VICENÇ BATALLA. No deja de ser irónico que una serie de televisión pensada como una terapia por la conmoción en la sociedad francesa de los atentados en 2015 del Bataclan y los barrios parisinos de los alrededores se estrene en plena pandemia de la Covid. Los espectadores en Francia privados otra vez de cines desde el pasado 30 de octubre podemos acceder estos días libremente al canal Arte a la conseguida serie En thérapie (En terapia; hasta el 27 de julio en francés y alemán), de Olivier Nakache y Éric Toledano, que relata durante 35 episodios de una veintena de minutos las sesiones en el psicoanalista de cinco personajes o grupos de personajes justo después de estos atentados yihadistas el 13 de noviembre de aquel año que causaron 137 muertos.
Los pacientes, incluido el mismo psicoanalista, explican sus traumas personales rodeados de aquel clima de temor desde un gabinete que se halla en el este de la capital igual que la sala de conciertos donde se produjo la mayor matanza. De golpe, nos vemos reflejados desde el sofá en aquel salón cerrado donde se analiza el consciente y el subconsciente sin que nosotros podamos ir mucho más lejos más que fijar la vista en la pantalla y las angustias de los personajes que pueden ser las nuestras. Es lo que se conoce, en términos de Freud y Lacan, como una transferencia de los miedos y los deseos a nuestro interlocutor.
Un terapeuta, cinco pacientes y otra terapeuta
De hecho, la fórmula se basa en la serie israelí BeTipul, creada por Hagai Levi en 2005 y que exploraba en aquel caso el clima de violencia de una sociedad que convive con los territorios ocupados palestinos y rodeada de la amenaza de sus vecinos árabes. En 2008, ya se adaptó en Estados Unidos como In treatment (HBO, tres temporadas) donde el psicoanalista era interpretado por Gabriel Byrne y los pacientes le explicaban, por ejemplo, sus traumas después de volver de la guerra en Irak. Y la serie se ha trasladado a una veintena de países más, incluido Brasil, Argentina o Portugal, pero aun no en España. Quizás aquí encontraríamos otros conflictos inflamables.
Tras la francesa En thérapie de los directores de éxito Nakache y Toledano, están los guionistas David Elkaïm y Vincent Poymiro que han acabado haciendo pública su frustración por no haber sido reconocidos como coproductores o showrunners. Solo lo son como directores de escritura. Y este es otro de los contenciosos que se dirime actualmente dentro de la profesión. Tampoco es que los realizadores de Intouchable (2011; Intocable), Le Sens de la fête (2017; C’est la vie) o Hors-norme (2019; Especiales) dirijan todos los capítulos. Hay personajes que se ven asignados a un realizador en concreto para seguir todas sus sesiones. Pierre Salvadori (En un patio de París, 2014) lo hace con la adolescente con conductas suicidas que interpreta Céleste Brunnquell. Nicolas Pariser (Los consejos de Alice, 2019) se encarga de la pareja en crisis que encarnan Clémence Poésy y Pio Marmaï.
Mientras que los dos personajes centrales, por una parte una cirujana que ha operado pacientes procedentes de los atentados cuyo rol es para la magnética Mélanie Thierry y por otra el policía que ha intervenido directamente en el Bataclan a cargo del temperamental Reda Kateb, lo asumen en un primer tiempo los propios Nakache y Toledano. Aunque a medida que avanza la serie, cada vez toma más protagonismo la realización de Mathieu Vadepied quien es un colaborador habitual suyo como director artístico o de fotografía. Vadepied, además, asume los capítulos en que el mismo psicoanalista se ve obligado a consultar a una psicoanalista ante sus propios miedos y la descomposición de su entorno familiar.
El cara a cara entre Frédéric Pierrot y Mélanie Thierry
Este psicoanalista es interpretado por un convincente Frédéric Pierrot, que llegado a la sesentena ha adquirido algo en el rostro y la voz del añorado Michel Piccoli, muerto precisamente en 2020. Tan cerebral y meticuloso en sus diagnosis delante de los pacientes se muestra este psicoanalista como angustiado y contradictorio con su pareja que lo ha dejado de ser y la represión de sus impulsos por una Mélanie Thierry a quien quiere ayudar sin saber si no será él quien se acabe despeñando. Y, por eso, acude a su antigua psicoanalista que encarna una imperial Carole Bouquet que nos recuerda aquella joven de Ese oscuro objeto del deseo, la última película de Luis Buñuel. Algo que también nos permite evocar la reciente muerte, el 8 de febrero, del histórico guionista de Buñuel Jean-Claude Carrière.
