RAFAEL VALLBONA. Cuando acabé de escribir el ensayo Fundido a negro. la gloria y el infierno de una generación, dediqué una mañana a vagar sin rumbo ni motivo por el inmenso universo de YouTube. Era un simple pasatiempos, un deambular digital que no tengo por costumbre, pero que, lo reconozco, durante las largas semanas de encierro en casa he practicado de vez en cuando.
Aquel mediodía me encontré con una versión impagable de Camino Soria, el clásico de Gabinete Caligari, interpretado por el dueto Jaime Urrutia/Eva Amaral en el escenario del castizo Joy Eslava. Para mí, es una de las grandes canciones de la época de la movida madrileña. Envié el enlace a mi hija Teresa (1982, periodista dedicada a la comunicación cultural) y me respondió que había estado todo el día con la canción enganchada en los labios, y que «la música de vuestra generación pasará a la historia, y la de la mía no por el derrumbe de la industria y la rapidez en quemar ídolos de las redes sociales». Copié aquella frase y el enlace, y los envié a algunos amigos de mi quinta. Todos estuvieron entusiasmados en volver a escuchar aquel tema que ya empezaba a perderse en la memoria colectiva. Fue en 1987 cuando lo publicaron, teníamos 20 y pico.
Aquella misma tarde les envié un correo titulado Un encargo, donde les pedía que me hicieran su banda sonora generacional. Este es el resultado. No pretendo establecer un canon, ni hacer unos grandes éxitos, ni pontificar sobre música. Solo quiero dibujar un fresco sobre la realidad de la música de la generación que llenó de juventud España como nunca había pasado antes. Es la realidad de cada uno de los amigos que han colaborado y, como es evidente, la realidad tiene tantas caras como personas la miran, y todas son igual de aceptables y tienen que ser respetadas. El mundo es así, y así lo canta la generación de los años sesenta.
Canciones de la piel y el alma
Los cantautores poéticos y comprometidos, catalanes y de cualquier rincón del planeta, son una columna fundamental en la educación sentimental de este personal. En cierta manera se puede considerar herencia de la generación anterior, pero es que la conquista de la libertad es un anhelo transversal que, a menudo entre líneas, las canciones de autor acercaban al imaginario de los jóvenes de la época.
Laura y Viatge a Itaca, de Lluís Llach, forman parte de la radio mental del realizador de documentales y Premio Ondas Josep Morell (1960) y de la editora Adriana Pujol (1960). Morell también añade He mirat aquesta terra, de Raimon. El escritor y periodista Albert Calls (1966) escoge asimismo a Raimon, Jo vinc d’un silenci: «de todas las canciones del cantautor valenciano es la que más me conecta con la realidad que vivió la generación de los padres y la de los abuelos. Su letra es pura poesía”. Eso que decíamos de la conexión intergeneracional. Una cosa similar pasa con Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat, un tema que pertenece a otra añada juvenil, pero que la calidad y el mensaje universal lo han convertido en un hit global.
Homenatge a Teresa, de Ovidi Montllor, y A Margalida, de Joan Isaac, retratan a la perfección dos momentos (postguerra y asesinato de Puig Antich) que conforman parte del terreno minado en que se mueve esta quinta. El pedagogo y profesor universitario Enric Prats (1959) las incluye en la lista de «las que oficialmente tenían que gustar».
Qualsevol nit pot sortir el sol de Jaume Sisa viene a decir que los sueños se pueden hacer realidad. La magia de la canción, la belleza de la melodía y el transportar al oyente al mundo de la infancia de los tebeos y las estrecheces, la erigen en la canción que, creíamos muchos, retrata de una forma tierna e inteligente la generación del baby boom. El gestor cultural Xavier Moreno (1959) dice: «mi imaginario fantástico de tebeos e historietas, de películas y series de televisión reunidos en una canción, surgida en una época que estallaba en la juventud y tenía muchas ganas de fiesta».
Los cantautores internacionales afloran también por el mismo motivo hereditario que citábamos anteriormente. Enric Prats tiene una larga lista, alguna compartida con otros encuestados: Ma liberté (Georges Moustaki), Andaluces de Jaén (Paco Ibáñez) –Adriana Pujol dice Palabras para Julia–, Yolanda (Pablo Milanés), Las cuatro y diez (Luís Eduardo Aute), ella dice Al alba en versión de Rosa León o Suzane (Leonard Cohen).
