VICENÇ BATALLA. Después de haber cubierto como fotógrafo la mayor parte de los acontecimientos más importantes de los últimos cuarenta años, Peter Turnley (Fort Wayne, Indiana, 1955) se encontró bloqueado en Nueva York en marzo de 2020 en pleno confinamiento por el coronavirus. Como reacción, decidió salir cada día durante más de dos meses para dar testimonio de un mundo que había cambiado de golpe y en todos sitios. En su mirada y la mirada de los otros. Y, por primera vez, ha mantenido un diario de sus impresiones y las personas que fotografiaba. A finales de mayo, este estadounidense con la nacionalidad francesa aterrizaba en su casa en París y continuaba este diario de imágenes y textos personales. De aquí, ha extraído el libro Un diario visual París-Nova York. El rostro humano de la Covid-19, que se detiene a finales de julio una vez en Francia se generalizó el desconfinamiento.
En el Visa pour l’Image de Perpiñán (hasta el 27 de septiembre) pudimos ver la primera parte neoyorquina, compuesta de una cincuentena de fotografías en blanco y negro. El recorrido visual es íntimo e impacta por su sinceridad. Este autor de hasta 43 portadas para Newsweek y que estuvo presente en la primera edición del Visa en 1989 con su reportaje sobre la represión en la plaza de Tiananmen de Pekín, se define más que nunca como un fotógrafo de las emociones y remarca las signos que han cambiado para él y los otros cuando ahora los fotografía. A veces, prefiere esperar antes de responder a nuestras preguntas pero su solo relato de su experiencia en Nueva York mantiene durante toda la entrevista el suspense sobre su trabajo.
¿Podría comparar lo que ha pasado con la Covid-19 con algún otro acontecimiento que hubiera podido cubrir antes?
“Prefiero comenzar por el principio. Y esta explicación me permitirá llegar a poder hablar de esto. Yo estaba de viaje en Cuba y volví a Nueva York, aunque mi residencia principal sea París. Vivo en Francia desde 1978. Pero mantengo un pie en Nueva York, porque paso por ahí muy a menudo de viaje. Llegué a Nueva York el 16 de marzo. Sabía que la Covid afectaría a la vida de todo el mundo, pero nadie podía saber hasta qué punto. Y la noche del 19 de marzo, el gobernador de Nueva York (Andrew Cuomo) decretó el confinamiento… Yo soy un nómada, no estoy en un lugar más de dos o tres semanas, estoy en movimiento permanente y, de golpe, para alguien que tiene la noción de libertad, de viaje total, me encontré bloqueado en un pequeño apartamento en el Upper West Side de Nueva York… No me siento orgulloso de decirlo, pero yo no cocino sino que me paso la vida en los restaurantes, e iba a encontrarme solo en un pequeño espacio. Por tanto, me levanté la mañana del 20 de marzo, y tenía dos opciones: quedarme en casa y no hacer nada o, lo que es más natural en el mundo para mí, coger mi cámara de fotos y salir a la calle. Pero la gran diferencia respecto a mis costumbres, sobre todo en Nueva York, es que saliendo a la calle sabía que me exponía a un peligro mortal. En ese momento, se sabía menos sobre la Covid que ahora. Aunque hoy todavía no sabe gran cosa. Pero, en aquella época, se veía en la televisión todo tipo de ejemplos de personas con buena salud, que tenían treinta años, y de golpe caían y se morían. Y las personas de mi edad, yo ahora tengo 65 años y entonces tenía 64, sabíamos que éramos un poco más vulnerables”.
