VICENÇ BATALLA. Nos resulta más fácil comentar la alegoría francesa y casi inmaterial de The French Dispatch, de Wes Anderson, que la enloquecida escapada de Petrov’s Flu (La fiebre de Petrov), de Kirill Serebrennikov. Pero empezaremos por la astracanada del ruso, al que por segunda vez consecutiva las autoridades de su país le han impedido salir para venir a presentar una película en Cannes. Su conferencia de prensa, a través de Zoom, se convirtió en otra forma de reivindicación contra la persecución judicial a la que está condenado por sus obras, aunque oficialmente de le acuse de desvío de caudales. Ya experimentó esta situación en el Festival de Aviñón de 2019. En contraste, el norteamericano Anderson, adoptado por París, ha estilizado más que nunca su lenguaje cinematográfico en su film, también a competición. Rebosante de estrellas americanas y francesas, su película ya había sido seleccionada para abrir el frustrado festival del año pasado. Dos películas atrapadas en el tiempo, pero por motivos diferentes.
Comienzan las casi dos horas y media de La fiebre de Petrov y ya vemos una ejecución sumarísima de milicianos contra lo que se supone que son responsables políticos o económicos rusos. Sin pretenderlo, participa en ella el protagonista del film, Petrov (Semyon Serzin), que ha sido apeado de un autobús en el que viajan los personajes más estrambóticos de esta sociedad rusa, o postsoviética, como si Dostoievski, los describiera en el siglo XXI. El tobogán de situaciones cada vez más increíbles, empezando por las imágenes en color que se transforman en escenas en blanco y negro y viceversa, no cesa en ningún momento teniendo como único hilo conductor para asimos esta gripe que arrastra al protagonista y que contagiará también a su familia, como una premonición más de los tiempos pandémicos, aunque la cinta se rodara con anterioridad.
El realizador Kirill Serebrennikov se basa en la exitosa novela de 2017 del mismo título (traducida al francés, y sin versión en español, el año pasado por Les Syrtes como Les Petrov, la grippe, etc.), de Aleksei Salnikov, y cuya acción transcurre en Ekaterimburgo, en los Urales. Lo que leemos del argumento de esta novela es, en realidad, una actualización de los males que afectan al alma rusa: pesimismo, melancolía, metafísica. Al comienzo pensamos que, tal vez, el director nos llevará por los caminos enloquecidos de, por ejemplo, otro eslavo como Emir Kusturica en Underground, folklore y punk locales incluidos. Pero Serebrennikov se deja ir por la propia irracionalidad del relato y las imágenes se vuelven, a menudo, incomprensibles y caóticas, lo que impide seguir con claridad qué nos está explicando.
Del Festival de Aviñón a Zoom
En estos casos, quizá sea mejor recordar sus espectáculos en Aviñón: una adaptación teatral de Los idiotas, el film de Lars Von Trier, a cargo de su compañía moscovita del Teatro Gogol, y Outside, con la misma compañía pero él ya ausente, en 2019. En Outside, por ejemplo, su conexión con el joven y ya desaparecido fotógrafo chino Ren Hang, perseguido también por las autoridades de su país por la osadía de sus cuerpos desnudos, dio pie a estampas sobre lo que significa estar encerrado entre cuatro paredes, con texto, coreografía y un grupo de rock en directo. En esta obra, la conexión con el público fue más orgánica y visceral, a pesar de que ya entonces estuviera bajo arresto domiciliario, a la espera de juicio.
En 2018, por ese mismo motivo, ya no pudo acudir a presentar en competición en Cannes su más clásico Leto, una maravillosa evocación en blanco y negro de músicos new wave de los años ochenta en San Petersburgo. En agosto del año pasado fue condenado a tres años de prisión por desviar 1,8 millones de euros del teatro público Gogol, aunque la aplicación de la pena quedó en suspenso. Una trampa que el régimen aplica a personas molestas como él. Ya no permanece en arresto domiciliario, pero continúa sin poder salir del país. Él dice que lo que realmente molesta a las autoridades es su defensa de los derechos del colectivo LGTB.