También Te recuerdo Amanda (Víctor Jara) «una de las canciones que más me emocionan», dice Xavier Moreno, que añade asimismo la balada Here’s to you (de Sacco y Vanzetti), por Joan Baez, y Prosopo me prosopo, de la griega Eleftheria Arvanitaki. Más Cohen, Take this waltz, dice Josep Morell, yo adjunto I’m your man y Adriana Pujol Dance me to the end of love.
No soy nadie para poner etiquetas, pero me quedan toda una serie de cantantes que, quizás en algún momento fueron considerados cantautores, pero que hoy son inclasificables y parte esencial de los soundtracks intelectual y emocionalmente más exigentes. La lista abraza desde Jaques Brel, Amsterdam, a Pau Riba, un imprescindible.
Mar adentro, Desafinado (Tom Jobim/Joao Gilberto),Voglio vederti danzare/Yo quiero verte danzar (Franco Battiato), Hurricane o Like a rolling stone (Bob Dylan), y el cantautor que hizo entender a los de los sesenta que la vida es perra, está hecha de sueños rotos, pero que cantarlos ayuda a vivir; el Tom Traubert’s blues (Waltzing Matilda), de Tom Waits, ha obtenido mayoría (con permiso de Downtown train).
It’s only rock ‘n’ roll (but I like it)
Los grandes nombres del rock que irrumpen en la escena musical y social de los sesenta son los principales referentes generacionales, como el grito doloroso de Janis Joplin en Me and Bobby McGee. Entre las canciones escogidas está Have you ever seen the rain (Credence Clearwater Revival), Sympathy for the devil (Rolling Stones), Hey Joe (Jimi Hendrix), Light my fire, Riders on the storm y The end (The Doors) o Starman i Space oddity (David Bowie). Todas son canciones enfrente de las cuales hay que hincar la rodilla en el suelo y cantar, como hice un sábado por la tarde en la estación de la calle 14 escuchando la brillante interpretación de un músico del metro de NYC.
La lista es larga y sé que nos dejamos muchos, qué le vamos a hacer: Rockin’ all over the world, de los incombustibles Status Quo, la impresionante Layla, change the world, o Tears in heaven, de Eric Clapton. «Esta balada demuestra hasta qué punto la música llega a conmover. Desde la primera nota te golpea en el corazón», dice Albert Calls.
Y, claro, no puede faltar Bruce Springsteen. Josep Morell es incapaz de escoger una sola canción, para él el álbum Nebraska (grabado en el garaje de su casa) es imprescindible. Yo, sprignsteniano de la primera hora gracias al magisterio del añorado Jordi Tardà, impongo The river, Born in the USA, Born to run i Thunder road, situada el el puesto 86 de las mejores canciones de todos los tiempos de Rolling stone:
Xavier Moreno reivindica la psicodelia sinfónica de Tarkus, de Emerson, Lake and Palmer, yo añado el Canterbury sound de Soft Machine (sobre todo Six) y Albert Calls tira hacia los clásicos: Another brick in the wall, Pink Floyd. «Es un canto a derribar todo aquello que nos reprime, nos aísla o nos limita. Me hace pensar en las luchas que se han producido a lo largo de la historia para romper un ritmo monótono e impuesto”, dice el periodista y escritor de Cabrera de Mar
Pero no todo es mente y alma. Hay una colección de canciones con caña guitarrera, metálica y dura: Highway star (Deep Purple), Wind of change (Scorpions y un emocionante himno al nuevo mundo sin muros), Can the can, de la olvidada Suzy Quatro, o una de aquellas que encajaría en una oración colectiva para funerales, Starway to heaven (Led Zeppelin).
