VICENÇ BATALLA. El tailandés ganador ya de una Palma de Oro Apichatpong Weerasethakul (a quien sus allegados conocen como Joe para acortar) ha vuelto a la competición del Festival de Cannes con una de sus películas sin concesiones. Y, por primera vez, ha salido de su país para filmar en Colombia Memoria, con la británica Tilda Swinton. La escapada sudamericana de Weerasethakul es de una radicalidad, y a la vez fascinación, que la aleja completamente del resto de los títulos presentes. No nos atrevemos a decir que sea el mejor film del festival, pero sí que va más allá en su planteamiento visual y sonoro que ningún otro. Y de eso hablaron Joe, Swinton y los actores colombianos en la rueda de prensa a la que asistimos.
Paralelamente, el marroquí Nabil Ayouch ofrece en Haut et fort (Casablanca Beats) un pedazo de vida alentador de los jóvenes en esta ciudad a partir del rap, las coreografías y sus testimonios a flor de piel. Por su parte, en Nitram, el director australiano Justin Kurzel y un Caleb Landry Jones inquietante nos habla con amargura de la génesis de la violencia en su país; el belga Joachim Lafosse desarrolla de forma farragosa los traumas de la bipolaridad en una pareja en Les Intranquilles (Las intranquilas); y el francès Bruno Dumont se equivoca completamente en su intento de parodiar a los medios de comunicación con su France, y Léa Seydoux encarnándola. Y así llegamos a las 24 películas a competición, a la espera de la deliberación del jurado presidido por Spike Lee.
En 2010, cuando ganó la Palma de Oro con Uncle Boom recupera sus vidas pasadas, una experiencia cinematográfica hipnótica en la jungla tailandesa que lo situaba definitivamente como el cineasta más vanguardista de su generación, hicimos una pregunta a Apichatpong Joe Weerasethakul en la rueda de prensa, porque parte de la financiación de la película procedía de la productora catalana de Lluís Miñaro Eddie Saeta. Y, en esta edición, volvimos a preguntar a Joe por su experiencia en Memoria con los actores locales Elkin Díaz y Juan Pablo Urego, junto a la magnética Tilda Swinton y un pequeño papel también de la francesa Jeanne Balibar. Prefirió no contestar directamente para ceder la palabra a los actores.
El más veterano Elkin Díaz nos explicó que Joe le había enseñado a “ver el mundo de una manera simple, poética y bella”. “Que quedará en mi memoria”, añadió. El más joven, Juan Pablo Urego —que acaba de interpretar el papel del hijo del médico en El olvido que seremos, de Fernando Trueba, en un registro bastante más clásico—, tomó la palabra para denunciar la represión de las protestas juveniles en su país: “la juventud está luchando por sus derechos y los están matando en las calles. Están asesinando a líderes sociales, líderes ambientales”. El día antes, mientras ascendían por la alfombra roja, ambos actores exhibieron una pancarta con el mensaje SOS Colombia.
El ¡bang! de ‘Memoria’
Por su parte, el realizador tailandés observa y reserva a la esfera privada sus posiciones personales (en Tailandia también ha habido revueltas contra la dictadura y la monarquía; y probablemente eso ha sido la causa de que haya rodado fuera de su país). Así, cuando habla de su nueva película se limita a circunscribirse a su trabajo artístico, al que considera universal más que coyuntural.
Porque, si de alguna cosa trata Memoria, es de la acumulación de elementos humanos, orgánicos y terrenales, que nos ha hecho ser tal como somos y de la posibilidad de volver a conectar con un mundo donde pasado, presente y futuro no se pueden separar tan fácilmente. En el aspecto visual, como dicen los franceses, se trata de un objeto no identificado, un ovni.
“No soy un realizador político”, contesta cuando le preguntan sobre la violencia que azota a Colombia desde hace años. “Para mí, se trata de experimentar un sentimiento, especialmente como extranjero. Pero no quiero ofrecer una explicación”. Viajó por primera vez a Colombia en 2017 y, junto con Swinton, se planteó hacer, precisamente, un largometraje como forasteros. “Pensábamos que teníamos que elegir un país donde nos sintiéramos extranjeros y donde pudiéramos abrir nuestros sentidos, cambiar nuestro espíritu”. Y, respecto a la adaptación al castellano, que Swinton acaba utilizando durante un buen rato, la aproximación también fue intuitiva. “En vez de fijarme en el significado, lo que me interesaba era el tono, y el silencio”, resume Joe.
