VICENÇ BATALLA. Testigos de una diversidad en movimiento, Maguy Marin, Yoann Bourgeois y Jann Gallois estrenaron en la Biennale de la Danse de Lyon tres espectáculos que denotan de la vitalidad y el traspaso asegurado entre generaciones en la danza francesa. Abierta al mundo, con todo tipo de invitados y una especial incidencia en la imagen y la realidad virtual, la cita lionesa fue un buen termómetro para tomarle el pulso al estado actual de la disciplina y constatar que pese a altos y bajos la capacidad de sorpresa sigue presente y tanto a nivel local como internacional algunos veteranos siguen arriesgando y los más jóvenes se imponen sin complejos. Recorrido escogido de una tercera parte de la treintena de piezas que se vieron en la bienal con una parte importante de ellas primicias mundiales.
El certamen dirigido por la ecléctica Dominique Hervieu, también directora de la Maison de la Danse de Lyon, agrupa las convocatorias más populares posibles como el multitudinario desfile por el centro de la ciudad hasta las obras más exigentes e insobornables. Y la combinación funciona, a pesar de que el público y el resultado no sean el mismo. Un buen ejemplo es el de la coreógrafa Maguy Marin que en el expeditivo Ligne de crête despliega un dispositivo implacable de música repetitiva y ruidosa con los seis actores-bailarine·as como robots de una sociedad que nos dirige desde el marketing los deseos personales.
En este último espectáculo de la hija de republicanos españoles, los tres hombres y mujeres presentes en el escenario van y vienen con todo tipo de objetos de consumo a un ritmo sincopado hasta descargar alrededor de las mesas de oficina lo que sería un supermercado entero. La secuencia dura una hora completa y, lo que al principio parece monótono, se acaba convirtiendo en una escenografía hipnótica para la vista y el oido. El ritual está lleno de detalles, como el retrato de Karl Marx puesto en primera línea a partir de la media hora y que le otorga todo un sentido al resto de la repleta y colorista decoración. Poca gente se fue, aunque se notaba que algunos estaban incómodos. Lo que indica que no deja indiferente. A sus 67 años, Marin continúa su investigación de denuncia capitalista desde su laboratorio de trabajo Ramdan, en el municipio limítrofe de Sainte-Foy-lès-Lyon.
El arte del equilibrismo en el antiguo Museo Guimet
Un discípulo de la compañía de Marin es Yoann Bourgeois, que ha hallado un equilibrio perfecto entre las artes del circo y la danza contemporánea. Bourgeois es un habitual de la Biennale desde que en 2014 estrenara Celui qui tombe en la Ópera de Lyon donde los bailarine·as se sometían a la inestabilidad sobre una plataforma de madera en constante movimiento. Ahora codirector del Centro Coreográfico Nacional de Grenoble, Bourgeois sigue con esta búsqueda y consigue unos niveles de lirismo supremos a partir de esta inestabilidad física y emocional. Así lo comprobamos en Histoires naturelles, 24 tentatives d’approches d’un point de suspension au Musée Guimet, que era un itinerario en siete actos a lo largo del espacio vacío de este antiguo museo de ciencias naturales que se prepara para acoger los talleres de futuras producciones de danza. El público nos íbamos desplazando de un lado para otro, donde descubríamos los diferentes números de los bailarine·as acróbatas con fondo de músicas ensoñadoras. Mención especial para la danza en apnea que protagoniza Marie Vaudin (auténtica sirena a nuestros ojos) y el dúo de Bourgeois y Yurié Tsugawa sobre una de estas mesas que se aceleran y se desaceleran siguiendo el emotivo Wild is the wind interpretado por Nina Simone.
El número que cierra el espectáculo es el de las escaleras y la colchoneta aparecido a partir de 2010 en la serie Les fugues y que ha servido para realizar la película Fugue VR, réalité mixte, dirigida por Michel Reilhac, por encargo de la misma Biennale. Con un casco de realidad virtual, el espectador se sumerge en las piruetas de Bourgeois rodeado de monjes en una atmósfera gótica. Más de uno tenía que abandonar antes del final con síntomas de mareo, dado el vértigo que provoca ponerse en la piel de este artista de 37 años.