Y este es el eje central de la trama de la versión francesa. Sin escenas de acción, sin movimientos de cámara gratuitos, con escasos planos en el exterior y solo un capítulo que no transcurre entre las cuatro paredes de un gabinete. El noventa por ciento de las escenas pasan en este espacio cerrado (à huis clos, como dicen los franceses). Y son los diálogos y la palabra a dos, a tres máximo, lo que toma el protagonismo. Con la virtud de que los intercambios no son forzados, sino que las historias de los personajes, anecdóticas o traumatizantes, con un perfecto ritmo del tiempo, nos transmiten cosas vividas con las cuales nos podemos o no identificar pero que sirven para explorar un malestar en la psique francesa que parece alargarse cinco años después de los atentados.
Quien mejor lo representa es la que decíamos magnética Thierry. Es una mezcla de fragilidad, sensualidad y fortaleza ante las adversidades. Su terapia se remonta a antes de los atentados, pero los guionistas le añaden el trastorno por haber atendido a algunas de sus víctimas. Sin ninguna escena de hospital, la evolución de su personaje se confiesa, toma las decisiones que tiene que tomar y, al final, deja una puerta abierta pero habiendo recuperado la iniciativa en las relaciones. Estos traumas de adolescencia siempre rodeados de oscuras relaciones entre adultos y menores, la necesidad de ser amada, de no sentirse culpable por este lastre, es encarnado de forma magistral por la actriz. A punto de cumplir los cuarenta años, esta rubia de brillantes ojos azules, no muy alta pero antigua modelo del fotógrafo Peter Lindbergh, terminó por dar todo su potencial con la interpretación hace cuatro años de La Douleur (2017; Marguerite Duras. París 1944), de Emmanuel Finkiel, haciendo creíble todo el histrionismo de la célebre escritora. Simultáneamente, además, se la puede ver en otra serie de Arte, No man’s land, de los israelíes Amit Cohen y Ron Leshen, sobre las combatientes kurdas en el norte de Siria.
El subconsciente de las guerras coloniales y yihadistas
El psicoanalista, por su parte, se encuentra atrapado en un trío que agudiza la atmósfera de incomodidad que han dejado detrás suyo los ataques yihadistas. Un trío que, a su vez, se desdobla en otras relaciones cruzadas en que cada uno proyecta en ellas sus fantasmas y sus escapatorias. Clave también es el papel del policía de la brigada antigang interpretado por un Kateb tan enérgico como vulnerable. Él es quien representa esta doble identidad entre Francia y una antigua colonia como Argelia, y entre una cultura católica y otra musulmana que arrastra todas las culpabilidades de combatir a unos individuos en los que él también se refleja. En el gabinete psicológico, las sesiones a menudo parecen escenas de combate sin armas.
Los cara a cara, campo/contracampo, entre Pierrot y Bouquet nos llevan por otro lado hacia discusiones científicas sobre las diferentes escuelas del psicoanálisis donde se nos escapan los nombres y las teorías. Pero lo más importante no es saber quién tiene la razón técnica, sino observar las reacciones de dos personas que ven su mundo derrumbarse bajo sus pies. No es suficiente con mantener una postura seria y académica para entender lo que está pasando.
Quizás el punto flojo de la serie es el rol de la esposa del psicoanalista, interpretado por Elsa Lepoivre. No se trata de su interpretación, sino de que su personaje probablemente es el único del que no sabemos cuáles son sus motivaciones y Pierrot nunca le deja el espacio suficiente que sí le otorga a sus pacientes. Es lo que también nos hace dudar a veces de la conducta de un psicoanalista que, pese a cumplir con su labor, no siempre parece coherente con sus acciones.
Esta sensación de desamparo, de soledad en medio de una realidad cada vez más dura, en que las afecciones se mezclan con un clima de violencia asimismo social, es la parte más universal de la serie. Cada uno puede hacer sus interpretaciones de ello, pensar que es fruto de un momento determinado que las circunstancias cambian rápidamente. Que en cinco años otras tragedias han tomado el relevo en el subconsciente colectivo francés. Pero es imposible no proyectar ahí la sensación de enclaustramiento y ahogo de una pandemia que vuelve a cuestionar los fundamentos de la sociedad. Y pese a que de estas terapias, en la serie, también salgan vencedores. Es la esperanza que nos queda.
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