RAFAEL VALLBONA. El festival de artes digitales MIRA de Barcelona es un espacio para la creación de vanguardia, una cita arriesgada que busca dotar a esta época convulsa de instrumentos de comprensión para un conocimiento crítico del cambio de paradigma cultural.
Aquella iniciativa casi juvenil ya ha cumplido ocho años (del 8 al 10 de noviembre pasados). Fue calificada de hija del Sónar, y ha acabado superando conceptualmente al progenitor. Mientras Sónar se ve abocado a programar espectáculos de masas (Rosalía), con un fuerte impacto comercial y mediático por tal de mantener el estatus de número uno (cifras, facturación, patrocinadores), el festival que se hace en la Fabra i Coats (fábrica de creación cultural cedida por el ayuntamiento de BCN) reflexiona sobre el relato de laboratorio digital con impactos innovadores (en esta edición profundizando a nivel creativo en el 3D sound room de Intorno Labs) y guiños a la historia menos conocida, como el concierto de Tangerine Dream. Esta quizás no es la fórmula para convertirse en un festival de masas, de aquellos que los dirigentes de la cultura tienen todo el día en la boca para recordarnos el retorno millonario que genera la venta de cervezas y el turismo de festivales y así justificar las inversiones, pero ahora mismo parece que es el camino escogido por los promotores del MIRA.
De aquí a poco Carla dal Forno, Aïsha Devi o Tapan (Miles Davis hoy haría una social music como ellos), serán creadores mainstream. Sus espectáculos buscarán la máxima difusión y no se podrán permitir el riesgo de los festivales de pensamiento radical y taquillaje reducido. ¿Qué será, entonces, del MIRA?
No es tanto un problema de voluntades como de gestión de la evolución. Si los patrocinadores privados, los públicos y el espacio se lo permiten, MIRA podrá seguir trabajando en el proceso prospectivo de la tecno-vanguardia crítica, profundizando en los modelos de conocimiento en otros géneros (poesía, danza, cine, ensayo), y abriendo el debate a los paradigmas de cada época. Podrá crecer siendo una auténtica cita del pensamiento de vanguardia; hasta que el propio paso del tiempo lo retire, claro.
Es lo que ha pasado con el Sónar: nació con la moderna idea de festival, en su momento más brillante se convirtió en un amplio espacio de reflexión multidisciplinar en torno a los nuevos tiempos, y ahora ha pasado a ser una feria de muestras, con toda la perplejidad del concepto. Pero el público, los sponsors y los políticos siempre preocupados por el dinero, se lo agradecen y los premian. Los promotores del acto no son los responsables finales. Es lo que tiene tener que sobrevivir en un lugar donde no se cree en la excepcionalidad de la cultura, sino en los réditos de la representación pública.
¿Se convertirá el MIRA, con el tiempo, en otro Sónar? Si lo hace, si hay espacio para dos festivales de este estilo, en BCN, quizás habrá que reinventar la cultura; u olvidar para siempre su capacidad de interpelación social. El mercado será la historia, y nosotros tristes espectadores arrimados al pico de una botella de cerveza del patrocinador.
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