VICENÇ BATALLA. No disponemos de fecha, en ningún lugar de Europa, para volver a bailar. Algunas salas de conciertos o sus terrazas reabrieron tímidamente en verano o en otoño con sillas, distanciamiento físico y una mascarilla en la cara que está muy lejos del concepto de música juntos que derriba las barreras sociales, de géneros y de prejuicios. Adiós, pues, de momento a las cavas, las discotecas y los festivales de pop-rock, electrónica y músicas urbanas antes de que se consiga ahuyentar al virus. Un estudio de France Festivals evaluó para el período abril-agosto unas pérdidas de los festivales de todo tipo de sectores en el país de 2.300 millones de euros y uno de sus autores, Emmanuel Négrier, nos acaba de elevar esta cifra a 3.000 millones para el año entero y más de 100.000 puestos de trabajo afectados.
Al sur de los Pirineos, la Academia Catalana de la Música cifra en 4.000 los conciertos anulados hasta septiembre, con más de 40 millones de euros de pérdidas. En todo el sector cultural y solo hasta julio, casi 6.000 empresas en Cataluña se habían visto obligadas a acogerse al paro parcial, lo que afectaba a 53.000 personas, según el Consejo Nacional de Cultura y de las Artes (CoNCA). En Cataluña y España, la crisis a partir de 2008 ya modificó sustancialmente el ecosistema de los festivales. Ahora, la crisis sanitaria que se transforma en crisis económica se puede llevar por delante muchos de estos festivales y otras estructuras más pequeñas y de carácter independiente. Si se observa, como se hace en este artículo, las ayudas públicas de uno u otro país nos damos cuenta de que las cosas en Francia no van bien pero en España van peor. Relato del año en blanco de los conciertos para bailar.
Las Nuits Sonores en Lyon en mayo, el Sónar en junio en Barcelona, Las Nuits de Fourvière de retorno a Lyon en julio… Estos son los festivales de los cuales regularmente hacemos la cobertura y que este año han visto obligados a anularse. Es verdad que pudimos asistir a algunos conciertos en las Fiestas de la Mercè de Barcelona a finales de septiembre, de la misma manera que la ciudad continuó organizando espectáculos durante todo el verano. Y en París, a principios de septiembre, pudimos disfrutar de tres directos seguidos en el Centquatre, la Fundación Cartier y Jazz à La Villette. Pero la cancelación del Trans Musicales de Rennes, en diciembre, acaba por certificar este año en blanco para los grandes encuentros musicales donde no se permanece estático en un espacio fijo atribuido con antelación. Y hay que recordar que aun no se ha detectado ningún cluster de contagios de coronavirus en estos otros encuentros más restringidos.
Pero, con el segundo confinamiento de otoño, las autoridades han hecho marcha atrás en todos los casos. Sin hablar de las salas de música que están cerradas desde marzo. “La evolución del mundo de los festivales, el crecimiento del fenómeno de ‘festivalización’ ha hecho nacer un verdadero ecosistema”, explica como introducción Emmanuel Négrier, politólogo en la Universidad de Montpellier y promotor del grupo de investigación SoFEST! que ha efectuado el estudio Festivales anulados, estimar la pérdida económica y social. “Y este fenómeno es pluridimensional: está el aspecto económico, de pérdidas que habíamos estimado en 2.300 millones de euros (y que también tiene en cuenta los ingresos asociados a los desplazamientos, alojamiento y restauración sobre el terreno) y que, según la misma estimación, esta vez para el año entero podría superar los 3.000 millones de euros perdidos”. Se calcula que se han suspendido unos 2.640 festivales en Francia entre abril y agosto, sobre el total de 4.000 durante este período y 6.000 todo el año. Dos tercios son exclusiva o mayoritariamente musicales.
Négrier enlaza, después, con el impacto laboral. “El conjunto de puestos de trabajo, a menudo temporales o intermitentes, que se hallan afectados por estas anulaciones, lo hemos estimado en más de 100.000 personas. Si integramos en este cálculo el conjunto de voluntarios que dan testimonio del arraigo social y territorial de los festivales, se llega a más de 300.000 personas”. Y añadimos que el estudio, en su tercera parte, cuantifica el número de artistas afectados en más de 18.000 (alrededor 12.000 franceses) y el número de pases perdidos en música en más de 150.000 y, en todo tipo de festivales, en más de 230.000. Y aquí no se cuentan los artistas amateurs que aprovechan estas citas para darse a conocer.