Mediante la plataforma Zoom, Serebrennikov sí que estuvo presente virtualmente en la conferencia de prensa este martes en Cannes. ¿Qué dijo? “Ya no me encuentro en arresto domiciliario. Mi situación es mejor que la que tenía hace tres años, cuando presenté ‘Leto’ y ni siquiera podía hablar por una pantalla interpuesta. Ahora ya estoy acostumbrado, me he convertido en un personaje Zoom”. En Francia, pese a todo ello, su nueva película se estrenará el uno de diciembre; en España no hay fecha.
Un americano en París/Angulema
En cambio, Wes Anderson no quiso participar ni personalmente en la tradicional conferencia de prensa, pese a haber subido la alfombra roja la noche anterior con los actores y actrices de su película. Solo Terrence Malick, otro realizador estadounidense, no pisó la alfombra roja ni dio conferencias de prensa por sus films a competición El árbol de la vida (no fue ni siquiera a recoger la Palma de Oro), en 2011, y Vida oculta, en 2019. De hecho, Anderson tampoco ha concedido ninguna entrevista.
Sorprende, porque The French Dispatch (sin fecha de estreno en España, pero traducida ya como La crónica francesa; en Francia sale el 27 de octubre) es, precisamente, una declaración de amor del de Texas a su país de adopción durante buena parte del año. Además, se da la circunstancia de que ha estado esperando pacientemente un año para mostrar el film, puesto que en mayo de 2019 ya lo tenía a punto. Lo rodó en Angulema, la ciudad conocida por su festival internacional del cómic, donde reunió a un puñado impresionante de estrellas del cine y mandó construir decorados sobre las pendientes de la ciudad de la Charente. Hizo un decorado de cómic, como en los diferentes capítulos de la película, que se se desdoblan como páginas ilustradas de una revista en diferentes formatos y estéticas. Bautiza a la ciudad con el nombre de Ennui-sur-Blasé (irónica pero simpáticamente: Aburrimiento sobre el Tedio), mezcla de una urbe como París y una ciudad de provincias como Angulema.
De Bill Murray a Léa Seydoux
De la multitud de estrellas que participan en el film, por la alfombra roja pasearon, para hacerse una idea, Bill Murray, Tilda Swinton, Adrien Brody, Benicio del Toro, Owen Wilson, Mathieu Amalric, Timothée Chalamet… incluso Jarvis Cocker, quien ha compuesto el tema original de la película, Aline. Faltaban, aparte de Frances McDormand y Elisabeth Moss, sobre todo Léa Seydoux, que debía presentar cuatro películas en Cannes (con France, de Bruno Dumont, y The Story of My Wife, d’Ildiko Enyedi, también a competición), pero que ha tenido que quedarse en casa por dar positivo por Covid.
Para entender la propuesta de Anderson, The French Dispatch es el nombre de un dominical que se ha trasladado de Kansas (sede del diario madre) a Francia para ofrecer cada semana reportajes a fondo de todo tipo (una emulación del New Yorker). Su redactor en jefe (Bill Murray, actor fetiche del realizador) fallece y el periódico se ve amenazado por el cierre. Pero, mientras eso sucede, se desplegarán cuatro episodios visuales como cuatro pequeñas películas sobre los diferentes contenidos de la revista: guía turística en bicicleta, retrato de un artista contemporáneo encerrado en un asilo-prisión para locos; recreación de una suerte de Mayo del 68 con tableros de ajedrez en lugar de barricadas; trama entre gastronómica y mafiosa, que acaba, precisamente, con una historieta animada.
Es decir, ahí están todos los recursos de un artesano como Anderson quien, a partir de una idea de Roman Coppola, alcanza posiblemente el cenit de cuanto ha hecho hasta el momento. Lo que plantea el interrogante sobre si será capaz de encontrar otra vía de representación cinematográfica a partir de ahora. Pero, por el momento, es un auténtico placer dejarse llevar por esta festiva y adictiva postal de un mundo que, aunque no exista, nos deja soñar.
* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2021
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