En Nueva York, la nueva visibilidad de los sin techo
Esto quiere decir que, para usted, era mucho más peligroso que cuando estuvo en Afganistan, Irak…
“No, yo no quiero decir eso. Era un peligro diferente. Era un peligro invisible, pero omnipresente… Por tanto, pese a este otro peligro, la cosa más natural era salir. Era mediodía, y caminé 45 manzanas en dirección sur, hacia Times Square. Y, caminando, quedé chocado por lo que veía. Veía la ciudad más grande del mundo, quizás la mas animada, vacía, vacía de humanidad. Las únicas personas con las que me encontré eran sin techo. Nunca había visto tantos sin techo en toda mi vida. Porque, cuando la ciudad está llena de gente, no se nota el gran número que hay. De golpe, se veían por todos sitios. Y la gran diferencia respecto a muchas cosas de mi vida de fotógrafo, es que no trabajaba para nadie. No veía esto como un trabajo. No hacía fotos para una revista, ni para un diario. Hacía fotos para mí. De alguna manera, yo existía a través de este paseo, y a través del proceso de encontrar a la gente y hacerles fotos… Mis medios de comunicación son visuales, y nunca antes había visto un mundo visual parecido. Nunca antes había visto una gran ciudad como Nueva York vacía y, segundo, donde todo el mundo llevara mascarilla. Y a su vez hice una cosa que no hacía habitualmente: tomé notas. Siempre hacía las mismas tres preguntas a las personas: cuál es su nombre de pila, cuál es su edad, y explíqueme cómo le van las cosas. Y lo que enseguida vi es que todo el mundo tenía necesidad de hablar. La gente respondía muy directamente, y muy abiertamente. Me explicaban cosas muy profundas. Yo tomaba notas con mi tecnología, escribía en mi iPhone, y hacía fotos. Otra cosa diferente en relación a otras experiencias es que yo no me veía como un periodista haciendo esas fotos. Me veía como Peter, Peter con una cámara”.
Como su trabajo al principio en Indiana (durante la primera mitad de los años setenta).
“Quizás, un poco… No tenía un fin en sí mismo. No tenía ninguna finalidad. Y las personas me hacían la misma pregunta que yo les hacía. Y, usted, ¿cómo le va a usted? Y, de hecho, yo tenía necesidad de que me hicieran la pregunta, porque las cosas no iban bien. Me sentía muy perturbado… Finalmente, llegué a Times Square, y había muy poca gente. Hice fotos de algunas personas, y me crucé con un fotógrafo joven. Se acercó a mí, me dijo que me reconocía. Creo que tenía entre 25 y 30 años. Me dijo que era un apasionado de la foto, llevaba un buen aparato. Y le dije la primera cosa que me pasó por la cabeza: si usted es un apasionado de la fotografía, escúcheme bien, ¡es su momento! Estamos viviendo un momento de historia como nunca antes habíamos vivido, y es su momento. ¡Salga todos los días, haga fotos! Y, sobre todo, guarde un diario de todo lo que sienta, de todo lo que viva.
Después de despedirme de él, me encontraba un poco cansado. Era hacia el fin de la jornada. Y, en vez de volver a pie, tomé la decisión de volver con el metro neoyorquino. Pero era terrorífico. Todo el mundo sabía que era el lugar más peligroso a causa del virus. Además, no llevaba mascarilla, porque era el primer día. Tampoco llevaba guantes. Entré y el metro neoyorquino era como una tumba viviente. Las únicas personas eran las personas obligadas a estar allí. A menudo gente muy pobre. La mayoría llevaban mascarillas. Y nunca antes había visto en Nueva York unas miradas tan angustiadas, tan llenas de terror, de confusión. Subí y continué hacia el norte hasta la parada 79, haciendo al mismo tiempo fotos. Al llegar a casa, cerré la puerta, dejé mi cámara, fui a tumbarme a la cama y me puse a llorar. No lloro a menudo. No tengo vergüenza de decirlo, no me ocurre muy a menudo, pero lloré muy fuerte durante al menos tres minutos. Creo que estas lágrimas eran la representación muy personal de una conmoción. Estaba conmocionado por lo que acababa de ver, y por la certitud de que mi mundo y nuestro mundo había cambiado. Y no sabía cómo, no conocíamos la salida. No sabíamos por cuánto tiempo, y cómo esto evolucionaría. Pero se sabía que era muy peligroso”.
¿Sentía más angustia en la gente que el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, cuando usted también estaba?
“Prefiero no compararlo. Los dos acontecimientos, evidentemente, han afectado a las personas de manera muy grave. Pero es muy diferente, porque el 11 de Septiembre era un ataque puntual, y este ataque ha cambiado el mundo y la vida de las personas. Pero no había un virus omnipresente a causa del cual se puede ser vulnerable en cualquier momento y en cualquier lugar”.
