VICENÇ BATALLA. En una edición virtual de los 32 Rencontres de Toulouse Cinélatino, la visión en pantalla pequeña (a través de un streaming siempre caprichoso) da una imagen deslumbrante y oscura a la vez de la cinematografía latinoamericana. Tanto en contenidos artísticos como por la forma cómo hemos tenido acceso a la selección de los doce largometrajes de la competición oficial. Algunas de estas composiciones ofrecían cuadros sublimes sobre los pueblos indígenas de México o Bolivia, o estrechas callejuelas en secuencias nocturnas de barrios olvidados de Argentina o Brasil. También recreaciones históricas del exterminio de poblaciones autóctonas en la Tierra del Fuego chilena, en Blanco en blanco de Théo Court, que se llevó el primer premio de un jurado que deliberó por pantalla interpuesta. Como nos decía el realizador argentino Mariano Llinás desde Toulouse en la edición del año pasado, no es lo mismo ver estas imágenes en una sala en pantalla grande que en dispositivos cada vez más pequeños. No se trata de la misma experiencia cinematográfica, aunque el momento de confinamiento sea el apogeo de las series televisivas. Algunas de estas luces y sombras habrá que volver a verlas en cine algún día.
Uno de los casos más flagrantes de esta escala deformada entre lo que imagina el realizador cuando está filmando y, luego monta la película, y las condiciones en la que lo ve el espectador es el de la bella cinta Santuario, del mexicano Joshua Gil. Situada en las montañas de los indios en Oaxaca, atenazados entre la violencia de los cárteles del hachís y la violencia del ejército, el film juega con el panteísmo y la mística de estas poblaciones que chocan con un mundo externo cuyo único lenguaje es el materialismo. Y así lo lleva a las imágenes el director, en unos planos que recuerdan la fuerza sensorial del tailandés Apichatpong Weerasethakul pero con un trasfondo más político.
No siempre comprendemos todo el desarrollo de la trama, llena de pasajes oníricos, aunque la originalidad y sorpresa de estas imágenes nos transportan hacia un mundo que vale la pena recorrer. Actores y actrices son autóctonos y hablan su lengua propia, lo que realza todavía más esa sensación de misterio. No en vano, tanto la prensa internacional de FIPRESCI como la francesa del SFCC coincidieron en otorgarle su galardón, después de que Santuario estuviera presente en la pasada Semana de la Crítica de Venecia. Y tampoco es por casualidad que Gil ya participara como cámara asistente en la opera prima de su compatriota Carlos Reygadas Japón y, en los créditos finales, entre los agradecimientos también figure Mariano Llinás.
Mundos paralelos, de Oaxaca al Titicaca
Más sobria en su caso, con el añadido de la elección del blanco y negro, es Sirena, del boliviano Carlos Piñeiro. En este su primer largometraje, Piñeiro nos transporta a unos años ochenta atemporales en una isla del lago Titicaca donde vive la comunidad de los aymara. Indígenas que también siguen sus tradiciones y consideran suyo el cuerpo de un ingeniero ahogado en el lago porque así lo han querido los dioses. El contraste entre sus costumbres ancestrales y la incomprensión del jefe de la expedición, racionalista y con un concepto del tiempo que no le deja margen, provoca incluso instantes de comicidad. Aunque el espíritu de la película es fundamentalmente contemplativo, en la línea del efecto inmanente buscado en su momento por Andreï Tarkovsky. Es de agradecer esta indagación fílmica por parte del colectivo Socavón Cine que Piñeiro forma junto a Kiro Russo.
No consiguen ni mucho menos el mismo tipo de efecto otras tres cintas que pretenden asimismo parecerse a referentes del cine contemporáneo, pero se quedan por el camino. Es el caso de La paloma y el lobo, del mexicano Carlos Lenin, cuya historia de amor imposible en el Nuevo León natal del realizador entre violencia y explotación laboral de los protagonistas se hace enmarañada y con demasiados planos innecesarios. No siempre se puede captar esta atmósfera tan especial de suspensión de tiempo y espacio que logran ciertos directores orientales.
A Rodantes, del brasileño Leandro Lara, le ocurre todo lo contrario. De tanto movimiento y flashbacks sin parar de los tres personajes principales se hace agotador seguir sus itinerarios cruzados. El de tres inmigrantes en un Brasil racista, clasista y homófobo. Lara parte de tres historias reales y es una lástima que no las dejara respirar y desarrollarse con mayor naturalidad.
