VICENÇ BATALLA. Las películas a competición del veterano Ken Loach, la francesa que ha rodado en Senegal, Mati Diop, y la austriaca que lo ha hecho en inglés, Jessica Hausner, abordan un mundo de capitalismo tentacular aunque con registros y sensibilidades diferentes. Loach, el hombre de las dos Palmas, lo hace en Sorry we missed you con su habitual crónica social. Diop utiliza en Atlantique el mar como realidad y onirismo de los jóvenes que pierden la vida emigrando. Y Hausner, con el filme más redondo, recrea una distopía sobre el control y la falsa felicidad en Little Joe.
La denuncia social en las películas del británico Ken Loach, y su guionista Paul Laverty que escribe desde Madrid, siempre es pertinente. Así ganó su segunda Palma de Oro hace tres años con Yo, Daniel Blake. También cuando trata de la agitada historia del Reino Unido e Irlanda con la que ganó la primera con El viento que agita la cebada en 2006. El actual Sorry we missed you es como una derivación de Yo, Daniel Blake. Aquella criticaba los recortes en la protección social pública, que deja abandonadas personas desvalidas sólo por la lógica de la rentabilidad. Esta se focaliza en la uberización de la economía, a partir de las nuevas tecnologías y el nuevo capitalismo de internet, que consigue cargarse las conquistas laborales de los trabajadores durante el último siglo.
El protagonista trabaja catorce horas seis días a la semana y, además, debe devolver el crédito de la furgoneta. En algún momento, esta historia de un hecho real en la vida de cada vez más gente arranca los aplausos del público. Pero a Loach, que tiene el mérito y coraje de seguir haciendo películas a sus casi 83 años, se le echa en falta aquella frescura de los personajes que respiraban y reían en un tono mucho más documental que ahora. Este determinismo cinematográfico es lo que le resta la fuerza porque acaba cayendo en arquetipos y situaciones mecánicas.
El objetivo de Mati Diop, que se lanza a su primer largometraje después de haber realizado cortos y medios y haber explorado ya sus orígenes africanos, es hacer visibles a aquellos jóvenes que emigran de las costas de Senegal hacia España y, en el camino, encuentran la muerte. Nosotros, publicamos un breve en los periódicos. Y, para darle una dimensión más trascendente, Diop utiliza la metáfora del mar que los engulle pero que luego los devuelve como zombis a Dakar. Allí, reproduciendo la lógica de explotación del primer mundo, los poderosos, de acuerdo con los corruptos funcionarios locales, construyen torres y dejan de pagar a sus trabajadores. El círculo se cierra de esta manera y el filme, que retrata esta juventud africana en mutación, osa compaginar su sentido social con lo onírico. Aquí es donde, al final, personajes e historias terminan confundidos y se pierde la energía del principio. Pero le recomendaríamos la visión de la película al candidato al ayuntamiento de Barcelona Manuel Valls cada vez que utiliza de forma tan oportunista los manteros en su campaña.
Otra aproximación a un mundo que se deshumaniza es el de Jessica Hausner, que ya acumula cinco películas y un estilo bastante personal. La anterior, Amour fou, iba sobre el suicidio del poeta germano Heinrich von Kleist. Dejó buenos recuerdos hace cinco años en la sección paralela Un Certain Regard. En Little Joe, se inspira en Un mundo feliz de Aldous Huxley para recrear una sociedad que deposita en los avances biotecnológicos toda su fe, hasta que sus propias creaciones acaban dominando su voluntad. Este Londres entre retro y futurista, y donde la consigna es ser feliz a cualquier precio y que parece más actual que nunca, da aún más miedo que la propia lucha diaria para sobrevivir. Porque, en en este caso, estamos todos anulados. Y la forma como lo filma Hausner, con sobriedad y minimalismo, causa escalofríos con una música contemporánea estridente que lo refuerza.
Kantemir Bagalov y Patricio Guzmán
En Un Certain Regard, que nos será imposible seguir en su integridad, hemos visto una gran película que bien habría podido estar en la competición principal. En Beanpole (Larguirucha), segundo filme del joven ruso de treinta años Kantemir Bagalov, utiliza el Leningrado de 1945, recién terminada la guerra, y dos personajes centrales femeninos para construir una historia que tiene muchas lecturas en la Rusia de hoy. Se revela, de entrada, la prostitución a la que se sometía a las mujeres, pero sobre todo, el trauma de unos conflictos bélicos que no cesan, con una lucha de clases y una homofobia latentes, aunque se viva en régimen comunista o se reivindique la herencia. En su primer largometraje, Demasiado cerca (Tesnota), la acción estaba centrada en el Cáucaso Norte y confrontaba a familias judías y musulmanas. El director continúa aquí filmando pegado al rostro de los actores, en buena parte de noche y recorriendo su evolución de forma claustrofóbica pero con una gran belleza.
No podemos decir lo mismo de la película de apertura de Un Certain Regard, de la quebequesa Monia Chokri, La femme de mon frère. Actriz en los inicios de Xavier Dolan, quien estaba en la sala, se queda con todos los tics de estos y no conserva ninguna de las virtudes. En cambio, fuera de competición, el chileno Patricio Guzmán sigue con sus documentales, extrayendo poesía a pesar de que continúe refiriéndose al golpe de Estado de Pinochet en 1973. En esta ocasión, con La cordillera de los sueños. A partir de los Andes como mirador de la historia del país, reúne a escultores, vulcanólogos, escritores y fotoperiodistas para hablar de la dictadura, que se terminó pero dejó como poso el legado neoliberal.
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