Los anuncios de la ministra Roselyne Bachelot
La profesión tiene el sentimiento de pagar los platos rotos de una política errática a nivel de decisiones para hacer bajar la presión hospitalaria a causa de la segunda oleada del coronavirus. “Es esto lo que alimenta la incomprensión sobre las medidas generales que afectan, por ejemplo, espectáculos donde las precauciones han demostrado su eficacia, y donde el riesgo objetivo de atrapar el virus es bastante menor que en cualquier reunión familiar o barullo en el supermercado”. Négrier señala como la nueva ministra de Cultura, Roselyne Bachelot, que sustituyó en julio a Franck Riester, también ha chocado con el resto del Gobierno en una situación que se repite ahora mismo en casi todos los gobiernos del mundo. “Los arbitrajes perdidos por la ministra en este tema tienen un coste muy alto en términos sociales, culturales y artísticos”.
“Efectivamente, se puede imaginar que los grandes festivales subvencionados disfrutarán de una atención muy especial por parte de los poderes públicos”, continúa el investigador universitario. “Pero, ¿y los demás? Ya se ve que las soluciones de traslado al ‘streaming’ y los conciertos en línea no pueden de ninguna manera remplazar la experiencia de los festivales. Incluso en términos de concierto, por cada ‘happening’ en línea exitoso del grupo coreano TBS (800.000 espectadores, 20 millones de euros de ingresos), en junio pasado, ¿cuántas actuaciones gratuitas, por tanto ampliamente deficitarias, hay en toda la cadena de valor de la música o el espectáculo? Una inmensa mayoría”.
Fue Bachelot quien invitó a principios de octubre a los principales actores del circuito a los denominados Estados Generales de Festivales en Aviñón. Y quien detalló las ayudas de urgencia para la cultura, que integran un plan de relanzamiento para el sector de 2.000 millones de euros y llegan a los 5.000 millones si se cuenta el paro ampliado para los intermitentes del espectáculo y las otras ayudas transversales (actividad parcial, exoneración de tasas, fondo de solidaridad y préstamos garantizados). “Francia, al contrario de muchos países, ha puesto en marcha medidas de salvamento que, en parte, corren a cargo del ministerio de Cultura y sus direcciones regionales, el Centro Nacional de Música, aunque también, y es muy importante, las administraciones territoriales. Las regiones, departamentos y municipios han mantenido en gran medida sus subvenciones”.
Pero Négrier relativiza estas ayudas. “Sin embargo, los festivales no están salvados. Al revés, podemos pensar que algunos de ellos no sobrevivirán a una temporada 2021 que se anuncia bastante poco normal desde el punto de vista de las condiciones de acogida. Y tampoco hay que olvidar que el propio público, sobre todo su parte más popular, tendrá dificultades para conservar la misma intensidad o práctica, aunque el tema sanitario esté asegurado”.
De la crisis financiera a una crisis sanitaria en España
Se puede comparar con lo que ocurrió en España tras la crisis financiera de 2008 y de la deuda en 2012. Un puñado de festivales de artes escénicas y de músicas dichas eruditas desaparecieron, porque dependían de las administraciones públicas o directamente estaban organizados por ellas mismas. En cambio, el número de festivales de músicas actuales, aunque algunos sí que desaparecieron, se ha incrementado y también los dedicados al audiovisual porque su financiación es mayoritariamente privada y, en el segundo caso, las nuevas tecnologías los hacen menos caros.
“Durante la crisis económica los festivales artísticos más afectados fueron los más dependientes de los recursos públicos, dado el recorte de los presupuestos en cultura”, pone en perspectiva Tino Carreño, colaborador de Négrier desde la Universidad de Barcelona y autor de la tesis doctoral La gestión de los festivales en tiempos de crisis alrededor del período 2007-2013 en España. “En el caso de los festivales de música, no ‘sufrieron’ tanto dado que en su estructura de ingresos el peso de la taquilla era fundamental y los espectadores aumentaron año tras año. También era importante los patrocinadores y otros ingresos, como el consumo de los espectadores”.
