VICENÇ BATALLA. Paseándose todo el día con su atuendo folclórico queer y avanzando con zuecos, así entrevistamos al asturiano Rodrigo Cuevas durante un trayecto en furgoneta por las calles de Rennes y antes de una grabación para la televisión pública francesa a principios de diciembre pasado durante el Trans Musicales 2021. Luego, protagonizó su primera actuación en Francia en el escenario del Liberté que rompió tanto las fronteras con el público, las de las lenguas como del comprimido horario que le habían asignado. Un aperitivo para la llegada en edición francesa de Manual de cortejo. Rodrigo Cuevas ronda a Raül Refree (Aris Música, 2019), que publica ViaVox el 25 de febrero quien también se encarga de traerlo por primera vez a París, en el Café de la Danse el 2 de marzo. Y justo antes de pasar por Valencia (Teatre el Musical, el 18 de febrero) y Palma (Mallorca Live, el 19) y de volver a Barcelona, con dos conciertos en la Sala Barts el 24 y 25 de febrero dentro del festival Guitar Bcn. Una gira de su Trópico de Covadonga de tres años que le ha consolidado como el agitador folclórico que se reivindica y que subvierte los conceptos de tradición y modernidad desde su aldea de Piloña hacia el resto del mundo.
“¡Rodrigo Cuevas, Rodrigo Cuevas!”, iba repitiendo refiriéndose a él mismo en tercera persona desde el Liberté ante un público que lo descubría y se quedaba prendado ante su falta de prejuicios sobre lo popular y lo sagrado. Empezó desde abajo, irrumpiendo con el micro en medio de los asistentes, subió a escena manteniendo siempre su compostura de folclórica galáctica, se comunicó con una mezcla de castellano, francés que parecía catalán y un inglés que volvía rápidamente al castellano y, más bien, al bable de sus canciones. Quien quería entenderle, le entendió, acompañado en formato reducido de la voz, los panderos y el contrabajo de Mapi Quintana y las percusiones de Juanjo Díaz. Y terminó por todo lo alto, alargando con los bises la actuación de los cuarenta minutos previstos inicialmente hasta la hora porque cerraba escenario un jueves por la tarde.
“¡Solo actuamos cuarenta minutos! Muy poco, muy poco, entre tú y yo”, me confesaba con la furgoneta en marcha horas antes. “Eso, a mí, no me da ni para empezar”, seguía. “También es verdad que yo no soy nada conocido aquí, supongo que tampoco puedes pretender meterte en el escenario mayor de la noche…”
Estreno en el Trans Musicales de Rennes
Sus salidas al extranjero, de todos modos, empiezan a proliferar. En octubre, se encontraba en el Womex de Oporto. Y, antes, ya había actuado más veces en Portugal y también en Londres, Roma, Fráncfort y, en noviembre, “¡en Dubái”, me dice. “¡Ya tres continentes!”. Y pese a que su paso por la Exposición Internacional de Dubái se haya visto rodeado por los comentarios de la prensa más rancia acusándolo de “transformista supremacista” (sic), alérgicos a su militancia LGTB.
Su primera incursión en Francia ya se hacía esperar, y tampoco es por casualidad que haya sido en el Trans Musicales, el festival de la Bretaña que se adelanta a los demás y marca pautas para el resto de la temporada. “Los que lo conocían me hablaron de su repercusión, como un escaparate porque lo que viene aquí suele estar bien escogido”.
Para esta primera actuación, viajaba solo en trío con Mapi Quintana y Juanjo Díaz. “Esta igual es la formación ultra reducida, ¡porque también falta el técnico de luces!”, exclamaba sin inquietarse. Cuando hay más presupuesto o el concierto está más cerca, el grupo pasa a ser quinteto con Rubén Bada, al bajo y guitarra, y Tino Cuesta, a los teclados y acordeón. Son los músicos de su álbum, a parte del productor Raül Refree.