Por su parte, Un animal amarelo, del también brasileño Felipe Bragança, peca de esos tics del cine intelectual en que las historias y los diálogos aparecen forzados para intentar explicarlo todo en las dos horas de la película. Entre Brasil, Mozambique y Portugal, la denuncia de un sistema económico colonial y mercantilista es una epopeya fallida. Y eso que Bragança ha trabajado como guionista para alguien inspirado como Karim Aïnouz.
Adolescencia y niñez en Corrientes y Sao Paulo
Conviene destacar otro film que, partiendo de un lugar conocido por la realizadora y la simpleza de captar el vaivén de unas actrices no profesionales, es un ejemplo de cine realista que transciende y se hace universal. Estamos hablando de Las mil y una, de la argentina Clarisa Navas. En su segundo largometraje (el primero fue Hay partido a las tres, en 2017), se queda en el polígono de Las Mil Viviendas de Corrientes, cerca de la frontera con Paraguay, para cámara en mano acompañar a la chica protagonista aficionada al baloncesto en el descubrimiento de su homosexualidad cuando se interesa por otra chica enigmática y no convencional. Entre medio, su familia y sus hermanos se resisten también a ser formateados por las normas de género. Hay mucha sensibilidad, verdad y frescura en este retrato de uno·a·s adolescentes que, pese a la hostilidad del entorno en el que habitan, buscan entender cuáles son sus sentimientos. De forma merecida, se llevó una de las menciones del jurado.
No llega a la misma sutileza ni destreza cinematográfica, pero conserva esa mirada inocente Helen, del brasileño André Mereilles Collazi. Aquí, la protagonista es una niña que vive con su abuela en un suburbio de Sao Paulo. Pese a la pobreza, la familia desestructurada y una policía corrupta, la mirada de Helen mantiene la esperanza y contribuye al equilibrio de unos adultos sometidos a un régimen que les maltrata.
Estragos de la inmigración y el capitalismo moderno
Al norte del continente, en esa frontera que separa a ricos de parias entre Estados Unidos y México el largometraje Sin señas de identidad, de Fernanda Valandez, ahonda en las tragedias sociales que supone allí la ruta de la inmigración. Los mismos mexicanos se ven enfrentados a los cárteles cuando jugándose la vida intentan llegar a territorio estadounidense. El film opera como un círculo vicioso en el sí de las propias familias y la inoperancia de las autoridades para conseguir atender a las víctimas. Pese a elementos en el guión que no acaban de convencer, la cinta obtuvo el Premio del Público en el festival de Sundance en el que supone el primer largo de la realizadora.
Modesta en su planteamiento, pero eficaz en su resolución, resulta Planta permanente, del argentino Ezequiel Radusky. Con la colaboración en el guión del más conocido Diego Lermán, el microcosmos de una dirección provincial de obras públicas en Argentina es el escenario apropiado para contar un caso de manual de la actual clase política parásita y vampira bajo la capa de una comunicación gentil. Es decir, a las órdenes del dinero independientemente de sus siglas. Y que sufren los trabajadores que les hacen las tareas esenciales. El film funciona perfectamente en este sentido, con unos personajes sencillos que se pelean entre ellos en esta lógica perversa propiciada por el poder y gracias también a la excelente interpretación de la protagonista encarnada por Liliana Juárez.
El testimonio culpable de la historia chilena
Desafortunadamente, otra película que busca analizar la descomposición de la clase media chilena y que venía precedida por el principal premio el año pasado del programa Cine en Construcción auspiciado por Cinélatino como es Algunas bestias, de Jorge Riquelme Serrano, decepciona e incluso irrita. Uno de los actores protagonistas, Alfredo Castro, junto a la popular Paulina García, lo es asimismo de Blanco en blanco. ¡Qué diferencia! En Blanco en blanco, es un pilar central para una historia tan dura.
Castro interpreta en el film de Théo Court, que se alzó con el primer premio del jurado, a un fotógrafo que desembarca en las tierras indómitas del sur de Chile a principios del siglo XX para fotografiar a la futura esposa todavía niña de un terrateniente al que no vemos nunca y que representa invisible la culpa de un país que se asentó sobre la aniquilación de los indios selknam. En un gran ejercicio estilístico de western sudamericano, Court transforma progresivamente el carácter del fotógrafo fascinado por esa niña mujer en el testimonio cómplice con la cámara del genocidio. La cámara, nos recuerda Court en una brillante escena final donde se va apagando poco a poco la luz, no es neutral sino que arrastra su propia responsabilidad.