Algo que ha cambiado totalmente, con la actual crisis sanitaria. «La incertidumbre y las medidas sanitarias que intentan evitar las aglomeraciones de personas y la reducción de la distancia física ha hecho que estos macrofestivales musicales hayan sido los más afectados ya que, por ejemplo, el Primavera Sound o los grandes festivales de la costa valenciana FIB, Rototom, Arenal Sound o Medusa se han tenido que suspender. En el caso de los grandes festivales de teatro o cine, normalmente con mucho peso de la administración pública, se han podido llevar a cabo con aforos reducidos o con formatos híbridos”.
¿Existe una vía de salida para estos macrofestivales? “Es una hipótesis, pero probablemente si las vacunas son efectivas volverán a celebrarse con el mismo formato integrando muchas más opciones B para adaptarse a posibles cambios”. Y siempre hay una parte que sale perdiendo. “Si se cierran muchas salas de conciertos debido a su no sostenibilidad económica, aumentará de nuevo el número de festivales porque presentan menos riesgo económico en relación a una programación estable”. En este sentido, salas de todo el Estado han hecho público el manifiesto #elúltimoconcierto donde denuncian su crítica situación.
Amputación presupuestaria de la cultura
Cabe recordar que, durante la Gran Recesión del cambio de década, las administraciones públicas españolas bajaron en un cuarto sus subvenciones culturales especialmente en el período 2011-12, según el estudio de Carreño. La financiación privada también había disminuido en un cuarto, pero el número de espectadores solo cayó un 7%. Y, por otro lado, el país había subido al tercer lugar del mundo en número de turistas atraídos por sus festivales. Este descenso de dinero público fue mucho más marcado por parte del gobierno central, que entre 2007 y 2013 redujo en casi la mitad su presupuesto en cultura y situó el porcentaje sobre el total en un raquítico 0,34%. Las comunidades autónomas también recortaron sus presupuestos culturales a la mitad, pero el porcentaje aun se mantenía en cerca del 1% y los municipios se erigieron como los más resistentes. En este sentido, los gobiernos de derecha del Partido Popular fueron los más entusiastas en la amputación de la cultura bajo el dogma de la austeridad.
Esta escabechina tuvo como efecto empobrecer la red de pequeños festivales que no tenían una vocación comercial o de gran público, sobre todo en las poblaciones pequeñas y medianas. Lo que reforzó el triángulo de zonas más urbanas Barcelona-Bilbao-Madrid, en detrimento de la diversidad y de los lugares más despoblados. Carreño, valenciano él mismo, amplía este triángulo a la costa de Castelló de la Plana y añade: “probablemente Madrid sea quien menos macrofestivales de música celebra”.
Por su parte, Négrier advierte sobre la tentación de las administraciones de dejar caer estas manifestaciones en nombre del libre mercado. “Se tiene que pensar dos veces antes de ceder a la idea de la buena purga ‘darwiniana’ que permitiría la selección natural y la supervivencia de los mejores. La ‘selección cultural’ no funciona en este modo”.
Un gasto por habitante por debajo de la media europea
Hay otro dato que ilustra muy bien lo que hacen los poderes públicos en cultura. Se trata de la inversión por habitante, comparándola entre países europeos. Con cifras de 2018 de la agencia Eurostat, la media de la Unión Europea es de 135 euros por habitante. España se encuentra por debajo, con 113 euros, y únicamente el Reino Unido (85), Italia (84), Portugal (51), Rumanía (38) y Grecia (26) están por detrás. Alemania está en 163, Francia en 211 y, sin sorpresas, son los países nórdicos los más comprometidos con Islandia en cabeza con 661.
En el caso concreto de Cataluña, y según el último estudio del Consejo Nacional de Cultura y las Artes (CoNCA) que se acaba de publicar, el presupuesto en cultura de todas las administraciones, Estado, Generalitat y ayuntamientos y diputaciones (1.073 millones de euros), aun no ha recuperado el nivel de 2010. Hace diez años, el gasto era de 167 euros por habitante. En 2019, únicamente ha retornado a 140 euros. En 2013, había caído a 109. El gobierno central ha dividido por cuatro su contribución durante esta década y actualmente solo es de 2 euros, la Generalitat la ha recortado en un tercio dejándola en 35 euros y son municipios y diputaciones los que la mantienen casi íntegra en 102 euros.