Del hip hop a la danza contemporánea
Aun más joven, 29 años, Jann Gallois está poniendo literalmente la danza francesa de patas para arriba. Es decir, el número Reverse con cinco bailarines de hip hop japoneses integrado en el tríptico Triple bill #1 representa una original manera de utilizar algunos de los recursos del break dance manteniendo todo el rato, veinte minutos, la cabeza tocando al suelo. No es solo un ejercicio exhibicionista porque la coreografía se mueve lentamente y la composición individualmente y colectivamente es de una gran belleza. Imponiéndose este tipo de limitaciones, Gallois está creando una cosmografía propia que se aleja tanto de los cánones clásicos del hip hop de donde surge como de la danza contemporánea más previsible.
Con su compañía Cie BurnOut, la artista asociada al Teatro Nacional de Danza de Chaillot de París y la Maison de la Danse lionesa ya no únicamente se atreve con solos y dúos sino que también coreografía para otros. En el tríptico japonés de Triple bill #1, el lionés Kader Attou componía a su vez Yoso (Éléments) para los mismos cinco bailarines. Pero el nivel de originalidad no era el mismo. Lo que sí fue una auténtica sorpresa fue el vendaval de las Tokyo Gegegay’s High School, que bajo el típico uniforme escolar de las chicas de este país desarrollan una versión oriental del R&B desafiante y transgénero.
Así como Attou no conseguía transportarnos muy lejos, su antiguo acompañante de la escena hip hop de baile lionesa Mourad Mezouki tampoco nos convencía con Vertikal. La fuerza y el ritmo que contenía su otro estreno de la temporada Folia abriendo de forma apoteósica en junio Les Nuits de Fourvière con un conjunto barroco no encontraba un equivalente parecido con una música enlatada excesivamente presente en Vertikal y donde los mejores momentos llegan al final con los bailarine·as colgados de una pared de madera aunque ya demasiado tarde para cautivarnos. Eso sí, la acogida del público local siempre es entusiasta y, en este caso, se puede decir que es profeta en su tierra.
Una Ópera de Lyon bañada por el Mediterráneo
Por otra parte, el otro codirector del Centre Coreográfico Nacional de Grenoble Rachid Ouramdane presentaba en la Ópera de Lyon su último espectáculo Franchir la nuit, que inunda el escenario de agua para representar figuras de jóvenes inmigrantes que atraviesan y arriesgan su vida en el Mediterráneo. Sobre una treintena de participantes y bailarine·as profesionales, trece son realmente inmigrantes menores que se hallan en centros de acogida del departamento del Isère. Los cuadros de estos jóvenes, con fondo de imágenes marítimas nocturnas y abstractas, huyen del miserabilismo y les otorgan una dignidad necesaria. Lástima de las canciones cantadas en directo por la neozelandesa Deborah Lennie-Bisson, excesivamente azucaradas pese a empezar con el Heroes de David Bowie.
Tampoco convenció el nuevo Gravité de Angelin Preljocaj. Anunciado como un ejercicio de todos los retos que los cuerpos observan cuando se enfrentan a las distintas leyes de la gravedad, la sucesión de números resulta acumulativa sin un nexo común y también sufre del lastre de la selección musical. El paso de Bach a Daft Punk no resulta natural y todavía menos la secuencia entera del Bolero de Ravel.
Más divertido es el Welcome del actor-humorista Patrice Thibaud. A modo de musical y sin demasiadas pretensiones, la obra combina diálogos, canciones y baile en una comedia sobre el juicio que uno se hace cuando está a punto de traspasar el mundo de los vivos. Quizás la pieza peque de ingenuidad, pero merece la pena asistir a las desenfadadas coreografías flamencas de Lydie Alberto, Marianne Bourg y Fran Espinosa.
