VICENÇ BATALLA. Regresado de Tánger y de sus excursiones místicas por el Atlas, Oliver Laxe vuelve a su tierra y presenta la primera película en gallego de las 72 ediciones del Festival de Cannes con O que arde en la sección Un Certain Regard. Una pudorosa historia de un hombre condenado por haber provocado un incendio forestal, pero que de hecho carga con las culpas de todos los otros que contribuyen a la deforestación del ecosistema.
Hubiera podido hacer una película convencional sobre los pirómanos de turno que sirve a los políticos para quitarse de encima sus responsabilidades. O un panfleto de denuncia sobre las miles de hectáreas que se queman cada año en Galicia, una zona de la Península Ibérica especialmente castigada. Pero la experiencia cinematográfica de Oliver Laxe no pasa por estos planteamientos reduccionistas y su objetivo con un equipo de otros jóvenes realizadores gallegos ha sido el de entrar en el alma de un hombre que se encuentra en el centro de todas las miradas sin juzgarlo más a él que a toda una sociedad que pone las bases para que se encienda el bosque.
O que arde, que en francés se llamará Viendra le feu (4 de septiembre) y en castellano Lo que arde (11 de octubre), se rodó entre dos veranos y un invierno en los pueblos de la infancia y adolescencia de Laxe en la provincia de Lugo. El primer verano, el equipo técnico tomó contacto con el terreno acompañando a los bomberos en sus tareas de extinción. En invierno, el realizador ya hizo trabajar al protagonista amateur Amador, que conserva su nombre real, y lo convierte en un condenado que sale de prisión tras cumplir su pena y vuelve a casa de su madre sin que nadie otro le espere. La madre, Benedicta, conserva también su verdadero nombre. Ambos viven en un relativo aislamiento, mientras en el pueblo toman sus distancias y cerca suyo un vecino está construyendo una casa rural. La película se abre con unas imágenes de una grúa tirando al suelo diversos eucaliptos, un árbol que expulsa a otros y que es más inflamable.
“Amador es alguien que como su mismo nombre dice ama y que, sin embargo, es observado por muchos como aquel que destruye, a parte de los que no lo juzgan: su madre y los animales», explica Laxe en el programa de prensa del film. «Amador es una figura de expiación, un inocente, un inadaptado. La insensatez del mundo, el sufrimiento de una naturaleza maltratada encuentran en este hombre una escapatoria».
El verano siguiente, las escenas ante las llamas ya se hicieron con los actores. Y la sensación de realidad, que durante el invierno se concentra sobre todo en la intimidad, se acaba multiplicando sin necesidad de efectos añadidos. Y es que Laxe estudió el máster documental de la Pompeu Fabra de Barcelona y, después, se trasladó a Londres para llevar a cabo sus primeros cortometrajes. Para irse a vivir más tarde a Marruecos durante diez años, de donde surgieron sus dos primeros largometrajes Todos vós sodes capitáns y Mimosas, premiados en la Quincena de Realizadores y la Semana de la Crítica de Cannes, respectivamente. En este tercer film largo, su registro se adapta más a una película realista sin improvisaciones experimentales ni efectos fantásticos.
Pero el carácter panteísta de las imágenes, con una naturaleza viva, sigue presente. Y dobla en trascendencia al sufrimiento interno del personaje protagonista. Pocas palabras, diálogos escogidos y un melodrama justo, que ponen en evidencia todo un sistema que comercializa las cenizas de sus árboles. Una melancolía que se refuerza con la aparición en un momento dado de la canción Suzanne de Leonard Cohen. Quizás, por ello, este hijo de emigrantes gallegos en Francia ha decidido volver a vivir recientemente a su pueblo.
Los Dardenne y los jóvenes yihadistas e Ira Sachs y Portugal
Para unos realizadores de cine documental como son los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, la radicalización islamista de la juventud de origen marroquí que vive en Bruselas era evidentemente un objeto de ficción propicio. Le jeune Ahmed, que se presenta a competición, responde a estos parámetros, a partir de la historia de un adolescente de trece años que se deja comer el cerebro por un imán de ideología yihadista a pesar de los consejos de familia, profesores y amigos.
Los Dardenne vuelven a trabajar con actores desconocidos, después de su experiencia con Marion Cotillard en Dos días, una noche y Adèle Haenel en La chica desconocida. Y recuperan, en parte, aquel cine vivido que habían perdido en estos dos filmes anteriores. La temática, además, es pertinente si se piensa por ejemplo con el caso inaudito de los jóvenes de Ripoll que provocaron los atentados de las Ramblas de Barcelona y Cambrils. Esta película es superior, porque no cae en el melodrama, pero carece de aquella sensación de espontaneidad y verdad que habían conseguido los dos hermanos hace diez y veinte años.
Por su parte, el neoyorquino Ira Sachs participa por primera vez en competición con Frankie. Ha dejado sus barrios familiares, tras el éxito hace tres años de Brooklyn village, para trasladar su relato al municipio turístico de Sintra cerca de Lisboa. Y lo ha hecho con un reparto internacional que tiene a la francesa Isabelle Huppert como protagonista, acompañada entre otros del irlandés Brenda Glesson, la estadounidense Marisa Tome y los también franceses Jérémie Renier y Pascal Greggory.
Pero este trasplante de las neurosis urbanas a un entorno bucólico no funciona. A Sachs se le puede reconocer el riesgo de ir más lejos de su ecosistema, pero no todo el mundo es capaz de continuar haciendo tragicomedia una vez perdido los referentes si estos son tan marcados. En el cine independiente norteamericano hay muchos pretendientes a suceder Woody Allen, pero ningún heredero declarado.
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