A principios de año, la industria cultural catalana presentaba pese a todo signos esperanzadores. Su cifra de negocio era de 45 millones de euros mensuales. Durante el primer confinamiento, esta cifra se hundió a 8 millones. Y, en julio, únicamente había subido a 25 millones. De hecho, la pérdida de afiliaciones a la Seguridad Social en el primer semestre fue de cerca del 9%, cuando para las empresas en su conjunto en Cataluña no sobrepasaba el 4%. Algo que explica que casi 6.000 empresas culturales y 53.000 de sus asalariados se hallaban en julio en paro parcial.
Músicos sin horizonte en 2021
La Academia Catalana de la Música contabiliza 4.000 conciertos anulados hasta septiembre, y pérdidas de 40 millones de euros. El 70% de los músicos no tienen ningún contrato ni firmado ni comprometido para el año que viene. El Anuario de la Música Catalana 2020, en su caso, indica una caída de la cifra de negocio del 90% y la pérdida del 94% de espectadores. El sector discográfico comunica una disminución del 65% en sus ingresos.
Por su lado, el Gremio de Cines alerta de que cada semana con las salas cerradas representa 450.000 euros de menos. Y el circuito teatral de Barcelona ha registrado 5.300 sesiones canceladas (510 espectáculos), 850.000 espectadores menos y una pérdida de 30 millones de euros.
En cambio, el número de abonados a las plataformas de internet en streaming ha crecido en la mitad. Netflix ha llegado a 2,7 millones de abonados, Amazone Prime a 1,2 millones y HBO a 639.000. La plataforma catalana Filmin, que ha negociado con un gran número de festivales de cine españoles la difusión de películas online, también ha ganado entre un 10 y un 15% de abonados. En total, el 62% de los catalanes están subscritos ahora a una plataforma digital de contenidos audiovisuales. Por otra parte, la demanda del libro digital se ha incrementado en un 410%.
Pero la progresión digital no compensa, todo lo contrario, el casi blackout del espectáculo en vivo. Y las ayudas públicas de urgencia al sur de los Pirineos aparecen como ridículas. “En el caso del ámbito privado y sobre todo en el sector musical, los propietarios están viviendo una maratón en la que tienen que poder resistir estos tiempos para después poder remontar una vez pasada la crisis pandémica y económica”, desea Carreño. “Habrá que ver también cuál es el efecto de las actuales ayudas de urgencia de la administración pública, que no son suficientes, y si existirá algún plan de inyección posterior en este sentido”.
Financiamiento y ayudas insuficientes
Los expertos del estudio del CoNCA identifican, a largo término, las fisuras: “la financiación deficitaria, la precariedad laboral, el alejamiento del sector cultural de la ciudadanía, el distanciamiento entre la política y la realidad cultural del país, la fuerte centralidad de Barcelona en detrimento de las periferias, las desigualdades de género y el cambio de modelo de negocio”. Y para alcanzar estos objetivos, se reclama “políticas culturales claras y consensuadas más allá de los mandatos parlamentarios, que permitan garantizar una buena financiación pública para los sectores”.
Está claro que estas ayudas de urgencia en Cataluña y España no son suficientes, desde el punto de vista de la crisis y de lo que hacen los países vecinos. El ministerio de Cultura español, después de los 75 millones de mayo, ha incrementado de 6 a 16,5 millones de euros las ayudas del Instituto Nacional de Artes Escénicas y Música (INAEM) para el año 2020. Y amplía hasta el 31 de marzo la posibilidad de acogerse a ellas.
La Generalitat, por su parte, ha anunciado 19 millones más que se añaden a los 30 millones de primavera y que se tiene que otorgar entre noviembre y diciembre. Los profesionales de la cultura, artistas y técnicos, por ejemplo, tienen derecho a una sola paga de 750 euros. ¿Por qué una ayuda tan esmirriada? Porque, en España, todavía no se ha puesto realmente en marcha el llamado Estatuto del Artista, equivalente al régimen de los intermitentes del espectáculo en Francia. Aun estamos así.
Para los restaurantes con salas de baile y las discotecas, que continuarán cerradas de aquí a la primavera que viene, la Generalitat ha decidido concederles una ayuda de entre 6.000 y 9.000 euros. Según los dos sindicatos catalanes del sector (FECASARM y FECALOM), que dicen dar trabajo a 200.000 personas, este dinero no llega a cubrir ni el 1% de sus pérdidas. Y se encomiendan, de momento, al paro parcial y a una exoneración de las tasas del Estado que esperan se amplíe hasta 2022.