Todos tenemos un pasado
Confesar que te gusta una canción tradicionalmente considerada comercial, pegajosa o de una calidad lamentable era un pecado original muy mal llevado, hasta que un día alguien a quien todos lo tenían por serio, intelectual de izquierdas y comprometido, se dejó ir en medio de una pista y lo petó. Aquella madrugada se acabaron las manías, y todo el mundo sacó sus gustos más grotescos del armario: Te amaré, Miguel Bosé; Un beso y una flor, Nino Bravo; Il giardino proibito/El jardín prohibido, Sandro Giacobe; Adesso tu, Eros Ramazzoti; Stayin’ alive, Bee Gees; Rivers of Babylon, Boney M; You’re the one that i want, BSO Grease; I will survive, Gloria Gaynor; o Hot stuff, Donna Summer, conforman un precioso y colorido mosaico de secretos inconfesables hasta que se confesaron y, libres de prejuicios, todo el mundo los ha continuado canturreando sin manías. De entre los encuestados -adivinad cuál es el monstruo de cada uno- se impone el Waterloo de Abba.
Somos lo que somos
Hasta esa época, el hecho de que canciones de pop y rock cantado en catalán y español formaran parte de una lista de gustos musicales era una excentricidad. Ya hemos citado al principio Gabinete Caligari, pero hay muchos más: homenaje a los tíos con Black is black, Los Bravos, y Si yo tuviera una escoba, Los Sírex. Y ya mirándonos el ombligo el Rock de una noche de verano, de Miguel Ríos; Gitanitos y morenos, de Gato Pérez; Maquillaje, de Mecano; No estamos lokos, de Ketama; o Ei Joan!, de los Ja T’ho Diré forman parte de la playlist de Xavier Moreno. «Mi vida y mi imaginario no los puedo construir sin la presencia permanente, en momentos muy significativos, de Menorca». Una declaración de principios generacionales.
Para Josep Morell, otro menorcófilo, su catálogo es: Quiero beber hasta perder el control, Los Secretos; Rock and roll en la plaza del pueblo, Tequila; Ai Jean Luc, Els Amics de les Arts; Mescalina, Los Rebeldes; i El boig de la ciutat, Sopa de Cabra, otro himno transversal, en este caso hacia la generación posterior. Vamos construyendo vínculos.
La lista de Adriana Pujol aun es más larga. Comparte el tema de los Tequila, pero después se va hacia Camarera de mi amor, versión de la Orquestra Plateria (Enric Prats tira por el Pedro Navaja); Malos tiempos para la lírica, Golpes Bajos; Boig per tu, Sau; Hoy no me puedo levantar, Mecano; Aviones plateados, El Último de la Fila; Si vens, Ja T’ho Diré (otra vez) y el incomparable Ramoncín, con Hormigón, mujeres y alcohol.
La juventud heavy de Albert Calls estalla con Los rockeros van al infierno, de Barón Rojo. Yo adjunto Agradecido, de Rosendo, pero su argumentario es demoledor: «de mi juventud ‘metal’ este tema es quien se lleva la palma. La letra define la esencia roquera», asegura.
Escuela de calor, Radio Futura; Entre dos aguas, Paco de Lucia; y una insólita y fiestera Chocolate per tutti, de Huapachà Combo, conforman la lista de Enric Prats, que suple la escasez de autores locales con una retahíla de italianos que no deberían olvidarse: Gelato al limon, De Gregori y Dalla; 1983, Lucio Dalla de nuevo; Pane e sale, Zucchero; y Azzurro, un tema de Paolo Conte que popularizó Adriano Celentano, «cantando en español en discos Belter», decía la portada del EP.
Está claro que quedan muchos en las listas que amablemente me han facilitado todos ellos. Tampoco se trataba de hacer una enciclopedia, que el mundo ya está lleno de sabios en posesión de la razón absoluta. Solo quería decir que somos una generación a quienes la música ha iluminado, y que entre todos nosotros, con los gustos diversos y dispersos, hemos compuesto un imaginario universal de cancionero que, según dicen los jóvenes que nos prosiguen, «pasará a la historia».
Sinceramente, con que forme parte de nuestra historia ya tenemos suficiente. Y nos lo pasamos muy bien rememorándolos en nuestros viejos platos, en los caducados lectores de cd o, haciéndonos los modernos que no somos, en Spotify o YouTube, como hice yo algunos días de este confinamiento mientras asistía, con banda sonora propia, al ocaso final de la generación de los niños y niñas nacidos en los años sesenta escuchando, entre otros, a Keith Jarret.
Leer el ensayo Fundido a negro. La gloria y el infierno de una generación
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