que continúa radiografiando la América de la parte trasera, la que ha hecho posible que haya habido un presidente como Donald Trump. En la otra orilla del Atlántico, en cambio, Jacques Audiard, secundado por mujeres guionistas de calidad, no consigue convencer con su puesta en escena multicultural parisina de Les Olympiades. Y, aunque desigual, la más joven Julia Ducournau sigue aportando al cine francés un aire nuevo con sus historias fantásticas y epidérmicas como es el caso de Titane. Sin dejar su estilo costumbrista, el iraní Asghar Farhadi regresa a su país para filmar en Ghareman (Un héroe) los mecanismos de una sociedad corroída por dentro, aunque sin ir más lejos, en forma y fondo. Mientras, otro de los films que está de más en la sección principal es A Feleségem Története (La historia de mi mujer), de la húngara lldikó Enyedi, que se extravía en una producción internacional y de época.
El ya quincuagenario Sean Baker nos sorprendió a todos con su fresca The Florida Project (2017), guiada por un sobrio Willem Dafoe, que hacía su interpretación al lado de un nutrido grupo de jóvenes actores. Empezando por el personaje femenino de seis años de edad de esta comunidad de viviendas populares en las afueras de Disney World. Era el contraste fino y pertinente del sueño americano, justo en los inicios de la presidencia de Donald Trump.
Ahora Baker vuelve con Red Rocket, tal vez una historia menos sutil y más subrayada, pero que consigue ampliamente su objetivo vestido de drama cómico. La película también está situada en el año de las elecciones presidenciales entre Donald Trump y Hillary Clinton, cuestión que se mantiene como tema de fondo, y los personajes residen en una pequeña población industrial de Texas, convencidos de que en la tele todo el mundo tiene una vida mejor. Eso es, al menos, lo que quiere creer el protagonista (Simon Rex), que ha regresado después de haber sido un artista porno en Los Ángeles. De hecho, Rex comenzó su carrera cinematográfica actuando en films porno gays antes de trabajar en el circuito convencional.
Su papel representa por sí mismo un compendio de todos los tics que afectan a un determinado tipo de población masculina norteamericana, que solo encuentra sentido a su vida en la persecución del éxito, el exhibicionismo de las conquistas femeninas y la inhibición cuando hay que asumir responsabilidades. La esposa y la suegra (actrices no conocidas, pero que transmiten una sensación de realidad inmejorable), que vuelven a acogerlo a su pesar, serán las víctimas. Y la joven menor de edad para mostrar una nueva conquista habría de ser la siguiente en pagar los platos rotos.
A pesar de que a media película empiezan a cambiar las reglas: la chica lleva la iniciativa en el primer contacto sexual; quien dirige el negocio local de hachís es un matriarcado; y en casa, esposa y suegra no serán tan ingenuas en un final que retrata al protagonista en una inmadurez de la que no ha salido jamás. El guion de Baker y Chris Bergoch, como en The Florida Project, no cae en la caricatura y, a su vez, introduce saludables dosis de humor. No hay que ser muy perspicaz para ver en el protagonista, salvando las distancias, a un Trump narcisista y tóxico. Por el momento, el film no tiene aún fecha de estreno en las salas francesas ni españolas, pero es fácil pensar que pronto las tendrá.
Los cuerpos mutantes de Julia Ducournau
En el terreno de lo fantástico, la irrupción de Julia Ducournau en el panorama del cine francés es un auténtico hallazgo, aunque aún hay quien crea que sus propuestas son gratuitas. Su primer largometraje, Grave (Crudo, 2017), supuso un revulsivo por su carga de adrenalina en el canibalismo de los cuerpos femeninos. Ganó, por ejemplo, tres premios en el festival catalán de Sitges.
En su segundo largometraje, Titane, Ducournau da el papel protagonista a una chica a la que de pequeña implantaron titanio en el cráneo tras sufrir un accidente de coche, y que, al llegar a la edad adulta, se ha convertido en una vedette del striptease en salones de tuneo de automóviles en tierras marsellesas. El nuevo metabolismo en su cuerpo la convierte en una temible serial killer para cualquiera que muestra una señal de aproximación afectiva, puesto que prefiere practicar el acto sexual con unos automóviles que parecen cobrar vida propia. Es evidente que el argumento hace pensar en una continuación de Crash (1996), de David Cronenberg, con elementos de Tarantino.
