VICENÇ BATALLA. Una musa generada por inteligencia artificial como modelo para una pintura al óleo, un ambiente de ingravidez para poner a prueba nuestros sentidos visuales y acústicos, un emoticono gigante para expresar un sentimiento colectivo en un espacio de la ciudad determinado. Estos son algunos de los proyectos que el inquieto científico catalán Albert Barqué-Duran ha puesto en marcha durante los últimos años en su afán de congeniar mundo académico, arte y tecnología. Y a través de sus ciudades de residencia Barcelona, Londres y Berlín. Activista We Are Europe 2019, Barqué-Duran asistió a la pasada edición del Sónar esta vez como espectador para descubrir otras propuestas relacionadas con su universo y esta fue nuestra conversación sobre su trabajo en movimiento.
“La diferencia conmigo es que, mientras en el mundo académico siempre se ha tenido como único objetivo publicar en revistas científicas, yo intento que haya otros formatos a explorar a través de performances, obras de arte o exposiciones”, nos explica el recientemente treintañero Barqué-Duran a quien la entrada en una nueva década en su edad no le ha hecho perder su aspecto de joven profesor universitario con pelo largo, barba y gafas redondas en un entorno digital donde la gente no para de seguir las modas. A contracorriente en las aulas más clásicas y en los festivales electrónicos donde prima la imagen, el científico-artista se inmiscuye en los intersicios que él tanto aprecia para desarrollar unas obras que siguen buscando calificativos para definirlas: ¿new media art? ¿arte digital? ¿creatividad artificial?
Su formación posuniversitaria en la City, University of London, Harvard y Cambridge es en ciencias cognitivas, interdisciplina en la que se cruzan la psicología, la neurología, la lingüística y cada vez más la tecnología. Pero, al mismo tiempo, durante su adolescencia en la pequeña ciudad de Mollerussa, en Lleida, recibió cursos de pintura y escultura en una formación cercana a las bellas artes. Toda esta amalgama se empezó a plasmar en sus Neurocapsules, entre 2013 y 2015, para el diario El periódico de Catalunya con artículos ilustrados donde recurría al surrealismo para expresar sus teorías. Algo que amplió a su llegada a Londres con Updating the surrealist movement donde seguía inspirándose de maestros como Dalí para su reflexión sobre el funcionamiento del cerebro con el advenimiento de los ordenadores e internet.
“Quizás sea una percepción totalmente subjetiva, pero creo que muchas de las cosas que se hacen en el ámbito académico no llegan lo suficientemente rápido a la gente para que puedan adaptarse”, sigue comentando Barqué-Duran sobre su necesidad de no quedarse encerrado entre cuatro paredes ilustres ahora que ha pasado a ser Honorary Research Fellow de la City, University of London. Seguramente, por ello, también es profesor en el Lacuna Lab de Berlín, un laboratorio de ideas en pleno barrio alternativo de Kreuzberg, y este año abre un curso de tecnologías creativas en la Universitat de Lleida, el primero en España.
Surrealismo digital
Durante su doctorado, ya entró en contacto con el Creative Reactions dependiente de la Universidad de Londres en torno al cual pululan otros académicos más veteranos que ya hace tiempo que facilitan pasarelas entre ciencias y arte, en la llamada creatividad computacional. Así surgió en 2016 Albert vs. Machine, donde Barqué-Duran se enfrentaba a una máquina bajo el apodo The painting fool que había ideado junto al profesor Simon Colton. Se trataba de saber cuál de los dos, si humano o programa, ganaba el reto de ser mejor pintor.
“El proyecto tuvo mucho sentido durante los meses en que se desarrolló, pero una vez acabado quedó claro que no era el camino a seguir”, admite el propio implicado. “Es decir, el hecho de buscar la batalla entre hombres y máquinas. Lo que me motivaba desde un punto de vista académico o de investigación, o como artista puro y duro, no era esta confrontación sino encontrar las sinergias, la simbiosis hombre-máquina para llegar a producir performances u obras de arte que, de otra forma, sería imposible”.
Después de otro proyecto londinense A.I. thoughts, taking Polaroids, en que el universitario tomaba durante un mes diariamente una instantánea retratando en este caso a un investigador que trata de diseñar lo que él denomina un robot moral, llegó el momento de concebir un espectáculo en sí mismo que pudiera ser representado en un certamen popular y alcanzara a un público amplio. Aquí empieza la estrecha relación entre Barqué-Duran y el Sónar+D y su proyección más internacional. Ese primer espectáculo fue My artificial muse, presentado en 2017.
