VICENÇ BATALLA. En el nuevo paradigma de los festivales de cine que mientras no amaine la pandemia tienen que verse a través de internet en pequeña pantalla, el Cinélatino de Toulouse (19-20 de marzo) ha conseguido un equilibrio para que pueda ser accesible al mayor número de personas posible y así mantener la difusión de la nueva cinematografía latinoamericana en Europa. En este sentido, la trigésimo tercera edición occitana conservó un alto nivel de calidad, tanto en ficción como en documental, y destacaron en el primer registro la chilena Tengo miedo torero, de Rodrigo Sepúlveda, con un Alfredo Castro soberbio en su papel de travesti bajo la dictadura de Pinochet, y en el segundo la paraguaya Apenas el sol, de Arami Ullón, sobre la pérdida de la cultura de los indios ayoreos. Se llevaron los máximos galardones, o casi.
La ganadora en el primer capítulo fue La chica nueva, de la argentina Micaela Gonzalo, aunque merece la pena detenerse en otras cintas mexicanas, argentinas, brasileñas, colombianas o costarricenses que hablan asimismo de las filiaciones, las generaciones, los desarraigos, las luchas de género y coloniales y la violencia política y social que agita al continente. Todo ello con la invitación a ver las películas presencialmente del 9 al 13 de junio, a falta de poder hablar directamente con sus protagonistas que sí lo hicieron virtualmente en esta cita a distancia de marzo.
Resulta extraño estar viendo películas recluido en casa con personajes que se mueven libremente y sin mascarilla. Y es que, pese a que el maldito coronavirus circula ya desde hace más de un año, el rodaje de estos largos y corto metrajes se hizo justo antes de la explosión de la pandemia. Es posible que el montaje se hiciera después, pero las escenas se filmaron en un mundo que parece cada vez más lejano y ejercen ya sobre nosotros un sentimiento de melancolía. La pregunta es cómo va a afectar a realizadores y realizadores y sus actores y actrices, o sencillamente cualquier rostro ante una cámara, el hecho de reflejar la vida en pantalla en las próximas ediciones del Cinélatino y de todo el resto de festivales.
De momento, el mundo del cine consigue seguir en pie aunque las salas de medio planeta estén cerradas, las condiciones para filmar sean más complicadas que nunca y los intercambios casi solo se hagan a través de la tecnología. Es el caso de la cita de Toulouse que, tras un ensayo en 2020 en que toda la programación presencial tuvo que anularse, este año ha puesto en marcha una plataforma propia que hasta el 5 de abril aún permite visionar todas las películas de competición y un buen número de las otras secciones (alrededor de una cincuentena de títulos) por un precio muy razonable y en todo el territorio francés. Una fórmula mixta que puede quedarse en próximas ediciones para aquellos que no puedan desplazarse hasta la ciudad tolosana.
El alegato queer de Pedro Lemebel en Chile
Un síntoma de esta nueva realidad, pese a todas las reservas que suscita el paso de la gran a la pequeña pantalla, es el caso de Tengo miedo torero. El largometraje acontecimiento de Rodrigo Sepúlveda estuvo en la presencial Mostra de Venecia de 2020, pero cuando tenía que estrenarse en Chile las salas estaban cerradas por la Covid. La productora optó por una visión de pago en streaming que, según contaba el propio Sepúlveda en un encuentro online de Cinélatino, congregó a más de 300.000 espectadores. Y, el 16 de abril, llega a Amazon Prime Video en toda Latinoamérica. Como siempre, el día en que estos espectadores estén juntos en una sala la película logrará su dimensión completa.
Y es que la cinta, que toma el nombre del pasodoble de Augusto Algueró que popularizaron Marifé de Triana y Lola Flores y en la banda sonora cantan Diego el Cigala y Eva Ayllón, se basa en la nóvela de culto que Pedro Lemebel publicó en 2001 en Chile como un alegato queer por los efectos de la dictadura de Pinochet. Lemebel, comunista y homosexual, murió pero Sepúlveda ha acabado llevando al cine la novela con un Alfredo Castro estelar que encarna a La loca del libro. A través de él y su cuerpo, y bajo el telón de fondo del atentado frustrado contra Pinochet en 1986, Castro asume y carga con todas las contradicciones de su entorno entre la represión, la revolución y una libertad sexual por conquistar. Y es así que en las paredes de Chile, como secuela de la revuelta en otoño de 2019 contra un poder rehén de la herencia económica de la dictadura, han parecido pintadas como Lemebel está vivo o Tengo miedo torero.