De hecho, frente a las típicas imágenes hipnóticas de Weerasethakul (primero, con planos fijos de la ciudad de Bogotá, en hospitales y recintos universitarios; y, después, en los bosques camino de Medellín), la novedad de su última cinta está en la importante labor de sonido, que se convierte en central por el acúfeno que, como un ¡bang!, oye de vez en cuando Jessica Holland/Tilda Swinton. El propio director dice que vivió esos ruidos en su oído en un momento determinado.
Ese ¡bang! (con un curioso pasaje en un estudio de grabación) preside una película más panteísta que nunca, en la que los espíritus no son solo hombres y animales, sino también árboles, piedras y la conciencia natural. Después de un confinamiento pandémico como el que todavía estamos viviendo, Joe da esta explicación: “Se trataba de simular algo así como una muerte, el cese de la narrativa. En realidad, parar de pensar. Solo escuchar y ser… Como una especie de renacimiento del cine, también”.
Describir más elementos del film es un ejercicio que se aproxima, por tanto, a la dificultad de la palabra. Aún más con un final tan sorprendente como el que se produce. Cada año, el jurado puede inventarse un premio especial y, en este caso, la cinta se merecería claramamente uno. Además, Weerasethakul comenta que, tal vez, no volverá a hacer más películas, y que se dedicará preferentemente a su actividad como videoartista. En estos momentos, precisamente, mantiene abierta en el Instituto de Arte Contemporáneo de Villeurbanne, en Lyon, la videoinstalación Periphery of the Night, que se puede visitar hasta noviembre. Para las salas francesas y las de España no hay aún fecha de estreno para Memoria, pero esperemos que se anuncie después de su debut en Cannes.
El ‘Casablanca Beats’, de Nabil Ayouch
Con un registro cinematográfico completamente diferente (aunque Weerasethakul citó la influencia de Yasujiro Ozu, Steven Spielberg, Hou Hsia-hsen, Buster Keaton y, sobre todo para Memoria, de la cinta Vaudou (1943), de Jacques Tourneur), el marroquí Nabil Ayouch ofrece en Haut et fort (Casablanca Beats) la película más auténtica del festival. Lejos de la historia demasiado forzada de Les Olympiades, y el intento multicultural en París de Jacques Audiard, Ayouch filma a los adolescentes del centro cultural Sidi Moumen, que él mismo contribuyó a fundar. Fue poco tiempo después de los sangrientos atentados del 2003 en Casablanca, que tuvieron como epicentro la Casa de España. Los kamikazes procedían de ese inmenso barrio de barracas en los suburbios de la ciudad.
Pero el realizador no hace una película de la miseria, aunque la cuestión de los atentados también se aborda, sino que toma a un rapero real, Anas Basbousi, para hacerse cargo de un grupo de chicas y chicos que también rapean y bailan sus propias canciones y coreografías. Y en medio de este film musical, se escuchan sus testimonios reales. Con imágenes, de vez en cuando, de los jóvenes en sus casas, con sus familias y de las casas del laberíntico barrio. Con la música y los diálogos, se entrelazan las temáticas del entorno, sus penurias, las relaciones entre sexos, la religión, las ganas de salir de allí.
No hay nada falso. Se nota que Ayouch lo ha vivido desde dentro y no necesita recurrir a artificiosidad alguna. El conjunto, también en el aspecto coreográfico, tiene la fuerza de la espontaneidad, como si el Bronx de Spike Lee tuviera su relevo en el Sidi Moumen de Casablanca. El realizador ya nos tenía acostumbrados a filmes incisivos e incómodos para la monarquía alauita, como el del mundo de la prostitución en Much Loved (2015), inédita en España, a pesar de que sí se han estrenado otras películas anteriores y posteriores. En Francia, Casablanca Beats se estrena el 10 de noviembre.