“En este proyecto se trataba de saber si, a partir del concepto tan clásico y pasado de moda de la musa inspiradora, se podía generar una musa artificial”. Lo llevó a cabo junto al alemán Mario Klingemann, artista de códigos y algoritmos, quien creó una red neuronal para que la propia inteligencia artificial proyectara en dos dimensiones un cuerpo desnudo que sirviera de modelo. El pintor, sobre una tela de 4×2 metros, era Barqué-Duran que durante los tres días del festival fue confeccionando al óleo ese lienzo gigante delante de los visitantes y con la música que se generaba también en función de los sensores pegados a su cuerpo compuesta por Marc Marzenit.
El original elegido fue Ophelia, cuadro de 1851 de John Everett. La inteligencia artificial lo que imaginó fue el abstracto cuerpo tendido de una mujer que llevaba al pintor a sumergirse más bien en el expresionismo. “La BBC lo consideró como un ‘milestone’, un cambio paradigmático en la historia del arte”, nos destaca el autor que sigue llevando el espectáculo por todo el mundo y, en cada ocasión, la musa digital y su lienzo resultan distintos.
Imaginando un arte ingrávido
Al cabo de un año, Barqué-Duran se proyectaba al espacio y desplegaba en el Sónar+D una carpa de doce metros de diámetro, 360 grados y sonido inmersivo bajo el nombre The Zero-Gravity Band. “Queríamos saber cómo cambian las percepciones estéticas en condiciones de gravedad cero, es decir fuera del planeta Tierra; y cómo cambia la mera producción artística, tanto musical como visual, en estas condiciones”, nos resume como intenciones. “Era un proyecto muy futurista, que intentaba hacernos reflexionar sobre qué impactos culturales pueden haber en el momento en que decidamos vivir fuera de nuestro planeta”.
El proyecto fue fruto de un año, junto a laboratorios donde se recrea la microgravedad con vuelos parabólicos como el MIT Media Lab Space Exploration Initiative de Boston. Allí los chilenos Nicole L’Hullier y Sands Fish han ideado el telemetrón, un instrumento en forma de dodecaedro transparente con unas campanillas electrónicas en su interior que provocan un sonido vibrante y ondulado en función de cómo se mueva el objeto. Solo suena en condiciones de ingravidez, de la misma manera que los instrumentos convencionales no funcionan fuera de la Tierra.
Dentro de la carpa, durante los siete minutos de espectáculo se inducía a esas sensaciones de ingravidez con estímulos visuales y auditivos. Y los que lo probamos tuvimos reacciones diferentes, sin que en nuestro caso nos produjera vómitos como parece que a algún visitante le ocurrió. El hecho es que los responsables del proyecto trabajaron sobre el llamado sistema vestibular, situado detrás de las orejas y que regula las sensaciones de verticalidad, de estar de pie o tumbados o de marearnos. Lo realizaron gracias a la colaboración de Elisa R. Ferrè, directora del Lab Vestibular Multisensory Embodiement de la Universidad de Londres.
“Había gente a quien le gustaba experimentarlo con el cuerpo tumbado en el suelo y mirando al aire, y otros que se situaban justo en el centro de la cúpula e incluso se cogían de las manos con sensaciones un poco esotéricas”, recuerda Barqué-Duran de esa edición 2018. “Así como investigamos cómo afectaba la microgravedad a nivel visual, lo que nos interesa ahora es cómo afecta a nivel auditivo y qué tipo de música nos gustaría escuchar en condiciones de gravedad cero”, apunta Barqué-Duran que musicalmente volvió a apoyarse en Marc Marzenit, un productor que se mueve entre la clásica y la electrónica y que curiosamente también es de la ciudad de Mollerussa. Ambos y Klingemann, además, iban vestidos por los alumnos de la escuela de moda IED de Barcelona con unos anchos atuendos circulares.
Emoticones y control en la red
Del mundo virtual de internet procede la última propuesta de Barqué-Duran que investiga las emociones en la red, a través de la reproducción de un emoticono gigante como Ultimate emoji. Se presentó en el último Mobile World Congress, en la sede del Disseny Hub de Barcelona. Gracias al departamento Memes del Nokia Bell Labs estadounidense, se estudió cuáles eran estas emociones entre los visitantes en el museo del diseño. Y, de ahí, surgió impreso en 3D un emoticono de un metro y medio de diámetro a cargo de la empresa barcelonesa Noumena. Nuestro artista-científico lo pintó en directo aparte de componer él mismo una banda sonora ambiental.