Pero el film despega cuando se produce el contacto entre este personaje femenino, encarnado en un ejercicio notable de ductilidad, por la hasta ahora modelo y periodista femenina Agathe Rousselle, y el del veterano Vincent Lindon, a quien se muestra desde un ángulo hasta ahora inédito. El contacto entre ambos como un nuevo tipo de filiación da sentido al resto, pese a lo insólito que pueda parecer y las licencias que se producen en el desarrollo. La experiencia cinematográfica vence a la lógica, y el valor recae en su atrevimiento. En Francia, la película ya puede verse en las salas de cine. A España llegará el 8 de octubre (a punto para formar parte del programa de Sitges).
Jacques Audiard y el barrio chino de ‘Les Olympiades’
Del encuentro entre Jacques Audiard, ganador de la Palma de Oro en 2015 por Dheepan, y las brillantes guionistas Céline Sciamma y Léa Mysius se esperaba una obra que exhibiera lo mejor de ambas partes. Intrigaba, además, saber cómo se habían trasplantado las historietas sentimentales del dibujante norteamericano de origen oriental Adrian Tomin (dibujadas en 2015 y publicadas por Sapistri con el título de Intrusos en 2016) al polígono chino de Les Olympiades, en el distrito XIII de París. Pues bien, el resultado se queda a medias. Ni se encuentra el empuje de Audiard, siempre enérgico, en la representación de las relaciones sociales, ni el toque, siempre sutil, en la de los adolescentes de Sciamma y Mysius. La primera, coronada con Retrato de una mujer en llamas (2019), presentó en marzo en la Berlinale su cinta más sincera y tierna, Petite maman. La segunda debutó con la notable Ava (2017), inédita en España.
Pero Audiard, tras el western crepuscular Los hermanos Sisters (2018), no parece encontrarse a gusto con este registro de triángulos amorosos entre compañeros de piso, estudiantes universitarios, variedad racial y de género que plantea el film. Lo intenta incorporando el blanco y negro del cómic a la pantalla, e introduciendo escenas musicales (la banda sonora es del compositor electrónico Rone), aunque el conjunto no llega a cuajar, y las historias entremezcladas quedan bastante desvaídas. Incluso cuando la cantante queer Jehnny Beth interviene interpretando el papel de streamer sexual. Y del triángulo amoroso integrado por los conocidos Noémi Merlant y Makita Samba, y la más desconocida Lucie Zhang, es esta última quien aguanta mejor el tipo gracias a su naturalidad y desinhibición. Sin fecha prevista en España, la cinta se estrena en Francia el 3 de noviembre.
El héroe de Farhadi y la historia de época de Enyedi
Después de su incursión en el cine español con Todos lo saben (2018), con Penélope Cruz, Javier Bardem y Ricardo Darín, y que también compitió en Cannes, el iraní Asghar Farhadi ha regresado a su país para rodar Garheman (Un héroe). Especialista en el costumbrismo, las películas rodadas en su país natal le resulten más naturales y verídicas. En este caso, el héroe es un joven que sale con un permiso de la prisión, donde permanece encerrado por no pagar una deuda, y, a partir de ese momento, una sucesión de peripecias le impedirá redimirse a pesar de haber hecho una buena obra. De fondo, se aborda la cuestión de la falta de moralidad de una sociedad como la iraní, dominada por un patriarcado teocrático y un funcionariado acomodado a este régimen corrupto.
No se trata de que la narración no tenga ritmo, ni que lo que se denuncia no sea cierto y no nos sirva para conocer algo mejor, y desde dentro, un país tan complejo como Irán. El problema es que el dispositivo parece a veces demasiado orquestado para conducirnos al desenlace final, hay una excesiva dramatización y nos preguntamos si, finalmente, el director iraní solo le hace cosquillas al régimen, mientras que otros cineastas han tenido que abandonar Irán o tienen prohibido filmar por ser mucho más directos. De hecho, Farhadi no ha conseguido superar aún su oscarizada Nader y Simin, una separación (2011). La película, que llegará a las salas francesas el 22 de diciembre, no tiene aún fecha de estreno en el mercado español.
Finalmente, es una lástima que una realizadora veterana como la húngara Ildikó Enyedi, que en 2017 se llevó el Oso de Oro de Berlín por la excelente En cuerpo y alma, se haya dejado arrastrar por una película de época tan insulsa como A Feleségem Története (La historia de mi mujer). El film se basa en la novela del mismo título de Milán Füst, publicada en 1942. Trata de la historia de un capitán de barco flamenco (el holandés Gijs Näber) que, en los años veinte del siglo pasado, se casa con una joven de la buena sociedad parisina (Léa Seydoux, en el segundo de sus tres papeles en competición). El resultado son casi tres horas con los personajes desencarnados, en las que no se produce ninguna tensión real y en las que el inglés ha sustituido la autenticidad del húngaro de En cuerpo y alma.
* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2021
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