Diario de una guerra mundial con enemigo invisible
Entonces, lloró y pensó sobre qué hacer…
“Reflexioné sobre lo que acababa de decirle a ese joven fotógrafo en Times Square, y me dije: ¡eres tú quien tienes que hacer eso! Y, en consecuencia, descargué las imágenes que había tomado, seleccioné un álbum de quince a veinte fotos, y escribí un pequeño texto muy sincero sobre lo que acababa de vivir. Lo colgué en Facebook e Instagram el 21 de marzo. Y quedé asombrado por la reacción internacional, mundial, de este ‘post’. Tuve muchísimas reacciones. Y no se trata de una historia de egoísmo o de narcisismo, de cantidad de ‘likes’. Me di cuenta realmente de que, tras toda la actualidad que había cubierto durante mi vida, me hallaba quizás ante la verdadera primera guerra mundial que yo había visto: una guerra mundial con un enemigo invisible y del cual no se podían determinar las líneas de frente. Pero una guerra que afectaría a cada uno de nosotros en el planeta. Y por las respuestas que recibía, veía que cada uno tenía necesidad de identificarse en la vida de los otros. Había un sentimiento de compartir muy importante. Y comencé a salir todos los días”.
¿Se podía salir fácilmente en Nueva York, si no se hacía un trabajo esencial? ¿No había problemas con la policía?
“Se aconsejaba fuertemente quedarse en casa, pero no se controlaba como en Francia, o quizás otros sitios. No hubo control policial. La primera jornada no llevaba mascarilla. Pero, pronto, encontré una. Y siempre iba con mucho cuidado manteniendo una distancia social entre las personas que fotografiaba y yo. Y otro aspecto importante es que vivía solo, no ponía a nadie en peligro en mi casa. Volvía solo. No sé si lo hubiera podido hacer con otras personas en casa. Sobre todo me preocupaba por mi propia salud. Y tenía mucho miedo, era muy arriesgado. Pero, curiosamente, me di cuenta de que de alguna manera me encontraba ante la historia más grande de actualidad de mi vida y, segundo, quizás toda mi vida me había preparado para ello”.
En esta historia, no hay vencedores ni perdedores.
“De alguna manera, todos somos perdedores”.
Un poco más las personas más pobres que viven en lugares más pequeños, donde la distancia social es más difícil.
“Es verdad que la Tierra entera pierde, pero es verdad que este peligro afecta a ciertas personas más que a otras. Con el tiempo se ve que el peligro no es muy igual”.
A medida que se alejaba de su barrio, iba por todos los lugares de Nueva York: Harlem, Bronx, Brooklyn, Queens, Staten Island…
“Sí, sentía una responsabilidad para dar testimonio de la realidad de todo el mundo. Por tanto, expresamente caminé, tomé el metro y fui por todos los barrios de Nueva York”.
Los grados de separación del blanco y negro
¿Por qué el blanco y negro?
“Comencé la fotografía a los dieciséis años, y al principio mi pasión era el blanco y negro. Mis héroes en los inicios eran grandes fotógrafos en blanco y negro. Y trabajé en blanco y negro durante varios años. Cuando me empecé a ganar la vida haciendo de la fotografía mi profesión, bastante a menudo me veía obligado a tomar fotos en color. No tenía elección. Las revistas me lo imponían. No soy de los que piensan que una cosa es necesariamente mejor que la otra. Creo que en la historia de la fotografía hay grandes fotos en blanco y negro y grandes fotos en color. Pienso que las dos formas pueden ser muy interesantes. Pero, con el tiempo en este estadio de mi vida, trabajo prácticamente siempre en blanco y negro. Me gusta mucho porque lo que me interesa es la emoción de un momento. No es forzosamente la actualidad, sino los aspectos universales intemporales de nuestra existencia. Los momentos que cualquier persona puede comprender o sentir en cualquier lugar, pese a una fecha, un día. Y lo que me gusta con el blanco y negro es que implícitamente se encuentra unos grados más allá de la realidad y a menudo esto subraya más. El color está enraizado en el ahora, es el presente. Mientras que el blanco y negro permite, pienso, una apreciación un poco más intemporal y un poco más universal. Esto pone más de relieve ciertos valores. Y quizás el blanco y negro nos permite ir directamente a nuestro objetivo”.
¿También es una influencia de Robert Doisneau (1912-1994, con quien él trabajó a principios de los años ochenta)?
“Es una influencia de muchos fotógrafos. Es una influencia de Robert Frank, de Cartier-Bresson, de Doisneau, de Boubat, d’Eugène Smith, de Bruce Davidson… De Dorothea Lange, de Margaret Bourke-White…
¿Pudo publicar portadas en blanco y negro en Newsweek ?