Experiencias en Francia y en Europa
Existe una verdadera diferencia respecto a Francia, donde el Gobierno acaba de aprobar que las empresas, como los restaurantes y las discotecas, puedan acceder a una compensación que representa el 20% de su cifra de negocio y que puede alcanzar los 200.000 euros. Mientras que los trabajadores de temporada (como las estaciones de esquí) y otro tipo de personal subalterno recibirán entre noviembre y febrero de 2021 una ayuda de 900 euros mensuales. El paro de los intermitentes del espectáculo ya se había prolongado hasta agosto próximo.
A nivel europeo, Francia posee sus virtudes y sus limitaciones. En la ciudad alemana de Leipzig, en agosto, se experimentaron conciertos en una sala con 2.000 personas desplazándose y a quienes se les seguía el rastro y las superficies que tocaban más a menudo gracias a productos desinfectantes fluorescentes. Por su lado, la sala barcelonesa Apolo organiza a mediados de diciembre una noche de actuaciones con mil personas a quienes se les hará tests PCR y de antígenos antes y unos días después del concierto. Experiencias que sirven a Négrier para señalar con el dedo la falta de audacia en su país. “Francia ha abordado la crisis sanitaria con demasiadas certezas que se han enquistado en intereses corporativos en el seno del aparato del Estado. Pero lo que funciona en período estable puede ser terriblemente peligroso ante un fenómeno nuevo. Y la experimentación, en Francia, desgraciadamente se encuentra a menudo más en la punta de los labios que en las manos”.
Dándole la vuelta, el periodista cultural Michel Guerrin en su crónica semanal en el diario Le Monde replicaba sobre el asunto: “la Francia cultural resiste gracias a su modelo, encuadrado por el dinero público, y el Gobierno, que multiplica las ayudas de urgencia. Los gruñones tendrían que mirar lo que pasa en el extranjero. Ningún otro país, excepto Alemania, protege tanto la cultura en la tempestad”. Y, a partir de ahí, Guérin comparaba el modelo franco-alemán y europeo frente al anglosajón británico y norteamericano donde el dinero privado y los mecenas son casi los únicos que pagan. Pero, ahora, sus museos están vendiendo sus cuadros y sus esculturas, Broadway no abrirá antes de septiembre de 2021 y los cines en Estados Unidos pueden cerrar para siempre.
Su crónica, de todas maneras, se acababa por un informe alarmante de la OCDE: “los lugares culturales bien instalados saldrán de la crisis mejor que los millones de trabajadores independientes y artistas, ya que que la actividad se ralentizará en los dos o tres años que viene”.
La rabia de los independientes y de Laurent Garnier
Es aquí donde entra la rabia de los independientes de la cultura en Francia, siguiendo el ejemplo de la Llamada lanzada desde Lyon por la estructura Arty Farty que organiza las Nuits Sonores. Después de que la ministra Bachelot hubiera afirmado en Aviñón que el denominado mundo de la noche y las discotecas no entra en el espectro del ministerio de Cultura sino en el del Interior, el director de Arty Farty, Vincent Carry, publicó una tribuna incendiaria en el diario Libération en la que cuestionaba estos apriorismos y la jerarquía cultural: “cuando el sector está de rodillas y numerosas empresas y estructuras se preparan para desaparecer en el silencio y la oscuridad del toque de queda, es responsabilidad del ministerio de Cultura, como algunos regidores locales han empezado a hacer, recordar lo que estos centenares de artistas, estos lugares, estos acontecimientos, esta gran red de creación ha aportado a nuestro país, y no solo por su influencia cultural internacional (aunque desde hace treinta años, sin la cultura electrónica, esta famosa ‘influencia francesa’ hubiera sido más bien patética en materia de música, y lo mínimo sería acordarse de ello)”.
Y acababa, como combatiente de la cara oculta de la cultura, con este alegato: “hoy, el ‘dancefloor’ se ha convertido en un ring político, un terreno donde el debate, del MeToo al Black Lives Matter, desborda ampliamente el cuadro de los desafíos artísticos y estéticos, más allá de las cuestiones propias a la supervivencia de una escena o las libertades y coerciones relativas a la misma noche”.