Del Hôtel-Dieu al Museo de Bellas Artes
Más serio y meditativo es el recorrido que Jérôme Bel organizó durante toda la bienal por cuatro espacios simbólicos de la ciudad. Y que culminaba en la capilla del Hôtel-Dieu donde cinco bailarine·as, incluido el mismo Bel, se alternaban para convertir la capilla en un espacio zen con moqueta, cojines y música minimalista. La propuesta se llamaba Danser comme si personne ne regardait e invitaba a los espectadores a unirse manteniendo la lentitud en el movimiento. Los otros tres lugares para ver vídeos de la compañía eran los antiguos talleres y centros comerciales de la seda en la época de los Canuts y el escaparate del Monoprix en los Cordeliers.
Nos quedó por ver, de los autores de la región, Aujourd’hui, sauvage de Fabrice Lambert. La pieza toma el nombre del ensayo antropológico de Claude Lévi-Strauss El pensamiento salvaje y la puesta en escena con siete bailarine·as y un músico atrae por su ambición. Estará de gira por Francia de aquí a la primavera que viene.
Mención aparte merece el Mnémosyne de Josef Nadj. La exposición fotográfica y performance durante una semana en el Museo de Bellas Artes del coreógrafo serbio-húngaro, residente en Francia desde hace décadas, demuestra que el suyo continúa siendo un universo personal e intransferible. Ahora que se centra más que nunca en las artes plásticas, Nadj muestra sus fotografías taxidermistas en blanco y negro con detalles cuya memoria es tan secreta como evocadora. En el interior de la caja oscura que instaló temporalmente en medio de la exposición, efectuaba una performance congelada en el tiempo como si de un proceso de revelado se tratara y que se movía entre el cine expresionista y las artes orientales. Una delicia.
Un ballet de la Ópera de Lyon bajo la nieve
La apertura de la bienal la protagonizó el Ballet de la Ópera de Lyon en una adaptación de la celebrada 31 rue Vandenbranden por parte de sus propios creadores Peeping Tom. La argentina Gabriela Carrizo y el francés Franck Chartier, que trabajan desde Bruselas, trasladan esta historia de una comunidad que vive aislada en dos caravanas y se ve sacudida por la llegada de extranjeros al entorno inhóspito de un pueblo solitario y nevado de los Alpes. La obra se inspira de la no menos premiada película japonesa La balada de Narayama de Shohei Imamura.
Los quince bailarine·as de la Ópera lionesa se amoldan perfectamente a los movimientos espasmódicos e hilarantes inventados por los responsables de Peeping Tom y los proyectan aun más allá con sus proezas atléticas. El resultado es una hechizadora composición de personajes, situaciones e imágenes entre la ternura y la violencia. Como los movimientos, los sentimientos que se desprenden no se pueden reducir a una sola impresión de armonía o conflicto y los cambios de ritmo son constantes. El amor y la crueldad se tocan de una escena a la otra. Como contrapunto, figura la voz de la mezzosoprano Eurudike De Beul y la música planeadora y sedativa del Shine on you crazy diamond de Pink Floyd.
En un registro puramente urbano, el colectivo (LA)HORDE ha reagrupado once practicantes del llamado jumpstyle que se baila con música electrónica a 140 BPM para hacer de ello el espectáculo To da bone. Venidos de Francia, Alemania, Hungría, Polonia, Ucrania y Quebec, la obra supone el primer encuentro en grupo para estos once bailarine·as de un estilo que nació de forma individual y comunicándose con los otros a través de vídeos por internet. La pieza oscila entre números colectivos de este baile tremendamente rápido con los pies y confesiones personales sobre el origen y el interés por adoptarlo. La originalidad de la obra se basa en darle una dimensión coreográfica de conjunto y una identidad cultural y social para convertirlo en un poderoso instrumento escénico.
Saburo Teshigawara bailando Berlioz y Dostoyevski
Otro tipo de reto es el de bailar ante una orquesta una sinfonía del siglo XIX. Es lo que hizo el maestro japonés Saburo Teshigawara juntamente con su pupila Rihoko Sato con la Orquesta Nacional de Lyon dirigida por el rumano Cristian Macelaru para la Sinfonía Fantástica de Hector Berlioz. El tormento y las convulsiones de este amor enfermizo imaginado por el compositor francés se propagan en los cuerpos de Teshigawara y Sato que trascienden esta melancolía y este dolor. Teshigawara con un estilo más oriental, pese a su contemporaneidad, y Sato con una forma más occidental por su diferente trayectoria.