“No puedo decir que no hubieran algunas. Pero no a menudo. Hubiera preferido hacer más. Era difícil imponer el blanco y negro en esa época”.
Una cosa que he sabido leyendo los comentarios de las fotos es que su madre había fallecido seis meses antes. Y explica que, hablando con una señora de 90 años, se lo hizo recordar.
“… (algunos segundos para responder). Me imagino, no estoy seguro, no me quiero poner en el lugar de los otros, pero el hecho de perder a su madre es algo de profundo para todo el mundo. Para todos nosotros, para el mundo entero. A su vez, cuando se llega a una cierta edad, cuando se llega a los 65 años, cada vez evidentemente se es más consciente de su mortalidad. Uno sabe que está más cerca del final que del principio… La pregunta que me hace es una buena pregunta, pero yo añadiría respecto a la emoción que se ve, al hecho de compartir la mirada de las personas, a la conexión entre las personas que fotografiaba y yo, que estas fotos sobre la Covid forman parte de un proceso para el mundo entero, de cada uno intentando comprender, intentando navegar en este cotidiano que es totalmente diferente. Y, que de momento, no sabemos cómo acabará. Vivimos lo desconocido. Lo trampeamos lo mejor que podemos. Y, haciendo esto, muchas personas buscan una identidad. El equilibrio personal de cada uno se halla perturbado. Para muchas personas, la jornada empieza arriba y se puede acabar abajo. O a la inversa. Yo mismo sé que vivía emociones múltiples, todos los días. A veces, durante la misma jornada, me podía sentir bien y después perdido. Podía estar triste o alegre. Las emociones de este fenómeno eran como un ‘roller coaster’ (una montaña rusa). Cuando se camina hoy por las calles de Nueva York o de París, donde sea, la vida es diferente. La mitad de las tiendas están cerradas, se sabe que hay mucha gente que sufre económicamente, y aun no se conoce la salida”.
Un París vacío y la emoción del momento
Cuando llegó a Francia, ¿qué diferencia vio en la atmósfera?
“Vivo en Francia desde 1978. Creo, y lo digo sin pretensión aunque mis orígenes sean americanos y ahora soy también francés, que me hallo entre los que más han fotografiado la vida parisiense de mi generación. Camino por las calles de París de manera permanente desde hace 45 años todos los días cuando estoy allí. Es decir, dispongo de referencias visuales increíbles. Y volviendo a París, pese a que lo que vivían los franceses era diferente a Estados Unidos porque el confinamiento era mucho más radical, nunca antes había visto lo que vi. Nunca antes había visto Paris con espacios vacíos, nunca antes había visto París sin turistas. Iba a lugares como Montmartre donde no había turistas. Era como un pueblo. Veía a padres que iban a la plaza con sus hijos para enseñarles a leer. Más que nunca, París tenía un aspecto muy aldeano. Y una ironía es que la belleza natural de París se valorizaba más que nunca. Sin mucha gente en la calle, se veían más que nunca las formas y los alrededores de los inmuebles y los edificios, y la historia parisiense.
Y, después, viví el desconfinamiento. Y, porque en París el confinamiento había sido mucho más severo que en Nueva York, fue bastante espectacular. Fue una explosión. Los primeros momentos en que vi a gente en los cafés fueron muy conmovedores. Como ciertas tradiciones de la vida parisiense: sentarse para toma un café, algo que no se había podido hacer durante meses y la posibilidad de hablar con un vecino. Pero otra novedad es que todo el mundo iba tapado. Un fotógrafo no puede ignorar, en este momento de nuestra historia, la mascarilla. La mascarilla define este momento. Sobre todo visualmente, estéticamente. No es ni mucho menos algo sin interés. Yo siempre me he interesado por la emoción de los momentos. Y siempre encuentro la emoción en los ojos de la gente. Incluso sin coronavirus, siempre me he esforzado en ponerme delante de los ojos de la gente. Que las personas sean conscientes de que las fotografío o no. No fotografío a personas por detrás, o de lado. Me pongo prácticamente siempre delante. Y, ahora con la Covid y la mascarilla, nunca los ojos han sido tan importantes. Las personas se expresan a través de los ojos. Y es así que se ve la emoción del momento”.
