VICENÇ BATALLA. La misma jornada en Cannes nos llevó a competición dos maneras de jugar con el thriller, con los maestros estadounidense Quentin Tarantino y surcoreano Bong Joon-ho. Tarantino presentaba Once upon a time … in Hollywood, una reescritura del agitado 1969. Bong, Gisaengchung (Parásitos), una mezcla de filme social y de horror. Y gana el surcoreano por una mayor coherencia y malicia.
Empezamos por Once upon a time …in Hollywood, noveno filme de Quentin Tarantino si contamos Kill Bill como uno solo. Cincuenta años después del fin del sueño hippy, con un festival de Woodstock que se acabó como el rosario de la aurora y la matanza de Manson, que asesinó en Hollywood, entre otros, a la actriz y esposa de Roman Polanski, Sharon Tate. A nivel cinematográfico, además, para Tarantino 1969 es antesala de un 1970 en el que se produce el cambio del viejo al nuevo Hollywood. Finaliza la dorada época de las series de televisión y se inicia un cine más adulto sacudido por todos estos traumatismos.
Antes de que los periodistas empezáramos a visionar su filme, rodado en 35 milímetros y apenas salido de la sala de montaje, un portavoz del festival nos leyó un comunicado del realizador en el que nos emplazaba a no efectuar ningún spoiler para no “frustrar las sorpresas con las que se puedan encontrar los futuros espectadores”. Nosotros cumpliremos esta demanda, aunque no es ningún secreto que el director no se ciñe a las historias reales en sus últimas películas, sino que se permite la licencia como autor de reescribirlas.
Y este es el 1969 de Tarantino en la meca del cine: llena de televisión de género, del western a las series policíacas pasando por el horror. Y junto a películas de glamour, pero también de otras de serie B. Y, al otro lado del Atlántico, los spaguetti western rodados en Roma y Almería. Leonardo DiCaprio es uno de esos actores comodín, protegido por su doble en las escenas de acción, Brad Pitt. Pero el personaje de DiCaprio se encuentra, precisamente, en plena crisis por este cambio de sociedad y registro. En el lado opuesto, la familia Manson en unas cabañas desvencijadas con un montón de chicas hippies que adoran a su gurú. Una de las mejores escenas de la cinta convierte uno de estos encuentros en una especie de western californiano.
Y, en medio, la inocente Sharon Tate (Margot Robbie) que comienza a despegar como actriz. Y vecina, con Polanski, de nuestros dos protagonistas. Y dejamos la trama aquí. El hecho es que la violencia que existe y explota, como no podía ser de otro modo en un film Tarantino, no nos produce el mismo efecto que nos producía hace ya varias películas. Hay seguramente menos diálogo, siempre ingenioso, pero lo que no convence es el desenlace en sí mismo.
En este sentido, Puro vicio de Paul Thomas Anderson, basado en el libro de Thomas Pynchon y situado en el año 1970, propone una visión menos cándida, conformista e idílica de aquella época. Nos queda, de todos modos, como siempre la excelente banda sonora de 1969 que se abre con el Bring a little lovin’ de Los Bravos. La película se estrena en España el 15 de agosto como Érase una vez… en Hollywood.
Los niveles de riqueza en Corea del Sur
Bong Joon-ho regresa a su país, después de la aventura Netflix hace tres años con Okja, que estuvo en competición, pero que no se estrenó nunca en las salas francesas. Motivo por el que la dirección del certamen cambió las reglas para que, si se daba el caso, se impidiera esta presencia en competición. Inicio de la guerra Cannes-Netflix.
Pero el surcoreano no ha perdido nada de su mirada quirúrgica sobre los males contemporáneos, que acompaña de su increíble virtuosidad. En Okja, eran los Organismos Genéticamente Modificables (OGM). En la anterior Snowpiercer (Rompenieves), que ya contaba con un elenco de actores internacionales, el tren quitanieves que no se detenía nunca en un planeta apocalíptico se dividía entre las clases de atrás que eran esclavizadas y las delanteras que vivían con las mejores condiciones y disponían del poder.
En Gisaengchung (Parásitos), este esquema se repite entre los barrios populares con sótanos insalubres de Seúl y las partes ajardinadas con las casas de los ricos. Los cuatro miembros de la familia Ki-taek no tienen dinero, pero sí mucho ingenio. Y lo aprovechan para introducirse uno a uno en la vida de una de estas familias ricas. De ahí, la traducción del título. Pero esto sólo es la primera parte de la película, porque con Bong hay también siempre la parte del horror. Este horror es un horror de clases y de las clases pobres entre ellas mismas. En un mundo, como el milagro económico surcoreano, en el que la diferencia entre ricos y pobres cada vez es mayor y a estos últimos se les hace creer que su felicidad consiste en imitar a los de arriba.
La cinta tiene un cierto paralelismo con la ganadora de la Palma de Oro del año pasado Un asunto de familia, del japonés Hirokazu Kore-eda. En ambos filmes, se trata de familias que tienen que utilizar la imaginación para sobrevivir rompiendo las convenciones si hace falta. Pero Kore-eda se centraba solo en su familia recompuesta y el espectador lograba identificarse con los personajes. El mecanismo aquí de Bong es de una precisión total, utilizando al mismo tiempo los géneros social y de misterio sin que chirríe y también buenas dosis de humor. Esto, a cambio, de empatizar algo menos con sus personajes. Un elemento que nos hace ser menos unánimes que el resto del público, que le dedicó uno de los mayores aplausos hasta ahora del festival.
Visitas: 242