“Ahora ya no escucho nunca el disco porque ya llevamos tres años y estoy muy acostumbrado a las canciones del directo. Y, si algún día me pongo el disco, me digo: ¡hostia, sí que cambiaron!”. Es la vida propia que van tomando estas canciones cuando se confrontan con el público. “En un principio, quise ser bastante fiel. Pero ya llevamos casi tres años, aunque sea con pandemia por en medio. Y las canciones fueron evolucionando y los músicos también se las fueron haciendo suyas. Creo que está muy empastado y funciona muy bien en vivo, tanto la banda como el trío”.
La producción de Raül Refree
De todas maneras, es obligado hablar del productor del álbum porque el catalán Raül Refree está detrás de algunos de los proyectos más interesantes de los últimos años en la Península (Sílvia Pérez Cruz, Rosalía, Lina, Niño de Elche… ), como él mismo nos contaba en una entrevista en 2020. No en vano, su autor ha querido reconocérselo añadiendo el epígrafe Rodrigo Cuevas ronda a Raül Refree. “Quise que apareciera en la portada. No como un productor más, escondido en la contraportada. El proceso de creación del disco había sido tan a dúo, que creía que tenía que estar allí”.
Y en este cortejo mutuo, Cuevas habla de aquello que hizo el álbum más homogéneo. “Refree me aportó como un poco de cohesión y de coherencia en el discurso de arriba a abajo. Un poco no, bastante, porque yo soy muy volantazo. Y Raúl tiene una exquisitez a la hora de producir, una certidumbre a la hora de seleccionar sobre qué es lo que aporta y qué es lo que sobra que eleva mucho la calidad”.
Los quince cortes que integran Manual de cortejo son como en sus anteriores EP (Yo soy la maga, 2012; Prince of Verdicio, 2016; Embrujada/Pánico en el Edén, 2017) un compendio de la tradición asturiana, gallega o de la copla pasado por el filtro de la sensibilidad contemporánea, algo sin definir y que él mismo se divierte en llamar electro-cuplé o agro-glam, con todas sus connotaciones cabareteras. ¿Había una intención en este sentido en cada uno de los temas? “Fue una decisión canción por canción. Yo llevé las canciones, algunas más producidas, otras más crudas. Y fue en el estudio donde fuimos decidiendo qué le iba quedando mejor a cada una. Sí que teníamos un parámetro claro, que era partir de las voces y las percusiones, que es la base del repertorio vocal tradicional asturiano. Lo desnudamos todo al máximo e intentamos meter cosas que sumaran y le dieran más profundidad, que apoyaran la emotividad”.
En este proceso también participaron la banda gallega de cantantes y percusionistas femeninas Adufeiras de Salitre, para la intimista Muerte en Motilleja, la despojada Rumba De A Estierna (con la voz de Angelita Caneiro) y la contagiosa Muñeira para filla da bruixa. Y en la sentida Rambalín, de homenaje al travesti Alberto Alonso Blanco asesinado en 1976 en Gijón, está al Coro Minero de Turón y un audio de archivo de La Tarabica, otro personaje del barrio de pescadores de Cimavilla que comenta este pasado de miseria política en el país. El conjunto lleva a otra dimensión este legado popular para convertirlo, entre percusiones orgánicas y digitales y brumas eternas y sintéticas, en algo presente e inédito.
Transformismo de la música regional
Personaje y música parejos son un auténtico revulsivo para una cultura asturleonesa que, al igual que está ocurriendo en otras partes del Estado, está perdiendo el complejo regionalista subvirtiéndolo. No estaba claro que, en su propia tierra, aplaudieran fácilmente estos números transformistas. “Se lo tomaron muy bien, en Asturias”, destaca el activista. “Era algo que hacía falta, y todo el mundo sabía que hacía falta. No se encontraba la forma de que el folclore diese un paso más. El folclore siempre acompañó a la sociedad, en su forma de expresión. Y la gente casi que lo estaban esperando”.