Es lo que falla en Algunas bestias, porque Riquelme se recrea en los males de las tres generaciones de una misma familia en la actualidad aislada en un paisaje inhóspito del mismo sur chileno sin que esa cámara sea capaz de distanciarse de esos males. Al contrario, los explota hasta hacerlos inverosímiles y gratuitos y convertir el papel de Castro en una caricatura de personaje detestable. Y terminar en un registro de melodrama de serie B. No se entiende el premio New Directors que recibió en el pasado Festival de San Sebastián.
Nos queda por relatar Ya no estoy aquí, del mexicano Fernando Frías de la Parra, y que narra la aventura de un chico de Monterrey fascinado por la kolombia, una adaptación más lenta de la cumbia colombiana que practican los terkos. La pudimos visionar cuando ya habíamos redactado el artículo, porque está coproducida por Netflix y la plataforma la distribuye en todo el mundo a partir del 27 de mayo. Nos llegó finalmente el enlace y pudimos disfrutar de esta cinta que es una inmersión entre los adolescentes de la capital de Nuevo León a partir de esta música que mezcla la sensualidad de la cumbia con registros del rap y un baile en forma de pájaro flexionando las rodillas como si estuvieran a punto de echarse a volar.
El personaje principal, Ulises (encarnado por Juan Daniel Derek García Treviño), se vale de esta tribu urbana para aislarse de la violencia del lugar aunque se acaba viendo obligado a huir a Estados Unidos. En Nueva York, vive una historia paralela que se explica de forma alterna en el film pero tampoco logra adaptarse al entorno. Frías de la Parra, que consiguió la financiación de Netflix por esta parte estadounidense, juega con los contrastes, los bailes de los protagonistas que son los propios terkos y la reflexión generacional en un país agitado por las desigualdades y las bandas. Es más cruda e intensa en este sentido Las mil y una, aunque el cuadro de Ya no estoy aquí también es pertinente.
Por ello, recibió una segunda mención del jurado. Y, al estar integrada en una de las grandes plataformas, se beneficiará de una distribución universal inmediata en pleno encierro. Una cuestión de suerte. Un jurado en el apartado de ficción que estaba formado por el realizador argentino Pablo Agüero, la programadora española de la Berlinale Paz Lázaro y la productora francesa Marie-Pierre Macia. Y, en todo caso, queremos agradecer a todo el equipo de Cinélatino que haya hecho posible que siguiéramos viendo los títulos aunque fuera de manera virtual y desearles un festival en directo el año que viene.
PALMARÉS CINÉLATINO 2020
FICCIÓN
Gran Premio Coup de Coeur: Blanco en blanco, de Théo Court (Chile)
Menciones Especiales del Jurado Coup de Coeur: Las mil y una, de Clarisa Navas (Argentina); Ya no estoy aquí, de Fernando Frías de la Parra (México)
Premio FIPRESCI (crítica internacional): Santuario, de Joshua Gil (México)
Premio SFCC (crítica francesa): Santuario, de Joshua Gil (México)
Premio CCAS (de los electricistas y el gas): Algunas bestias, de Jorge Riquelme Serrano (Chile)
Premio Rail d’Oc (de los ferroviarios): Helen, de André Mereilles Collazi (Brasil)
DOCUMENTAL
Premio del Jurado: Mapa de sueños latinoamericanos, de Martín Weber (Argentina)
Premio SIGNIS (Asociación Católica Mundial para la Comunicación): Sete anos em maio, de Alfonso Uchôa (Brasil)
CORTOMETRAJE FICCIÓN
Premio Revelación: El silencio del río, de Francesca Canepa (Perú)
Mención Especial: Receita de caranguejo, de Issis Valenzuela (Brasil)
Premio Courtoujours: La bruja del fósforo paseante, de Sofía Carrillo (México)
Premio Courtoujours (mención especial): Antílope, de Diego Murillo (Venezuela)
CORTOMETRAJE DOCUMENTAL
Premio SIGNIS: Mi otro hijo, de Gustavo Alonso (Argentina)
Premio SIGNIS (mención especial): Mamapara, de Alberto Flores Vilca (Perú)
Premio CCAS (de los electricistas y el gas): Mi otro hijo, de Gustavo Alonso (Argentina)
CINE EN CONSTRUCCIÓN 37 (contribución al montaje definitivo y su distribución y exhibición)
Premio Cine En Construcción Toulouse: 50 o dos ballenas se encuentran en la playa, de Jorge Cuchi (México); Karnawal, de Juan Pablo Félix (Argentina)
Premio Especial Ciné + En Construcción: 50 o dos ballenas se encuentran en la playa, de Jorge Cuchi (México)
Premio de los distribuidores y exhibidores europeos: El otro Tom, de Rodrigo Plá (México); Memory house, de João Paulo Miranda Maria (Brasil)
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