Las performances de Alfredo Castro
Sepúlveda filma en tonos oscuros y de barriada suburbial un Santiago de Chile que, como la novela de Lemebel, acababa de sufrir además un terremoto devastador. Aunque el despliegue de Castro ilumina cada una de las escenas en contraste con sus aliados circunstanciales de armas y unas familias de desaparecidos que son las auténticas que se manifestaban en aquella época por la suerte de sus hijos. “Se trata de un proceso metabólico de los personajes, que pasa en la sangre; entro en un tercer cuerpo imaginario que habita en mí”, definía el polifacético actor sobre este y otros de sus trabajos en un largo encuentro virtual a un lado y otro del Atlántico que enlazaba con el carácter tremendista del título del largometraje. Le valió una mención especial del jurado y, aunque el film no se llevó el primer premio, sí arrancó el del público.
El actor, al quien el festival dedica una retrospectiva, también tiene un papel protagonista en otra película de competición Karnawal, la primera ficción del chileno Juan Pablo Félix que este sitúa en la convulsa frontera entre Argentina y Bolivia. En este caso, el actor interpreta a un dudoso padre que sale de prisión y se encuentra con su esposa y su hijo encarnado por el joven Martín López Lacci, campeón en la película y en la vida real de malambo, la viril danza de los gauchos de la Pampa. Ante el modelo equívoco de su padre, su aprendizaje como adulto pasa por este baile en un trepidante thriller andino.
Cuatro variaciones sobre la violencia en México
De México, llegaban hasta cuatro films que merodeaban en torno a la violencia subyacente del país de forma más o menos frontal. La que más y que ya se ha estrenado no solo en México sino también en España es Nuevo orden, del ya bregado Michel Franco, y que obtuvo el León de Plata en la pasada Mostra de Venecia. Su planteamiento y desarrollo lo tiene todo para llamar la atención: una insurrección en Ciudad de México que casi se ignora desde una boda de potentados hasta que esta insurrección también la alcanza y la novia termina secuestrada por un poder militar en la sobra. No hay optimismo en esta cinta y, si se le puede hacer una crítica, es que Franco cada vez más tira de efectismo y voyerismo y se aleja de sus primeras películas más contenidas y sutiles. A fuerza de querer subrayar las cosas, se olvida de los motivos reales de unos y otros en su contribución a este estado de descomposición.
Más estimulantes resultan Uzi, de José Luis Valle, y 50 ballenas o dos se encuentran en la playa, de Jorge Cuchí. En Uzi, el realizador de origen salvadoreño se vale de un personaje ahora misantrópico en el norte de la capital que en vez de volver a cometer un crimen por encargo se hace amigo de su víctima. La violencia en la película está prácticamente siempre fuera del cuadro y la percibimos indirectamente con un devenir que ausculta las razones de unos y otros y unos detalles entre humorísticos y desconcertantes. En el camino, se cruzan una pareja de adolescentes que recuerdan el drama que se reproduce inexorablemente de generación en generación.
Centrada directamente en la espiral suicida de un juego de rol, 50 ballenas se adentra literalmente en la piel de otros dos adolescentes que viven encerrados en su propio mundo y ante unos adultos que son incapaces de entender qué les pasa. Aquí, las imágenes son duras pero nunca gratuitas. Cuchí, que hasta este momento se dedicaba a la publicidad y realiza así su primer largometraje, retrata con un gran tacto este proceso sin retorno de un tipo de juego real y nos sumerge paulatinamente en el malestar generacional de los protagonistas.
En un trabajo más propio de deconstrucción y de desdoblamiento de personajes, Nicolás Pereda recurre en Fauna al imaginario violento de los narcos para elaborar lo que es un cuento sobre cómo lo viven los propios mexicanos. En todo caso, da la impresión de que Pereda no acaba de llegar hasta el final de su proceso de desencaje.
