VICENÇ BATALLA. Ocho años después, el doctor David Cronenberg entrega una nueva película, Crimes of the Future (Crímenes del futuro), que es un condensado de sus obsesiones de cinco décadas como cineasta y, a la vez, una mirada clarividente de la época actual. Porque muchas de sus profecías se han cumplido y, ahora, sólo tiene que transfigurarse en el cuerpo de su protagonista, encarnado por Viggo Mortensen, para continuar con sus performances artísticas, como la que nos ha presentado en el Festival de Cannes (estreno en las salas francesas el 25 de mayo). Por su parte, Park Chan-wook, maestro del terror gótico surcoreano, se reinventa en Heoji Kyolshim/Decision to Leave (Decisión de partir) con una mayor inspiración que en sus intentos anteriores. En sesión de medianoche, asistimos al documental Moonage Daydream, dos horas y veinte minutos de viaje con David Bowie a partir de entrevistas e imágenes de conciertos, a menudo inéditas, en un calidoscopio del siglo XX montado por Brett Morgen y que contribuye a hacérnoslo aún más eterno.
Cronenberg, a sus 79 años, es plenamente consciente de su mortalidad. Y, por eso, retoma la ciencia-ficción que había abandonado tras eXintenZ hace ya más de veinte años para extraer todas las paradojas de una civilización que no para de buscar paraísos artificiales. En Crimes of the Future recupera un título que ya había utilizado para un mediometraje de 1969, pero con unos paradigmas distintos. Aquí se trata de un mundo que ha sido capaz de superar el dolor corporal a partir de transformaciones metabólicas y que ahora busca el placer, precisamente, en las operaciones quirúrgicas que los abren en canal para volver a cicatrizar después. Body-art en su máxima expresión, que ejercen Saul Tenser (la extensión en pantalla de Cronenberg, con un Mortensen crepuscular) y Caprice (una Léa Seydoux que le hace amor a distancia con estas incisiones).
El escenario está planteado y cualquiera puede imaginar algunos de los clímax visuales que esto brinda. Sobre todo, cuando se trata de extraer tumores autogenerados que se exhiben como objetos de arte. Algunas de estas imágenes ya han quedado grabadas en la retina de los espectadores de esta edición. Pero el objeto de estas performances no es sino denunciar el tráfico del cuerpo humano en que se ha convertido la ciencia. Y también el doble juego moral de algunos de los científicos y funcionarios del Estado, como el rol interpretado por Kristen Stewart, que también intenta seducir a nuestro protagonista, atraída por un sexo que se practica sin anestesia.
No estamos lejos de Videodrome o Crash, algunas de las cumbres del canadiense. La diferencia estriba esta vez en que Cronenberg deja aquí su testamento en forma de este artista que se ha expuesto a toda clase de experimentos con el cuerpo y que no buscaba más que perpetuarse en el tiempo espiritualmente, una vez que la carne ya se ha traficado completamente. Tampoco es una casualidad que el plástico sea en esta cinta capital para entender las transformaciones ecológicas a las que todos estamos sometidos en la actualidad. Es posible que parte de estas ideas, en un rodaje que se llevó a cabo el pasado verano en Grecia, se queden por el camino y que los personajes laterales no acaben de desarrollarse plenamente, pero Cronenberg nos lega un territorio cinematográfico exclusivamente suyo.
Park Chan-wook se ha decidido también a explorar otros territorios desde su éxito mundial Oldboy, Gran Premio del Jurado de Cannes en 2004. De aquel conglomerado de acción, terror y precisión clínica ha querido pasar a un tipo de gore más transcendente. Ya lo era en Thirst, donde el cuerpo y la inmortalidad tenían, a su vez, un papel destacado sin que el ensayo fuera redondo. Menos inspirado fue La doncella (The Handmaiden), un cuento de sadismo a la europea que se perdía entre continentes.
Con la nueva Decision to Leave, Park se muestra más sobrio y los asuntos criminales de su protagonista inspector no son, de hecho, más que el telón de fondo de la encendida relación, entre la sospecha y la atracción culpable de él, con la esposa china a la que vigila tras la muerte accidental de su marido. Es esta ambigüedad, donde el realizador ejemplifica en escenas entre el sueño y la realidad, en que la cinta consigue su mayor encanto. Y con el peligro, no siempre resuelto, de que el equilibrio entre thriller y melodrama se acabe rompiendo en favor del segundo.
David Bowie, en voz y alma
Alguien que ya no está, como el icono del pop David Bowie, que nos dejó en 2016, se mantiene vivo en sus canciones y sus imágenes. Los más de cinco millones de archivos que conservan su familia y colaboradores de la estrella han servido para que Brett Morgen, que ha tenido acceso a ellos, haga el documental de excepción Moonage Daydream, título de una de las canciones del legendario álbum Ziggy Stardust de 1972. Morgen ha estado seleccionando los archivos durante cuatro años y ha dedicado otros dieciocho meses al sonido, la animación y el color del film. Porque el montaje es un collage, con la voz y las actuaciones del Duke mezcladas con hitos cinematográficos del siglo XX y comenzando incluso con una cita sobre Nietzsche del propio Bowie.
Más allá de las secuencias de conciertos inéditas hasta ahora y de un compendio de sus entrevistas (no hay en la cinta otra voz más que la suya), el realizador le confiere el estatuto de referente no solo del pop sino de la cultura de masas del siglo XX. Es, eso sí, una gran producción a cargo de Live Nation que Universal anuncia para noviembre, con el apoyo de la plataforma HBO. Por lo pronto, pudimos disfrutarla con todas las posibilidades del sonido del Gran Teatro Lumière y la presencia a medianoche de un Morgen que subió la alfombra roja saltando al ritmo del Let’s Dance.
* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2022
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