Simultáneamente, el célebre dj Laurent Garnier publicaba en su blog otra misiva colérica dirigida a Bachelot en la que dejaba constancia que, para ellos, “la fiesta se había acabado y de esto hacía ya largos meses” porque su sector ya no forma parte del espectáculo en vivo, sino “del espectáculo muerto”. «La flagrante falta de consideración, la ignorancia proveniente de vuestro ministerio hacia el sector de la noche y de los clubs se interpreta claramente para muchos de nosotros como una forma de menosprecio incomprensible”, se quejaba el dj que puede presumir de ser uno de los embajadores de la French touch desde los años ochenta.
Zonas de urgencia de la fiesta
Tres meses antes, otra tribuna en Libération firmada por 170 músicos, djs y actores de la French touch, entre otros el mismo Laurent Garnier, Jean-Michel Jarre, la excompañera de Pierre Henry Isabelle Warnier, Étienne Crécy, Boombass de Cassius o el antiguo mánager de Daft Punk Pedro Winter, también buscaba llamar la atención de Bachelot. “En el transcurso de los años, el ministerio de Cultura se ha alejado progresivamente de centenares de compositores e intérpretes de músicas electrónicas, y ha preferido concentrar su atención y sus políticas culturales en segmentos más estrechos del prisma de la creación”, se leía en esta tribuna que ironizaba sobre el gusto conocido de la ministra por la música clásica al tiempo que recordaban al precursor francés Pierre Schaeffer hace setenta años y su música concreta anunciadora del sampler.
En el escrito se hacía valer que las músicas electrónicas representan cerca de quinientos millones de euros de cifra de negocio en Francia, o sea el 17% del mercado de las músicas actuales, y que dan trabajo a 100.000 personas directa o indirectamente, las cuales se hallan en su mayoría fuera del régimen de la intermitencia (el 60% son auto-empresarios), y los firmantes pedían “un plan masivo para el salvamento de los artistas con la creación de un fondo de ayuda” y la declaración de ‘zonas de urgencia de la fiesta”.
El peligro de monopolio de los grandes grupos
Queda Europa como socorro, aunque hace cuatro meses ya lo analizamos en otro largo dossier donde remarcábamos los bloqueos que existen a nivel supranacional. Además, las realidades culturales divergen de un país a otro como hemos constatado entre Francia y España. Négrier subraya, por ejemplo, que en Bélgica y Holanda las multinacionales, entre ellas Live Nation, disponen de una presencia mucho más importante que en Francia. Y tampoco hay que subestimar la voracidad de Vivendi y AEG.
“Europa, en materia de cultura, es menos un actor que un espacio de movilización”, precisa Négrier. “La dimensión colectiva ya supone una respuesta más apropiada, a través de plataformas cooperativas porque permite oponerse a los eventuales abusos de posición dominante. Pero esta dimensión colectiva choca también con la ausencia de reglas adaptadas a la situación de concentración, sobre todo en las músicas actuales. El problema es que la respuesta reglamentaria, la capacidad de regulación, de imposición de normas se hace a nivel nacional y, únicamente en algunos de los puntos claves, a nivel europeo”.
¿Cuál será la reacción de estos grupos cuando los festivales puedan volver? “Live Nation también ha perdido un 98% de su cifra de negocio en el primer semestre de 2020, pero estos grupos tienen la capacidad de ‘hacer su mercado’ en el ecosistema de festivales adquiriendo los acontecimientos que ya han identificado como objetivos desde hace años”.
“Se limitarán a hacer ofertas de compra coherentes con la posibilidad de explotar el mercado de uno u otro acontecimiento”, continúa el investigador. “Con la lógica de organizar giras en el territorio; y con la combinación de los beneficios que sacarán de sus estrategias de 360°, que comprenden el conjunto de los ingresos relacionados con el artista, del disco al concierto, y pasando por el llamado ‘direct-to-fan’ y los productos derivados”.
“El peligro, por tanto, no es el carácter omnívoro de los grupos industriales sino el abuso de una posición dominante, ligada a su influencia sobre cada uno de los eslabones de la cadena de valor musical”, avisa Négrier. Y, a nosotros, ¿nos quedarán todavía ganas de seguir bailando después de todo esto rozándonos los cuerpos unos contra otros?
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