Filiaciones, luchas y combate
Sensible y delicada es Aurora, de la costarricense Paz Fábrega, en que se aborda el complejo tema de la maternidad entre una profesora de artes en una escuela que ha elegido no ser madre y una alumna menor de edad que se ha quedado embarazada. Entre ambas, se establece una relación de amistad y protección que tiene múltiples lecturas pese a que la realidad social se acabe imponiendo. La gran virtud de la cinta es huir del melodrama y lograr que las protagonistas no parezcan actrices.
La ganadora del Coup de Coeur del Cinélatino fue La chica nueva, ópera prima de la argentina Micaela Gonzalo. Lo que persigue González también es un realismo a la Dardenne. Y lo consigue en la primera parte de esta película que empieza en Buenos Aire con la joven protagonista y, en seguida, se traslada al sur de la Patagonia en búsqueda de su hermanastro al que en realidad no conoce. En este film de aprendizaje y de lucha social con los trabajadore·a·s de la fábrica, el encuentro entre hermanastros es al principio silencioso y pudoroso. Pero, a medida que avanza la película, estos personajes se convierten en instrumentos para un film teórico sobre la injusticia y su pretendida evolución personal queda lejos de ser creíble. Dejan de tener vida propia, como persiguen al contrario los Dardenne.
Aparece más natural y espontánea La ciudad de las fieras, del colombiano Henry Rincón, sobre una relación filial en esta ocasión entre un nieto y su abuelo. El nieto, rapero en la nada pacífica Medellín, y el abuelo en el más apacible entorno rural de los silleteros, recolectores de flores para engalanar. Este contraste ayuda al joven huérfano a reconciliarse consigo mismo, pese a las adversidades y un clima social en Medellín que puede ser mortal. No llega al gran expresionismo en blanco y negro de Los nadie, también en Medellín, de Juan Sebastián Mesa, pero Rincón logra transmitirnos parte del explosivo espíritu de la ciudad.
Herencia colonial
En clave de sororidad, la primera película de la colombiana Diana Montenegro El alma quiere volar denuncia la violencia machista y lo contrapone a la amistad entre las mujeres de una familia, sus demonios y sus esperanzas. En el centro, está una niña que malvive interiormente los maltratos del padre a la madre. Recibió el premio de la Crítica Francesa a un primer o segundo largometraje. Pero la verdad es que esta solidaridad entre mujeres queda a menudo desdibujada por un desfile de personajes femeninos que no terminan de desarrollarse y una figura paterna sin perfil.
Más intensa y atrevida es Casa de antiguidades, también debut del brasileño João Paulo Miranda Maria. Fue mención para la Crítica Francesa y merecido premio para la critica internacional FIPRESCI. La cinta había recibido la etiqueta Selección Oficial Cannes 2020 y, de haberse celebrado el festival, es posible que hubiera estado en la sección paralela Un Certain Regard de descubrimientos. Un trabajador negro del norte de Brasil se ve obligado por su compañía a trasladarse al sur para poder mantener el puesto. A través de unos cuadros oníricos que pasan de una comunidad germanófila en completa autarquía y desprecio por el mestizaje del país a una cabaña donde se refugia el protagonista para vivir sus sueños y sus pesadillas, el film muestra con la fuerza de sus imágenes sobrenaturales la extrema violencia de clases de Brasil. El viaje sensorial del film es a veces excesivamente abstracto, pero compensa. No consigue, sin embargo, su objetivo la asimismo brasileña Maria Clara Escobar con Desterro, otra ópera prima de desarraigo femenino que peca de demasiados tics de autor.