De la solidaridad al antirracismo en Estados Unidos
¿Cree que esta solidaridad que sintió en Nueva York, y después en el desconfinamiento en París, se mantendrá? Cuando se llega a situaciones extremas se recuperan valores esenciales y a menudo, más tarde, se pierden.
“Es una muy buena pregunta, y no tengo respuesta… Una cosa cierta es que el mundo no volverá a ser el mismo. No puedo decir exactamente cómo y por qué, pero pienso que el coronavirus habrá cambiado el mundo, verdaderamente. Otro punto que me gustaría subrayar es que cuando caminaba por las calles de Nueva York y de París, las dos, lo hacía con una cierta necesidad. Con la necesidad de verme alentado por la vida, de encontrar esperanza. En Nueva York, en los primeros tiempos, la gente que se veía por la calle eran las personas que estaban obligadas a estar allí, los trabajadores esenciales: repartidore·as de paquetes, cajero·as en las tiendas de comida, basurero·as, bomberos, policías, enfermero·as, médicos, conductore·as de ambulancias… Y todas esas personas hacían lo que hacían, a menudo ganándose mal su vida, pero lo hacían con un sentido del deber, con coraje, dignidad y gracia. Y esas personas me han dado esperanza en la vida. En un momento en que el líder en Estados Unidos no daba ninguna esperanza al país. Todo lo contrario. O al mismo tiempo que exigía diariamente que el mundo entero le diera las gracias, por lo poco que él hacía, los trabajadores esenciales no pedían ningún agradecimiento a nadie. Lo hacían con un sentido digno del deber. Y esto llenaba mi corazón de esperanza”.
Hablamos de esta solidaridad y de esta esperanza a la vez que hay nuevos episodios de muertes de negros por parte de la policía estadounidense. Y la campaña electoral comienza con una división del país enorme.
“… Prefiero responder simplemente diciendo que solo deseo con pasión una cosa: que haya un cambio el 3 noviembre (fecha de las elecciones presidenciales)”.
¿No tuvo ganas de volver a Estados Unidos cuando vio las múltiples manifestaciones antirracistas?
“Evidentemente, quedé muy tocado por estos horribles acontecimientos. Pero al mismo tiempo hubo grandes manifestaciones contra el racismo en París (como recuerdo de la muerte de Adama Traoré en 2016). Y las he fotografiado con pasión. Encontré que este despertar en relación a los derechos cívicos no solo era un momento americano, sino mundial”.
¿Qué estuvo haciendo su hermano gemelo David durante el confinamiento, porque él también es fotógrafo?
“… Preferiría que fuera él quien hablara por él mismo”.
En 2015, publicó Cuba, a grace of spirit, y continúa viajando a menudo a la isla caribeña. ¿Qué le ha aportado conocer y recorrer este país?
“Adoro el pueblo cubano. Entre los viajes que hago por todo el mundo, para mí es un placer enorme ir a Cuba porque, a través del pueblo cubano y de su respeto, aprendo todos los días lecciones de vida. Y, para alguien de mi edad, y para un fotógrafo, no hay nada más potente que tener la impresión en cualquier momento de poder aprender. Y los cubanos, con su sentido de dignidad, de coraje, de determinación, su amabilidad, su humanidad, me muestran permanentemente una buena manera de vivir”.
Lee el artículo general sobre todas las exposiciones del Visa pour l’Image 2020
PUBLICACIONES PETER TURNLEY
Beijing spring (Stuart, Tabori & Chang, 1989), con su hermano David sobre el movimiento de los estudiantes aplastado en la plaza de Tiananmen de Pekín y textos de Melinda Liu
Moments of revolution (Stuart, Tabori & Chang, 1990), con su hermano David sobre la emancipación de los países de Europa del Este de la Unión Soviética y textos de Mort Rosenblum
In times of war and peace (Abbeville Press, 1996), con su hermano David sobre la guerra en Bosnia
Parisians (Abbeville Press, 2000), con retratos en la capital francesa y textos dedicados con anterioridad de Robert Doisneau y Edouard Boubat
McClellan street (Indiana University Press, 2007), con su hermano David con fotos entre 1972 y 1973 en su ciudad natal de Fort Wayne
French kiss. A love letter to Paris (2013), con fotos desde 1978 de parejas besándose en París
Cuba. A grace of spirit (Ocean Graphic International, 2015), con fotos desde 1989 de la vida en el país
A Paris-New York visual diary. The human face of Covid-19 (2020), con textos del propio Peter Turnley
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