VICENÇ BATALLA. Entre las próximas convocatorias a las que teníamos que asistir como parisBCN, estaban los Rencontres de Toulouse Cinélatino la segunda quincena de marzo. Seguramente, el encuentro de referencia para el cine latinoamericano en Europa donde no solo se presenten películas sino que se busca financiación para nuevos proyectos en medio de un ambiente popular heredero de este acontecimiento que se inició en los años ochenta con exiliados de las dictaduras sudamericanas. Y que se sigue haciendo, con la histórica Cinémathèque de Toulouse como epicentro, gracias a la colaboración entusiasta de decenas de voluntarios. El presidente del certamen, Francis Saint-Dizier, médico él mismo, se ha visto obligado a anularlo totalmente pese a que en un inicio todavía se intentaba como mínimo conservar las proyecciones. Y aunque fuera sin invitados internacionales, sin competición ni jurado, sin los habituales conciertos gratuitos, sin la cantina para todos los participantes. Al final, incluso esta versión reducida ha sido imposible a causa de las medidas del gobierno francés, para combatir al coronavirus, al limitar las reuniones a todo el país a un máximo de cien personas.
Este es solo uno de los miles de casos de cancelaciones que se están produciendo en el mundo de la cultura en Francia, en Cataluña, en España, en Europa, en todo el planeta. De programaciones especiales una vez al año, pero también de programaciones regulares durante toda la temporada. Una catástrofe para el sector económico que resulta siempre el más precario y que, a la hora de volver a levantarse y recibir ayudas, es el último de la fila. Y eso que estas líneas las escribo desde un país con una sensibilidad especial como es Francia. En este otro circuito, no hay corporaciones ni entidades financieras a las que socorrer por temor a que no actúen porque no pueden sacar rendimiento, porque no pueden especular. Aquí hay gente que trabaja todo el año por un proyecto que llegue al máximo de personas posibles única y exclusivamente por la satisfacción de difundir cine en salas, música en vivo, artes escénicas, artes plásticas, libros… Aquel patrimonio inmaterial que la mayoría de las veces no se puede cuantificar en términos de capitalización, pero que sin su existencia nos haría ser a todos aun más individualistas, insolidarios, amargados e ignorantes.
¿Es algo que los políticos consideran que hay que salvar, como los bancos? ¿Además, evidentemente, de los servicios públicos de educación y la sanidad? ¿O quizás es una oportunidad de sacárselos de encima por incómodos, críticos e ingobernables? Esta es la tentación, sobre todo en una época de pandemia nacionalista mundial.
En la ciudad donde vivo, en Lyon, y coincidiendo con las elecciones municipales en Francia, una setentena de asociaciones, pequeñas empresas y medios de comunicación independientes han firmado una llamada para que los candidatos se mojen ante esta alarmante situación. Una de ellas, Arty Farty, organiza en mayo las Nuits Sonores que es lo más parecido en Francia del Sónar barcelonés. Pero, además, paralelamente celebra el European Lab Forum que agrupa a activistas de todo el continente por la cultura. Toda la edición de este año está en peligro. Lo que ya se ha anulado en Lyon es el Quais du Polar, una cita ineludible para los amantes de novela negra. Yo había pedido entrevistas al barcelonés Carlos Zanón, al dibujante mallorquín Bartolomé Seguí, al argentino Martín Caparrós y al estadounidense George Pelecanos. Evidentemente, esto se ha esfumado.
En Toulouse, tenía que hablar con la realizadora chilena de documentales Carmen Castillo que estaba invitada a una mesa redonda con más gente del cine latinoamericano sobre las revueltas de los últimos meses en el continente para romper las estructuras del poder que mantienen las desigualdades económicas, sociales y de género. Y, a la vez, me interesaba charlar con la directora también de documentales brasileña Maria Augusta Ramos, que ha seguido muy de cerca el retorno a la cúspide del Estado en su país de la extrema derecha.
Podría seguir dando ejemplos de entrevistas abortadas para justificar que, en las próximas semanas, disminuirá el ritmo de contenidos en esta web. Y sin saber todavía el desenlace de manifestaciones más importantes como es el caso del Festival de Cannes en mayo. Tendremos que encontrar soluciones alternativas, aprovechando las ventajas de la comunicación virtual. Pero, aunque gestionar contenidos desde internet permite hacer cosas que antes eran mucho más difíciles, la base misma de la cultura es el intercambio personal y social con grupos que opinan diferente a nuestros gustos, intereses e ideas. Y esto es lo que tendría que volver con más fuerza que nunca una vez superado el coronavirus y esta globalización dictada por los mercados y su lógica infecciosa.
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