Una semana más tarde, los pudimos volver a ver en el Teatro Nacional de Chaillot dentro del Festival de Otoño parisiense nada menos que traduciendo otra vez con sus cuerpos la retorcida novela El idiota de Fiódor Dostoyevski. En este caso, Teshigawara encarna al personaje epiléptico de la novela que era una prolongación del propio Dostoyevski que padecía esta misma enfermedad. Entre música clásica para los pasajes más contemplativos y drum & bass electrónico para los más desestructurados, el bailarín de 65 años transmite visceralmente esta problemática relación con el mundo que nos rodea.
La performance andrógina de Euripides Laskaridis
Una de las últimas obras representadas fue una de las más originales. La capacidad de performer contemporáneo del griego Euripides Laskaridis vuelve a manifestarse con Titans, estrenada el año pasado en Atenas y que después pasó en verano por el Grec barcelonés. En esta ocasión se acompaña en escena de Dimitris Matsoukas, aunque este actúa más bien como auxiliar para el increíble despliegue de Laskaridis como ser andrógino de antes de los Dioses del Olimpo que engloba en su panza toda la incertidumbre, ingenuidad y fragilidad del Planeta. El trato de los objetos metálicos, la iluminación en penumbra y la distorsión traviesa del sonido y la voz confieren al espectáculo una singularidad especial y lo convierten en un fascinante cuento para adultos. El miedo y los juegos de este Titán de los tiempos modernos nos aparecen como los nuestros y la identificación, facilitada por este humor grotesco, es la mejor herramienta para que nos quedemos boquiabiertos ante sus deambulaciones.
Dentro del programa eminentemente europeo de la bienal, cabe destacar sin que la pudiéramos ver a la joven norirlandesa Oona Doherty, que durante este curso además es artista asociada de la Maison de la Danse. En el festival presentaba Hard to be soft. A Belfast prayer, una reflexión en cuatro partes sobre el modelo esencialmente masculino de su sociedad coreografiado con música del compositor electrónico David Holmes. Dos otros coreógrafos en proyección incluidos en este programa y tampoco vistos fueron la belga Miet Warlop que traía Big bears cry too, donde continúa desarrollando su universo onírico con figuras imposibles, y el portugués Marco Da Silva Ferreira con Brother, que se apoya en esta ocasión en vídeos, danzas étnicas y música en directo para seguir experimentando sobre las genealogías humanas.
Capítulo aparte es el del estreno mundial de Augusto, del italiano Alessandro Sciarroni, que descolocó a más de uno por su provocativa puesta en escena de hacer reír a los bailarine·as durante casi una hora. Pero, porque el espectáculo llega el año que viene al Grec de Barcelona y pudimos hablar con Sciarroni, la obra merecerá más adelante un artículo propio.
Desfile popular y más espectadores
En medio de todas estas convocatorias profesionales, el 16 de septiembre tuvo lugar una vez más el desfile popular por el centro de Lyon. En esta ocasión, y volviendo a plena calle después de una edición 2016 en que por la amenaza de atentados se hizo en el estadio de Gerland, el lema era Un desfile por la paz coincidiendo con el centenario del Armisticio de la Primera Guerra Mundial. Doce comparsas, procedentes de toda la región y a la manera de los carnavales brasileños, recorrieron la avenida de la República para acabar en la inmensa plaza Bellecour. Se calcula que había 250.000 espectadores presenciándolo que se suman a los 110.000 que asistieron a los espectáculos de pago (80.000) y gratuitos durante la quincena de la bienal, un diez por ciento más que hace dos años. Y para culminar esta rúa, el mismo Yoann Bourgeois preparó una variación de su Fugue/Trampoline para una veintena de amateurs de entre seis y setenta años. Antes de finalizar bailando el Imagine de John Lennon.
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