La supervivencia del pueblo ayoreo en Paraguay
A falta de estancia física en Toulouse, la plataforma de Cinélatino nos facilita ver por primera vez la competición entera de documentales como nunca antes habíamos podido hacer. Y esas imágenes reales, a veces experimentales, nos permiten captar un mundo alternativo a la ficción que a menudo nos regala auténticos regueros de vida. No hay discusión con el Premio del Jurado para Apenas el sol, de la paraguaya Arami Ullón, que se llevó asimismo el galardón del público. La reivindicación de la cultura de los indios ayoreos en el Gran Chaco entre Bolivia, Paraguay y Argentina se vehicula en el documental de Ullón a partir de Mateo Sobode Chiqueno y las grabaciones con su radiocasete que lleva haciendo con sus congéneres desde hace décadas en que progresivamente fueron evangelizados por diferentes misiones católicas y protestantes y occidentalizados. Una manera para que abandonaran su hábitat natural en los bosques y perdieran sus tierras ahora explotadas por foráneos.
El film es enteramente en lengua ayorea como decisión, ya de entrada, de marcar el punto de vista del proyecto que acompaña de forma respetuosa todos los intercambios de Sobode Chiqueno con su gente. No hay declaraciones a cámara ni voz en off en castellano. En las grabaciones en directo descubrimos de qué manera se les expulsó e incluso eliminó, y cómo han interiorizado el discurso de sus asaltantes a partir de la evangelización. Y ante un caso de colonización tan evidente y no tan lejano, el título del documental responde a la idea de que lo único que no les han quitado es el sol. Pese a que Ullón tenga su residencia actualmente en Suiza, su dispositivo es perfecto para adentrarse y comprender un mecanismo tan perverso de aculturización.
Fuego y venganza
Como denuncia precisa del incendio en la cárcel San Miguel de Santiago de Chile en 2010, que causó la muerte de 81 prisioneros, El cielo está rojo, de Francina Carbonell, también es un buen documento de la responsabilidad de las autoridades en un suceso tan trágico como este. Combinando imágenes de las cámaras internas en la misma noche del incendio, de la reconstrucción judicial y de las declaraciones de los supervivientes, junto al audio del intercambio entre los funcionarios y el sonido abrasador del fuego, Carbonell deja claro el caldo de cultivo de haber permitido la sobreocupación de la prisión, la lucha por el espacio de bandas rivales y la falta de medios para hacer frente a tal catástrofe. Sobre todo, una vez se sabe que ninguna autoridad fue condenada por lo ocurrido.
Haciéndose eco en los títulos, La sangre en el ojo, de la argentina Toia Bonino, continúa radiografiando la delincuencia ordinaria en el barrio popular de Don Orione, al sur de Buenos Aires. Tras Orione, en que hablaba con la madre de un chico abatido en una operación policial contra una banda, ahora lo hace con su hermano recién salido de prisión tras quince años y con ganas de venganza. Y no lo hace tampoco con declaraciones a cámara, sino con imágenes ralentizadas mientras este se baña en una piscina. Una manera de contrastar sus palabras vengativa con un mundo ideal que es imposible que lo sea.
En búsqueda de Bonino, Buenos Aires y los males de Brasil
De carácter conceptual son otros dos títulos argentinos aunque con objetivos diferentes. Por un lado, Un cuerpo estalló en mil pedazos es un homenaje al performer Jorge Bonino que en los años sesenta y setenta dejó poco rastro en su provincia de Córdoba y, luego, también en Europa. Hay pocas grabaciones suyas y, por ello, el autor de la cinta Martín Sappia se ha dedicado a filmar en blanco y negro los lugares por lo que pasó (París, Madrid, Barcelona, Villa María Oliva… ) y, en off, combina declaraciones de conocidos, alguna de sus actuaciones con su lenguaje inventado y, fundamentalmente, un recitado poético del propio Sappia. Bonino, internado durante años en hospitales psiquiátricos, se acabó tirando por una ventana. El documental es un emocionado recuerdo a su persona y su obra.
En el caso de Transeúnte, de Pablo Pintor, de lo que se trata es de componer un mosaico lo máximo de diverso y coreográfico posible de lo que es en la actualidad Buenos Aires. Para ello, Pintor roba con su cámara rostros y movimientos de los transeúntes y los monta como una sinfonía de sonidos también grabados en la calle. Con un efecto de contemporaneidad parecido al que lograba a mediados del siglo pasado Chris Marker en las calles de París.