La violencia latente de ‘Nitram’, de Justin Kurzel
El australiano Justin Kurzel regresa con Nitram al cine de la realidad tras su desafortunado Macbeth, a competición en Cannes en 2105, y Assassin’s Creed (2016), versión en pantalla grande del videojuego del mismo nombre, que tuvo una fría acogida en las taquillas. También pasó inadvertida La verdadera historia de la banda de Kelly (2020), inédita en Francia. En cualquier caso, en Nitram el peso de la acción recae sobre un actor en erupción como es el norteamericano Caleb Landry Jones (hermanos Cohen, Brandon Cronenberg, Jordan Peele, Sean Baker, Jim Jarmush…), quien, además, mantiene una carrera paralela en el circuito de rock independiente. Su mera presencia, física y de carácter, en este retrato sobre la formación de una personalidad violenta, de su inestable entorno familiar y de una población hostil, llena completamente la película que documenta la deriva del joven. El mejor momento es el de su encuentro con la vecina Essie Davis, tan al margen del mundo como él. Pero ese rato dura poco, y luego continúa con el descenso a los infiernos.
El film vale por el análisis de este carácter, del actor y del momento que precede a la tragedia, que tampoco es lo que más interesa a Kurzel, que prefiere mantenerlo en un segundo plano. Así descubrimos que no solo en Estados Unidos la venta de armas es una frivolidad, sino que en Australia las cosas tampoco se han solucionado pese a las leyes. De momento, Nitram no tiene fecha de aparición ni en Francia ni en España.
Las fallidas ‘France’ y ‘Les Intranquilles’
El imprevisible Bruno Dumont empezó a gustarnos cuando encontró el humor en el norte de Francia en la serie El pequeño Quinquin (2014). En la película La alta sociedad, a competición en Cannes en 2016, mantenía esa mezcla de provincianismo e ironía. En el musical Jeannette, la infancia de Juana de Arco (2017), nos cansó, pero en su continuación, también musical, Jeanne (2019) volvió a atraparnos.
Pues bien, en France vuelve a decepcionarnos profundamente. Lo que al principio de la cinta se presenta como sátira del mundo de la televisión y de los medios de comunicación en general, con el papel estelar de Léa Seydoux, se transforma rápidamente en una caricatura de esta denuncia y del propio personaje, al que Dumont pretende dotar de complejidad. De las risas de un montaje con el presidente Emmanuel Macron en el Eliseo, pasamos a las escenas bastante vergonzantes de una cobertura sobre el yihadismo en el Sahel, la guerra de Siria y, lo que es aún más discutible, sobre los emigrantes que cruzan el Mediterráneo. El problema de este film es que confunde la ironía con su fondo y pone en evidencia que, para según qué denuncias, el género documental siempre será mucho más adecuado y pertinente.
La película que cierra esta excesivamente hinchada competición tampoco justifica su elección. Les Intranquilles (Las intranquilas), del belga Joachim Lafosse, pone en escena a una pareja con un hijo pequeño que mantienen un difícil equilibrio porque el padre es un artista bipolar. La cámara de Lafosse sigue igual de nerviosa el trastorno de él (Damien Bonnard) y los intentos de ella (Leïla Bekthi) por controlar la situación. Pero el metraje se alarga innecesariamente, sin conseguir que creamos en el trabajo pictórico del padre ni entendamos bien las motivaciones de la madre.
Les mexicanas ‘La civil’ y ‘Noche de fuego’, premiadas en Un Certain Regard
En un primer anuncio de los premios de la selección oficial, en la sección Un Certain Regard, cabe destacar dos películas mexicanas galardonadas. La Civil, de la belga-rumana Teodora Ana Mihai, que transcurre en el Estado de Tamaulipas, se llevó el Premio a la Audacia. Por su parte, Tatiana Huezo obtuvo una Mención Especial por Noche de fuego. Los dos largometrajes tratan de la violencia en su país. No hemos podido visionar la segunda, pero sí la primera. Y, en los próximos días, publicaremos la entrevista que hicimos a Mihai, así como a su coguionista Habacuc Antonio De Rosario.
* Todas las crónicas del Festival de Cannes 2021
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