El lento y tortuoso retorno de la cultura

ARCHIVO | El cine barcelonés Texas, de versiones originales, ya no volverá a abrir a causa de la pandemia
ARCHIVO | El cine barcelonés Texas, de versiones originales, ya no volverá a abrir a causa de la pandemia

RAFAEL VALLBONA. Con restricciones de aforo y horarios y sin un duro, la actividad cultural ha vuelto a teatros y salas de exposiciones con programaciones de perfil bajo y mucho miedo. La idea del cataclismo industrial se impone a la pulsión creativa. La incompetencia y el desdén de las administraciones ha hecho el resto.

Jordi Pujol menospreció la cultura en Cataluña porque creía que todos los artistas eran de izquierdas. Maragall la sedujo con la misma idea. La pandilla de Torra (con la impagable Mariàngela Vilallonga al frente) creen que la cultura es independentista, y han creído que moverían el sector a su antojo. A todos les salió el tiro por la culata, hecho que demuestra que, aunque en agonía, la cultura aun está viva.

El actual ministro del ramo, José Manuel Rodríguez Uribes (cargo fantasma porque la cultura está completamente transferida a las autonomías) ayudó a que Vilallonga y una larga ristra de regidores locales de cultura pensaran que, con una simple orden, era suficiente para acabar con una actividad que, desde el desconocimiento más abyecto (sic), consideraban altamente peligrosa para la propagación del virus maligno. También pensaban (o piensan) que los profesionales y creadores viven del aire.

La campaña #culturasegura como reivindicación

Desde el primer día, los representantes del gremio se pusieron en contacto con todas las administraciones para buscar fórmulas para mitigar el desastre que se les venía encima. Àlex Casanovas, presidente de la asociación de actores, me explicaba la situación en una frase: «a primeros de abril empecé a recibir llamadas de asociaciones que me decían: me quedan 50 euros para vivir». Sin ninguna protección jurídica ni laboral, y permanentemente bajo sospecha por parte de Hacienda, a primeros de mayo pasado el gremio de la cultura estaba en vías de extinción. Y con los bares cerrados no les quedaba ni el clásico recurso hispano de enrolarse como camareros.

En junio, con el descenso de los contagios, surgió la esperanza de un modesto retorno aprovechando festivales de verano y fiestas mayores. Fue una flor, y ya se sabe que una flor no hace verano. De fiestas mayores no se ha mantenido casi ninguna, no fuera caso que los regidores y las comisiones fiesteras tuvieran que hacer trabajo extra de prevención, que no luce. Los festivales, caseros, solo han sido una burbuja de oxígeno para unos cuantos y, a finales de agosto, todo volvía a cerrar. Así suplía la administración la imprevisión y la falta de recursos. Han hecho falta muchas reuniones, campañas en las redes como la popular #culturasegura y la constatación en la opinión pública de que, sin cultura, nos vamos todos al carajo, para permitir el retorno tímido y de perfil muy bajo de la actividad. Como me decía el pianista Jorge Sarraute: «tocaremos hasta morir y, una vez muertos, continuaremos tocando». Una excelente definición para explicar qué está pasando ahora mismo.

La incertidumbre de teatros y cines independientes

ARCHIVO | Los cuatro actores-cantantes-músicos de <em>Records a Broadway</em> (Recuerdos en Broadway), que se representa en el Almeria Teatre
ARCHIVO | Los cuatro actores-cantantes-músicos de Records a Broadway (Recuerdos en Broadway), que se representa en el Almeria Teatre

Los teatros presentaron temporada a primeros de septiembre, con gala televisada incluida. Sale barato tenerlos contentos. Los privados arriesgan como nunca, da el tenebroso efecto que algunos se lo juegan a todo o nada. El productor de un musical previsto para esta temporada tiene noventa personas contratadas, crucemos los dedos para él y el equipo. En los pequeños locales independientes, con cuatro gatos en platea, los magníficos cantantes-actores-músicos de Records a Broadway (Almeria Teatre), una buena muestra del incuestionable talento del teatro catalán, sobreviven patéticamente. Los teatros públicos tienen el presupuesto garantizado. Suerte. Para el resto, el panorama es desolador. Lo escenifican muy bien los actores de Records.

Al cabo de pocos días, las salas pudieron aumentar el aforo al 70% (con menos espectadores los números no salen). Ahora, sin embargo, les han vuelto a reducir y, además, tienen que  vaciar el local antes de las once de la noche. Según el gremio de exhibidores, con estos horarios y aforos la mayoría de cines acabarán cerrando a finales de año y, si quedan, solo proyectarán subproductos. Las majors no quieren estrenar las producciones taquilleras que ya tienen acabadas hasta garantizarse aforo y horarios. El ejemplo más reciente fue el anuncio del cierre de los históricos Texas, en Gràcia, que Ventura Pons había convertido desde 2014 en un punto de referencia para las películas en versión original.

La espada de Damocles sobre las salas de concierto

Está claro que lo tienen todavía mucho peor las salas de concierto. Demonizadas sin razón, llevan meses cerradas, y está por ver si espacios emblemáticos para la salud musical de Barcelona como Sidecar, Jamboree o Razmatazz volverán a abrir. Algunas de ellas ya insinúan de que no. Los promotores, técnicos y músicos han pasado de la indignación a la desesperación, y de aquí al silencio. Siempre habrá a quien ya le esté bien.

ARCHIVO | Tres cerámicas de la exposición histórica colectiva <em>El arte del vacío</em> en la galería Artur Ramon Art: Josep Llorens Artigas, Tàpies y Madola, respectivamente, y la segunda añadida en el último momento
ARCHIVO | Tres cerámicas de la exposición histórica colectiva El arte del vacío en la galería Artur Ramon Art: Josep Llorens Artigas, Tàpies y Madola, respectivamente, y la segunda añadida en el último momento

Las galerías de arte arrancaron con muchas ganas con un Barcelona Gallery Weekend en el cual destacaba la colectiva de cerámica contemporánea El arte del vacío (galería Artur Ramon Art, hasta el 27 de noviembre), y una fatua sensación de buenrollismo que no esconde la situación agónica de algunas salas históricas, como la Parés (abierta en 1847), que pueden bajar persianas en cualquier momento. En una línea similar, salvo la magnífica muestra Tàpies a los 30 en la Fundación Tàpies (hasta el 6 de junio de 2021), el resto de museos mantienen una programación muy discreta a la espera de tiempos mejores, cuando lleguen.

Con las bibliotecas inexplicablemente cerradas hasta no hace mucho, el sector del libro se sobrepuso durante el verano al crac de un Sant Jordi inexistente. Ha recuperado ventas hasta solo perder un 15% respecto al año pasado, pero la mayoría de editores han ralentizado las programaciones o las tienen en stand by, aunque confían en la campaña de Navidad para acabar el año con una cierta dignidad; eso que los gobernantes no tuvieron presente a la hora de clausurar la cultura, ya hace meses.

 

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