El intento de originalidad de todos estos dispositivos se rompe con Depois da primavera, de los brasileños Isabel Joffily y Pedro Rossi, que ante la recomposición temporal en Sao Paulo de una familia azotada por la guerra civil en Siria no saben escoger un ángulo ni sobre la tragedia que está sucediendo en su país de origen ni tampoco sobre el advenimiento de la extrema derecha en su país de acogida con Jair Bolsonaro a punto de ganar las presidenciales en el momento de rodar estas imágenes. Sobre este último asunto va #Eagoraoque (¿Y, ahora, qué?), de Jean-Claude Bernadet y Rubens Rewals, donde estos confrontan al filósofo y militante Vladimir Safatle a su familia, sus estudiantes y gente que va a sus charlas para entender por qué la izquierda fracasó ante Bolsonaro. Pese a que las discusiones de su círculo más próximo suenan artificiales por demasiado escritas, el momento álgido y verdaderamente espontáneo es cuando Safatle se enfrenta a activistas negros que le reprochan que él, blanco, de clase acomodada y académico, nunca podrá estar en su misma lucha. Un debate ahora mismo universal.
Cortometrajes de pirañas, deseos y estallidos
Sería injusto olvidar el apartado de los cortometrajes, tanto los de ficción como los documentales, ahora que hemos tenido tranquilamente acceso a todos ellos. El que resulta más especial y simbólico en el primer caso es Menarca, de la brasileña Lillah Halla, que además se llevó el premio del público. En un puerto de pescadores plagado de pirañas, una de ellas se convierte en una sirena que muerde cuando se quiere acceder a su vagina. Dos niñas se hacen amigas suyas, antes de que a una de ellas le venga la regla y aparente, a su vez, a una piraña que se defiende y atrae al mismo tiempo a los hombres del pueblo con su sangre. Una fábula feminista filmada con una magnética luz nocturna.
El máximo galardón lo obtuvo otra cinta brasileña, Inavitável, de Matheus Farias y Enock Carvalho, una distopía con final esperanzador sobre la situación de los transexuales en un Brasil apocalíptico a causa de Bolsonaro. Aunque en la otra categoría de cortometrajes documentales había auténticas joyas que, a partir de imágenes de la realidad, componen un suculento puzle que traspasa todo tipo de géneros. El que más Son of Sodom, de Theo Montoya, quien cuenta en Medellín cómo su joven protagonista miembro de la comunidad queer Camilo Nájar murió por sobredosis justo cuando lo había seleccionado para una película. Las imágenes del casting sirven para introducir visual y musicalmente de forma fascinante una ciudad tan peligrosa como sensual.
En un registro más político, Quien dice patria dice muerte, del chileno Sebastián Quiroz, recoge de manera especialmente original el estallido social en el país en octubre de 2019 contra el aumento del coste de la vida y, en general, contra un Gobierno que perpetua el modelo neoliberal moldeado por la dictadura. Las grabaciones y entrevistas delante del Estado Nacional, convertido en campo de concentración en 1973, se entremezclan con un trabajo de sonido que transforma el documental en una pieza de resistencia en sí misma. Ganó el premio Signis.
Y también son notables Todos caminamos, de Ricardo Valenzuela y Mario Rojas, sobre el deambular de un rapero sin el éxito esperado por la calles de Santiago; el montaje conceptual parecido a Transeúnte de Joaquín Echevarría sobre Buenos Aires pero en más radical; y Ser feliz no vão, de Lucas H. Rossi dos Santos, donde el realizador se pregunta sobre el rol en tanto que negro en Brasil intercalándolo con imágenes históricas del pueblo afroamericano.
Un cine en construcción pese a la virtualidad
La densa programación en línea del festival se completa con homenajes a la cineasta antillana Sarah Maldoror, autora de documentales reivindicativos de artistas caribeños, los realizadores argentino Fernando Solanas y cubano Enrique Colina recientemente desaparecidos o el estreno en France 3 Occitania de Je suis un garçon, de Lorena Zilleruelo, sobre el proceso para convertirse en hombre de su prima nacida biológicamente mujer y la lucha en Chile por los derechos de los transexuales.