“En el mundo digital, ¡qué mejor que una escultura con formato de emoticono para expresar estas emociones!”, subraya su autor que precisa que el proyecto se puede adaptar a cada ciudad y a un emoticono diferente en función del espacio. “Se puede imaginar, como en un sistema de lenguaje, de qué manera los emoticones se transforman y se equiparan con el sistema biológico a nivel evolutivo. Cada día, utilizamos unos emoticonos más que otros. Como ocurre a nivel genético que ciertas especies se extinguen, puede pasar lo mismo a nivel digital. Algunos de los que se crearon, por falta de uso o porque no expresan con precisión las emociones, desaparecen. Y otros van mutando, como los sistemas biológicos y genéticos. Circulan de generación en generación y se perpetúan”.
Uno piensa en la longevidad del smiley, que apareció con la revolución acid house. Pero, llegados a este punto de la conversación, es necesario darle la vuelta a la visión feliz de la revolución de la inteligencia artificial. En realidad, ¿los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) que ya controlan el ochenta por ciento del tráfico por internet no lo están convirtiendo en una nueva forma de capitalismo más perfeccionado almacenando toda nuestra información y emociones?
“Es un tira y afloja entre las grandes instituciones y el usuario. Y hay un sesgo tremendamente profundo. Porque son las grandes instituciones las que poseen el ‘big data’ y quienes son capaces de situarse en estos niveles de metadatos que les proporciona una perspectiva mucho más global de lo que está sucediendo. Y, sobre todo, de cómo está sucediendo. A nivel conceptual, lo que consiguen es cifrar cuáles son las emociones que nosotros expresamos en el mundo digital. Y, si uno sabe cuáles son, existe la posibilidad de utilizarlo desde un punto de vista puramente capitalista para sacarle el máximo rendimiento”.
Por tanto, Barqué-Duran no elude la cuestión aunque se sitúa en un nivel más conceptual. “El hecho de me guste trabajar con elementos más filosóficos o de percepción humana, porque es lo que estudié en mis investigaciones universitarias, hace que no me concentre tanto en las implicaciones políticas y lo haga más sobre las individuales”. Lo que no es óbice para que reconozca que es más pesimista que optimista y dependiendo del día.
Berlín versus Londres
Dependiendo también de la ciudad desde donde se lo mire. Ahora su residencia más estable es Berlín, pero solo temporalmente. Y sorprende que diga que los colaboradores los tenga en todos los sitios menos en Berlín, donde otra inquieta artista como la estadounidense Holly Herndon se ha instalado para desarrollar su robot de inteligencia artificial Spawn a quien ha enseñado a cantar para su último álbum PROTO y que pudimos ver en un maravilloso concierto en este Sónar.
Hay una razón para que Barqué-Duran se refiera así a Berlín. “A lo mejor es un poco polémico lo que diré. La escena cultural de Berlín me ha sorprendido mucho, pero quizás no positivamente… He entendido el funcionamiento de esta ciudad cultural y artísticamente que desconocía, y que está bien en mi ruta europea. Aunque, tal como lo percibo, el sistema es de muchísima producción underground pero con una calidad que no es alta. Puede que sea una condición necesaria. De toda esta producción, evidentemente, habrá unos pequeños diamantes que sí que sobresaldrán. Proyectos tremendamente potentes, con sentido, que después se extenderán fuera y crecerán aun más”.
Entonces, le pregunto, ¿Berlín es una especie de laboratorio? “Es una ciudad muy experimental a nivel cultural”, admite. Y reincido sobre si en la capital británica hay menos cantidad y más calidad: “si se hace una comparación un poco gruesa, sí. Digamos que, lo que llega al público en Londres en general, es mucho más selectivo que lo que se pueda encontrar en Berlín. Ha pasado muchos más filtros artísticos”.
Desde esa mesa de bar en la que estamos de uno de los niveles del Sónar+D en el recinto de Montjuïc, rodeados de ingenieros, informáticos, hacktivistas, músicos y artistas de todo pelaje y generaciones, la visión de Europa pese a todo tampoco puede ser tan pesimista. Barqué-Duran trabaja para que no sea así.
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