VICENÇ BATALLA. Lejos de las rutas turísticas, los veteranos hermanos belgas Dardenne y el italiano Mario Martone compiten en el Festival de Cannes con dos películas con pocas concesiones sobre el estado del mudo y los refugios donde antes nos podíamos esconder. Se trata de Tori y Lokita, por parte de los ya premiados con dos Palmas de Oro, y de Nostalgia, a cargo del napolitano en un incómodo retorno a los orígenes. Entre realismo y recuerdos magnificados por el paso del tiempo, su diagnosis no resulta nada agradable, aunque sí sea cinematográficamente productivo. En la misma vena social, Leila’s Brothers, del iraní Saeed Roustaee, intenta retratar la desclasada población de su país, pero naufraga en una serie de acontecimientos más bien anecdóticos. Capítulo aparte es Stars at Noon, de la francesa Claire Denis, quien rueda en Nicaragua una historia de amor anglosajona bajo un fondo represivo que, a pesar de los mejores augurios, se queda en la superficie.
Los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne nos explicaron, cuando recibieron el Premio Lumière en Lyon a toda una carrera, ese particular dispositivo que consigue dotar a sus películas de una atmósfera de casi documental. Semanas antes de rodar y habiendo seleccionado ya a los actores y las actrices, los filman a lo largo del recorrido que tendrán que hacer después, a la hora de la verdad, y les hacen adoptar los rasgos que más tarde se verán tan naturales en pantalla. Además, los emplazamientos siempre se sitúan en la ciudad de Seraing, en las afueras de Lieja, donde crecieron y que han convertido en un escenario de proyección internacional. Para Tori y Loki vuelven a contar con actores desconocidos, como ya habían hecho en El joven Ahmed, Premio al Mejor Guion en Cannes 2019, lo que les funciona mejor que cuando escogen rostros conocidos para la interpretación, excepto que los hayan descubierto ellos.
En esta ocasión, los dos protagonistas son Pablo Schils (Tori) y Joely Mbundu (Lokita), un niño de diez años y una chica en el linde de la mayoría de edad, quienes encarnan a inmigrantes procedentes del África subsahariana que se han conocido durante una travesía en barca por el Mediterráneo y que se hacen pasar por hermanos para conseguir la adopción en Bélgica. Él, que viene de un país en conflicto, la consigue; pero ella seguirá en situación irregular porque no creen en su versión de los hechos. Ello la obliga a aceptar toda clase de trabajos clandestinos y a convertirse en una pequeña traficante de droga, en cuyo negocio también participa su amigo-hermano pequeño, mientras quienes organizaron su paso a Europa la siguen extorsionando.
Entre momentos de mayor calidez y canciones italianas que han aprendido en su periplo, los hermanos Dardenne se muestran contundentes contra el sistema de su país a la hora de otorgar títulos de asilo, y los de la UE en general, y contra los comportamientos de las mafias de los países de origen y las de los de acogida con estos seres. Dan rostro e identidad a centenares, miles de personas, en este caso menores no acompañados, que llevan a cabo la travesía y que mueren o malviven después en ciudades europeas. Es la otra cara de las políticas de inmigración, anunciadas fríamente por los gobiernos, con intenciones abiertamente electorales, en las que integran las consignas de una extrema derecha aunque esta no esté en el poder. Quizá no sea el film más acogedor de los Dardenne, pero es un buen ejemplo de cine político de hoy en día.
En dirección sur, precisamente, Martone nos invita a visitar le barrio de la Sanità de Nápoles, conocido desafortunadamente porque la Camorra ha hecho de él uno de sus feudos, a pesar del potencial histórico de esta zona ubicada al norte de las murallas de la ciudad. El protagonista de Nostalgia, basado en la última novela de Emmano Rea (2027-2016), regresa después de cuarenta años a su casa para visitar a su madre moribunda, en un viaje que pretende temporal, desde su residencia actual en El Cairo. El actor encargado de este papel, el contenido Pierfrancesco Favino, que ya convenció en El traidor, de Marco Bellocchio, se pasea pensativo por las calles de su adolescencia, con una mezcla de melancolía y aprensión por el clima de terror que ha impuesto un antiguo amigo suyo. Como contrapartida, el párroco de la Sanità, inspirado en el auténtico Antoni Loffredo, planta cara al capo y recoge en su parroquia clases y conciertos de música e, incluso, un gimnasio de boxeo.
Más allá del desenlace de la cinta, en la que nuestro protagonista prolonga el suspense porque decide reinstalarse en el barrio a pesar de las advertencias de propios y extraños, su interés reside en esta confrontación entre los recuerdos y la población actual, con unas paredes y una vida que se mueven entre la esperanza de mejorar y un destino marcado por el determinismo del lugar. Entrado en la sesentena, Martone se merece que lo descubramos en esta película (en España no se estrenó Il giovane fabuloso, de 2014, sobre el poeta Leopardi), en el mismo momento en que llega, en junio, Qui rido io (Aquí me río yo), con Toni Servillo en el Nápoles de principios del siglo XX.
Menos sobria y mesurada es Leila’s Brothers, donde la denuncia que hace Roustaee del clima irrespirable que se vive en Irán en el seno de las familias de los clanes que ya existían antes de los ayatolás y las relaciones patriarcales que se reproducen en núcleos más pequeños agota. Por supuesto, tiene mérito filmar en el interior del país, bajo la amenaza de sufrir la persecución del régimen. Y la trepidante La ley de Teherán, del propio Roustaee, que se estrena en junio en las salas españolas, es una prueba de la habilidad de este joven realizador de 32 años. Pero su último film en Cannes no justifica su duración, de prácticamente tres horas, la sátira con drama de cuatro hermanos y una hermana en casa de sus padres no cuaja, mientras que los acontecimientos se suceden de manera poco creíble. Aunque rodada fuera del país, Holy Spider, de Alí Abbasi, también en competición, es mucho más pertinente.
En Nicaragua, con Claire Denis
La única película en competición en el Palacio de Festivales en la que se oye hablar español, aunque poco, es Stars at Noon (Estrellas del mediodía), a partir del libro de Denis Johnson (1949-2017), escrito justo después de la revolución sandinista en los años ochenta. Claire Denis la ha llevado a la actualidad, con mascarillas, y le interesa la historia de amor y sexo de la periodista estadounidense, una Margaret Qualley que devora toda la pantalla, y un oscuro empleado británico del petróleo, Joe Alwyn. La decisión de la realizadora de basar prácticamente todo en estos personajes, en un ambiente claustrofóbico, deja en muy segundo plano el contexto político, social y de cualquier cosa que quiera comprenderse de estas escapada-thriller desde Nicaragua hacia Costa Rica.
Aparece, al final, el el siempre recomendable director y actor neoyorquino Benny Safdie como agente de la CIA. Pero en el momento en que nos dejamos de interesar por esta historia sentimental, ya no podemos agarrarnos a nada más. Porque cuanto pueda pasar bajo una pretendida junta militar en el poder (ahora mismo, en Nicaragua, hay un Daniel Ortega cada vez más despótico) y las consecuencias para la población local parecen carecer de importancia a los ojos de las estrellas anglosajones del film.
* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2022
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