La plataforma profesional, por su parte, ha mantenido durante estos días una intensa agenda de encuentros virtuales entre realizadore·a·s, productore·a·s, distribuidore·a·s, instituciones y mecenas como signo de que los intercambios cinematográficos entre ambos continentes no se detienen. Se ha celebrado paralelamente la edición número 39 del programa Cine en Construcción, que ayuda en la postproduccion de películas, y que una vez terminada su colaboración con el Festival de San Sebastián ahora está asociado con el Festival de Lima PUCP. Y en el otro programa Cine en Desarrollo, para proyectos más incipientes, se ha procedido entre 25 propuestas de nuevo films a una selección para acompañarlos posteriormente. Entre estas propuestas, una decena pertenecen a cineastas de los que hemos hablado en esta crónica.
El festival se abrió con el éxito comercial en Argentina La odisea de los giles, de Sebastián Borensztein, una epopeya rural sobre el corralito en 2001, y se cerró con el delicado musical sobre inmigración en Chile Lina de Lima, de María Paz González, y la brillante interpretación de la cantante peruana Magaly Solier. Entre medio, fuimos testigos de algunos de estos encuentros de los que cabe destacar la mesa redonda virtual de diferentes crítico·a·s de cine de toda Latinoamérica que demuestra que, pese al bloqueo que causa la pandemia actual, las ideas siguen circulando.
PALMARÉS CINÉLATINO 2021
FICCIÓN
Gran Premio Coup de Coeur: La china nueva, de Micaela Gonzalo (Argentina)
Gran Premio del Jurado: Nuevo orden, de Michel Franco (México)
Mención Especial a Alfredo Castro por: Karnawal, de Juan Pablo Félix (Chile), y Tengo miedo torero, de Rodrigo Sepúlveda (Chile)
El jurado Coup de Coeur estaba compuesto por Annouchka de Andrade (Programadora del Festival Internacional de Cine de Amiens, Francia), Christophe Leparc (secretario general de la Quincena de Realizadores de Cannes y director de Cinemed, Francia), Elina Löwesohn (actriz francesa), François-Pier Pélinard Lambert (redactor jefe de Le Film français) y Marcela Said SAID (realizadora chilena)
Premio Cine+ (Canal Plus): Tengo miedo torero, de Rodrigo Sepúlveda (Chile)
Premio del Público: Tengo miedo torero, de Rodrigo Sepúlveda (Chile)
Premio FIPRESCI (crítica internacional): Casa da antiguidades, de João Paulo Miranda Maria (Brasil)
Premio SFCC (crítica francesa): El alma quiere volar, de Diana Montenegro (Colombia), con mención especial para Casa da antiguidades, de João Paulo Miranda Maria (Brasil)
Premio CCAS (de los electricistas y el gas): La ciudad de las fieras, de Henry Rincón (Colombia), con mención especial para Tengo miedo torero, de Rodrigo Sepúlveda (Chile)
Premio Rail d’Oc (de los ferroviarios): La ciudad de las fieras, de Henry Rincón (Colombia)
DOCUMENTAL
Premio del Jurado: Apenas el sol, de Arami Ullón (Paraguay)
Premio del Público: Apenas el sol, de Arami Ullón (Paraguay)
Premio SIGNIS (Asociación Católica Mundial para la Comunicación): El cielo está rojo, de Toia Bonino (Argentina)
CORTOMETRAJE FICCIÓN
Premio Revelación: Inavitábel, de Matheus Farias y Enock Carvalho (Brasil)
Premio del Público: Menarca, de Lillah Halla (Brasil)
Premio Courtoujours (CROUS Occitania): El sueño más largo que recuerdo, de Carlos Lenin (México), con mención especial para Pacífico oscuro, de Camila Beltrán (Colombia)
CORTOMETRAJE DOCUMENTAL
Premio SIGNIS (Asociación Católica Mundial para la Comunicación): Quien dice patria dice muerte, de Sebastián Quiroz (Chile)
Premio CCAS (de los electricistas y el gas): Todos caminamos, de Ricardo Valenzuela y Mario Rojas (Chile)
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