Cuevas nació en Oviedo hace 36 años, se fue a estudiar a los veinte sonología en la ESMUC de Barcelona con Sílvia Martínez. Y, más tarde, se instaló en una aldea de Galicia, donde siguió profundizando en las raíces que nos hacen lo que somos. Para, desde hace unos seis años, hacerse suyo un caserío con animales en la parroquia de L’Arteosa, del conceyu de Piloña, en la zona oriental asturiana. Allí, junto a otros activistas está rehabilitando en centro de artes el antiguo teatro La Benéfica de Piloña y organiza cada mes de agosto en Vegarrionda el festival Una Señora Fiesta (Jerónimo Granda, Mercedes Peón, Rigoberta Bandini en el cartel de 2021).
En este caserío es donde pasó el primer gran confinamiento, cuando se le interrumpió la gira y el trajín. “Pensé yo que lo iba a echar más en falta y, sin embargo, la pandemia me sirvió también para conectar más con el campo y seguir allí en el pueblo porque es algo que echaba de menos. Creo que estaba despistado, me estaba despistando y me ayudó a decir: ¡cuidado Rodrigo, que esto es lo importante de verdad! Sin esto, no existe lo otro”.
Y, sin embargo, todo ello para él no es sinónimo de folclorismo, cuando le hablo de la tradición celta en Bretaña, donde estamos haciendo la entrevista. “Yo me siento conectado con casi todas las culturas, digamos, vernáculas. Me interesa mucho conocer la bretona, ya que no había estado aquí nunca. Lo del celtismo creo que es una etiqueta más bien comercial que se utilizó durante muchos años, y con la que yo tampoco me siento especialmente identificado”.
La sardana, las gaitas y los símbolos
Sus colaboraciones se han multiplicado desde que salió Manual de cortejo. En 2021, y pese a la pandemia, publicó hasta cinco. Dos con gallegos que también están desempolvando sus orígenes a golpes de beat y ritmos de fiesta: Baiuca, con Veleno en su álbum Embruxo lleno de meigas; y Ortiga, con el tema compuesto en residencia La magia de tu melena. Una tercera en el díptico Errantes Telúricos/Proyecto Toribio de Los Hermanos Cubero, arqueólogos musicales de Guadalajara, con Llama encendida. Una cuarta en La rueda del cielo de El Hijo, proyecto del madrileño Abel Hernández, con Espejismo. Y una quinta, La cueva, con el dúo San Jerónimo, paisanos suyos.
Y están a punto de salir, en este inicio de año, otras dos colaboraciones. Una con el manchego Vicente Navarro, que se dio a conocer en 2019 con Casi tierra. “Cuenta con una imaginería muy popular a la hora de escribir las letras”, nos describe. Y otra a tres bandas, con una canción compuesta por la versátil catalana Clara Peya y que cantan nuestro interlocutor y el bosnio Božo Vrećo, el Rodrigo Cuevas de Sarajevo y gran intérprete de la sevdalinka.
En su actuación en el Palau de la Música de Barcelona en marzo del año pasado, Cuevas presentó el tema Xiringüelo, nombre de un baile popular asturiano, como parecido a la sardana catalana. No sabemos si como comparación elogiosa o crítica. Le pregunto si cree que la sardana también está en peligro de extinción. “Yo creo que la sardana no tiene ningún peligro de extinción”, y se ríe. “¡Se baila todos los domingos en la plaça Sant Jaume! Lo que hay que intentar salvar es el resto del folclore catalán, que está escondido por culpa de la sardana. Como pasa en Asturias con la gaita. Es lo que pasa cuando coges una cosa como emblema nacional. Las nacionalidades tienen que alejarse del hecho de quedarse con los símbolos. Porque los símbolos son excluyentes. Cuando coges algo como símbolo, estás diciendo que todo lo demás no lo es”.
Y pone, como ejemplo, lo que hace Arnau Obiols con las músicas tradicionales en el Pirineo y todas sus sonoridades. Y termina remachando, antes de entrar a grabar una canción para la plataforma de la televisión pública francesa Culturebox, enfundado en su atuendo distintivo: “lo importante para la música tradicional, no es tanto lo que hagamos en el escenario sino que se siga haciendo y bailando en las plazas, en las casas, y que siga formando parte del pueblo”.
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